viernes, 24 de febrero de 2012

A sus Ordenes Sargento

El sargento Sánchez era un tipo duro. Su aspecto era realmente fiero. Tendría unos 30 años, el pelo muy corto y una barba ,también corta, que adornaba su cara. Siempre tenía una sonrisa socarrona dibujada en el rostro. Su cuerpo era brutal. No era muy alto, pero sí muy ancho, como un armario. Duros años de trabajo físico habían forjado un cuerpo robusto, que parecía que iba a reventar dentro de su ajustado uniforme. Sus modales eran bruscos, propios de un hombre acostumbrado la vida de cuartel. Los soldados que tenía a su cargo, entre ellos yo, temían sus prontos de ira, pero al mismo tiempo le admiraban. Era duro y exigente con sus hombres, pero siempre era justo. No era el típico cabrón que se dedica a putear a los soldados, aunque disfrutaba haciéndolos sufrir un poco.

Yo llevaba 6 meses bajo sus órdenes y me ha había matado a pajas pensando en él. Me lo imaginaba en pelotas, con su descomunal y peludo cuerpo, agarrándose la polla y pidiéndome que me lo follara.

Por eso me puse bastante nervioso cuando una noche, justo antes de la retreta me hiciera llegar un aviso ordenándome que me presentara de inmediato en su habitación de la residencia de suboficiales. Algo grave debía ocurrir cuando me llamaba así casi a las 11 de la noche.

Rápidamente, y bastante alterado, me dirigí a la residencia. El temor a una bronca y la excitación que me producía el hecho de pensar que iba a estar a solas con él aceleraron mis pasos.

Toqué la puerta de su habitación y pude escuchar su profunda voz que me daba permiso para entrar. Abrí la puerta y me cuadré ante él.

- A sus órdenes mi sargento, ¿Deseaba usted algo de mí?.- acerté a decir, bastante nervioso.

- Sí, mi cabo. Me gustaría charlar contigo. Descansa.

El sargento parecía estar bastante distendido y eso me relajó un poco. No parecía que fuera echarme una de sus broncas. Se acercó a mí con una sonrisa maliciosa dibujada en su hermoso rostro.

- He observado que últimamente no me quitas el ojo de encima. ¿No será que te gustan los tíos?

Mi corazón se aceleró de golpe y no supe como reaccionar ante aquella pregunta tan directa.

- No se quiere decir, mi sargento.- balbucee presa del nerviosismo.

- Tranquilo, pichoncito, porque voy a cumplir tus deseos.- me contestó, mientras se acariciaba suavemente el voluminoso paquete que se adivinaba dentro de su ajustado uniforme. Seguro que estás deseando follar con tu sargento. – Y soltó una sonora carcajada.

Me cogió de la mano y la llevó hasta su paquete, para que comprobara el pedazo de carne que gastaba.

- ¿Quieres comerte el rabo de tu sargento, mi cabo?

- Sí, señor.- contesté con seguridad.

- Pues agáchate y haz tu trabajo.

Me agaché mientras el sargento se soltaba el cinturón del uniforme. Atrapé con mis dedos los botones del pantalón y empecé a soltarlos uno a no. El sargento no llevaba calzoncillos y una hermosa polla apareció ante mis ojos. Era tal como me la había imaginado, muy gruesa y con un húmedo capullo que pedía ser devorado. Sin tiempo a respirar, me lo metí en la boca y empecé a bombearlo.

- Saber como comerte una polla, ¿Eh, cabrón?.- dijo el sargento entre gruñidos. A continuación agarró mi cabeza con sus dos enormes manos y aceleró las embestidas de mi boca contra su descomunal polla.

El sargento rugía de placer mientras mi boca jugueteaba con su tarugo. Al poco rato, apartó mi cabeza con su mano y se dio media vuelta, mostrándome su esplendoroso trasero. Sus nalgas estaban duras por el ejercicio, y entre ellas se asomaba un peludo canalillo.

- Cómeme el culo, cabrón, si tienes cojones!.- me ordenó el sargento con su habitual tono militar.

