domingo, 27 de octubre de 2013

Camioneros amables

Circulan muchas historias sobre el mundo de los camioneros, hasta el punto de llegar a constituir una categoría propia en el imaginario gay. Y ciertamente puedo recordar al menos un par de anécdotas de un tiempo en que era más joven y en que el tráfico no era tan de autopistas y grandes velocidades.

Había ido a pasar unos días de verano en un pueblo de la costa y se me ocurrió buscar una cala bastante alejada, que unos amigos conocedores de la zona habían insistido en que no me debía perder. Así que cogí mi coche y, con un tosco mapa que me habían hecho a mano, salí de la carretera y me adentré por unos caminos de tierra entre el arbolado. Pero lo confuso del mapa y mi escaso sentido de la orientación hicieron que más que acercarme al mar estuviera trepando por la montaña. Con tan mala fortuna que di a parar en un terreno enfangado donde se me quedó atascado el coche. No existía entonces el recurso del teléfono móvil –si es que donde me hallaba hubiese tenido cobertura–, de modo que me encontré aislado y con un calor insoportable. No tuve otra opción que intentar desandar a pie la ruta seguida para llegar a la carretera y poder recabar ayuda. Al fin lo logré, no sin algunas confusiones, y me senté sobre un mojón, agotado y empapado de sudor. Al cabo de un rato apareció renqueante un camión no muy grande, aunque en dirección contraria a mi lugar de origen. De todos modos le hice señas y se detuvo. Fue la primera cosa agradable en mi frustrada excursión. La acogedora expresión jovial del conductor coronaba un cuerpazo impresionante. Una ajustada camiseta imperio apenas podía contener el torso robusto y velludo, marcando las redondeces de tetas y barriga, y el pantalón corto se le arremangaba para liberar unos muslos bien macizos. Le expliqué mi situación y enseguida me invitó a subir: “No te voy a dejar aquí. Así que te acercaré a algún sitio en que puedas arreglar tu asunto”. Subí pues a la cabina y ocupé el no muy espacioso asiento a su lado. El hombre bromeó a costa de mi aspecto: “No habrás llegado a la playa, pero parece que te haya sacado directo del agua”. Y señalando las manchas de sudor que orlaban mis pantalones –también cortos–, añadió: “Cualquiera diría que te has meado encima”. Evidentemente era locuaz: “Ahora lo de atrás va vacío. Vuelvo de descargar unos bidones de aceite. Por eso se menea tanto este trasto”. Desde luego el traqueteo era intenso, lo que, de paso, hacía que nuestras piernas rozaran con frecuencia... y si él no lo evitaba, tampoco lo iba a hacer yo. “¡Vaya día de calor nos ha tocado! Si yo también estoy empapado. Mira...”, y se enrolló la camiseta hacia arriba, haciendo el gesto de exprimirla. Con lo que exhibió aún más su oronda y peluda tripa. “¡Tengo ya los huevos cocidos!”, agarrándose ostentosamente el paquete. Provocador o espontáneo, el caso es que me estaba haciendo subir otra clase de calores imaginando el resto.

“¡Oye! Aquí cerca hay una fuente. ¿Qué te parece si paramos y nos refrescamos un poco? Total, ya no te vendrá de un rato”. Naturalmente me pareció una buena idea. Se desvió  un trecho y, en efecto, llegamos a un paraje sombreado en el que una pileta recogía el chorro cristalino que brotaba de unas rocas. Bajé yo primero, porque él se había vuelto para coger algo detrás de su asiento. Ansioso, me precipité a beber y a remojarme la cabeza. Él había sacado un tubo de goma enrollado que soltó en el suelo y, en plan juguetón, se precipitó sobre mí sujetándome por los hombros. “¡No te la vayas a acabar toda!”. Me desplazó para beber y refrescarse. “¡Joder, qué cosa más rica!”, echándose agua a las axilas. Luego cogió el tubo de goma y encajó un extremo en la boca del caño. “Verás lo que vamos a hacer. Enchúfame con la otra punta”. Con la mayor naturalidad se quitó la camiseta y, de un tirón, se sacó juntos pantalón y calzoncillos. Dejó la ropa sobre una rama y, en cueros vivos, se encaró a mí. “Apunta bien. Luego te lo haré a ti”. Me temblaba el pulso  haciendo caer el chorro por todo su cuerpo. Él, además, mientras se removía  a gusto, me iba indicando donde quería que lo dirigiera. “A la polla y los huevos, que falta les hace”. Y claro, yo tampoco quitaba ojo de aquel gordo sexo, aunque sin señales de excitación. No dejó de presentarme el orondo culo, cuya raja regué a conciencia. Por fin dio por terminada su ducha. “¡Qué bien me he quedado! Ahora te toca a ti”.