Sin rechistar, empecé por mordisquear sus nalgas, mientras que con los dedos abría lo más posible el camino. Cuando las hube separado bien, hundí mi cabeza en aquella peluda caverna, utilizando la lengua como ariete. El sargento dio un pequeño respingo de placer mientras yo devoraba su delicioso y peludo trasero.

- ¿Quieres meter tu pollita de cabo en el culo de tu sargento?.- me preguntó mientras se retorcía de placer.

- ¡Sus palabras son ordenes para mí! !Señor!.- contesté, sin poder ocultar mi satisfacción ante aquella jugosa proposición.

El sargento se dio la vuelta y después de que juntáramos nuestras bocas y nos besarnos apasionadamente, el sargento se tumbó sobre su camastro y abrió sus poderosas y robustas piernas.

Acerqué mi boca a su agujero y solté un par de escupitajos para humedecerlo un poco más. A continuación, y con la ayuda de uno de mis dedos, exploré la caliente caverna de mi sargento.

- ¡No esperes más, cabo! ¡Quiero que me folles de una vez!

- Tranquilo, mi sargento. Ahora soy yo el que lleva el mando de las operaciones. Usted, limítese a disfrutar.- Nunca imaginé que llegase a decir a aquellas palabras y a utilizar aquel tono de voz con mi sargento.

Una vez hube humedecido bien la entrada de su culo, me coloqué delante de él y el sargento posó sus piernas sobre mis hombros. Después de golpear varias veces su entrepierna con mi duro instrumento, empecé a introducirlo suavemente, notando el intenso calor del estrecho camino.

- ¡Empuja más fuerte, cabrón!. Piensa en todas las veces que te le he hecho pasar mal, cuando has tenido que reptar por el barro o hacer guardia a varios grados bajo cero. ¡Véngate, cabrón!

Las palabras del sargento actuaron como un martillo en mi cerebro y empecé a bombear con más fuerza, como si estuviera poseído. Supongo que aquella era la situación soñada por cualquier soldado habitualmente puteado por su superior. Además, aquel hombre me había vuelto loco desde la primera vez que pisé pisado el cuartel.

El rostro del sargento reflejaba el dolor que le producían cada una de mis bestiales embestidas, pero al mismo tiempo no dejaba de sonreírme con aquella sonrisa maliciosa que tanto me gustaba.

Las cabalgadas fueron en aumento y yo empezaba a notar como mi leche quería salir de mis huevos e inundar las entrañas de mi sargento. Pero tenía que aguantar. Así que cambiamos de postura. El sargento se puso a cuatro patas y yo, después de descansar unos breves segundos y darle una fuerte palmada en su hermoso trasero, volví a meter la polla en su culo. Los dos sudábamos como auténticos cerdos y nuestros gemidos de placer eran tan sonoros que no sé como no alertamos a la guardia.

A los pocos minutos ya no podía más y avisé a mi sargento:

- ¡Voy a correrme, mi sargento! ¿Da usted su permiso?

- ¡Claro que sí, mi cabo! ¡Quiero recibir toda su leche! ¡Yo también voy a correrme!.- acertó a decir mientras rugía de placer.

Un intenso chorro de leche caliente salió de mis pelotas y llenó el interior de mi adorado sargento, mientras el soltaba todo su semen sobre su peludo pecho de oso.

Agotado por el esfuerzo, me eché sobre él, y empecé a besar todas las partes de su cuerpo, mientras nos fundíamos en una balsa de sudor.
- Te has portado bien, mi cabo. Has hecho gozar a tu sargento y eso merece un premio. Quizás te proponga para un ascenso a cabo 1º.

- Señor, para mí el mejor premio sería volver a repetir esta experiencia más veces.

Y mientras nos reíamos nos fundimos en un intenso abrazo.



2 comentarios:

  1. porq todas las historias contadas, ya sean inventadas o vividas, no cuentan sobre una polla pequeña de esas que abunda y de que por su forma su sabor o su experiencia han sido de nuestras delicias

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  2. Estoy de acuerdo con anonimo ami tambien me encantan y quiciera leer de esas historias mas a menudo

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