No me cupo otra cosa que desnudarme completamente también, aunque hubiera de mostrar con vergüenza mi indiscreta erección. Pero él tenía salidas para todo. “Sí que te has impresionado. Ya te bajará con un manguerazo”. Hizo su tarea a conciencia, pero su pronóstico se cumplió solo a medias, porque mi excitación no menguaba en tanto lo seguía viendo en su lujurioso estado. El caso es que quedamos los dos bien mojados y, eso sí, refrescados. Sin embargo, me sorprendió cuando dijo: “Oye, ya que estamos, nos podíamos hacer unas pajas... No es que yo sea de esos, pero da más gusto que se la hagan a uno, para variar”. Aquí me aventuré, llevado por mi deseo: “Si quieres, te la puedo chupar”. Pensó un poco y concluyó: “Bueno, pero yo solo te la menearé”.

Tuvimos que buscar la posición adecuada, de manera que me tendí sobre la hierba y él se arrodilló abriendo los muslos sobre mi cabeza. Atrapé su verga con mi boca y él se inclinó hacia delante, apoyándose con una mano en el suelo y agarrando mi polla, que estaba bien tiesa, con la otra. Me la frotaba con cierta torpeza, pero toda mi apetencia se concentraba en sentir con deleite cómo su miembro engordaba en mi boca. Hasta el punto de que no tardé en correrme. “¡Coño! Si casi no he hecho nada...”, exclamó restregándome la leche por la barriga. Como ya no tenía sentido mantener la postura un tanto incomoda, aparté mi boca para decirle: “Anda, vamos a ponernos más cómodos”. Ahora él de pie y yo arrodillado, volví a tomar posesión de su pollón ya bien duro. “¡Qué bien la chupas, cabrón!” La alabanza me enardeció. “¡No tan rápido! Déjame disfrutar un poquito más”. Obedecí, jugueteando con la lengua. “¡Uff! Ya me va viniendo...”. “Te la echo en la boca ¿vale?”. Evidentemente no podía contestar. “¡Toma ya!”. Y vaya si tomé, tragando para que no me rebosara. “¡Ostias, qué corrida más buena...! ¡Y tú, qué tragaderas!”. Al fin pude hablar: “Me alegro de que también te haya gustado...”, dije con recochineo. Soltó una risotada de felicidad.

Volvimos al camión, cubiertas nuestras vergüenzas y reconfortados. “En cuanto lleguemos al primer pueblo te largo, que eres un peligro”. Y reflexionó: “Total, no hemos hecho daño a nadie”.


Otro percance automovilístico hizo que tuviera que pasar la noche en un hotel de carretera.

Iba circulando con varias horas por delante todavía y, ya anochecido, el coche empezó a dar tirones extraños. Me detuve en una gasolinera, angustiado por mi ignorancia en la materia, y me aconsejaron que no siguiera el viaje sin pasar por un taller. Lamentablemente, a esa hora, el que había al lado estaba cerrado, así que tendría que esperar al día siguiente. Menos mal que, también próximo, había un hotelito modesto a cuyo alrededor estaban aparcados varios camiones. El empleado de la gasolinera me informó: “No está mal y, aunque veo que esta noche habrá bastantes camioneros, alguna habitación quedará”. En efecto, me dieron una, limpia pero sin baño, que era común para el pasillo, aunque diferenciado para hombres y mujeres. Antes que nada debía ir al comedor, pues estaba a punto de acabar el turno de cenas. Pasé por el baño para, al menos, lavarme las manos. Me llamó la atención que hubiera varias duchas corridas y a la vista, aunque, en ese momento, sin actividad. En el comedor, con su aspecto aséptico y despersonalizado característico, apenas quedaban comensales. Solo una mesa de cuatro, que apuraban su café y su copa, y otro solitario, en una mesa individual cercana a la mía. Este último me miró atentamente de la cabeza a los pies cuando llegué, y yo no pude menos que fijarme también en él. Corpulento y de semblante rudo, su mirada, sin embargo, resultaba cálida. La camiseta moldeaba sus turgencias y, sentado algo torcido, sobresalía un muslo rotundo y peludo de sus cortos pantalones.

Parecía entretenerse removiendo la comida en su plato y, por fin, se decidió a dirigírseme: “Tú no tienes pinta de ser de nuestro gremio...”. Le expuse brevemente mis circunstancias y replicó: “Bueno, aquí no se está mal y mañana todo resuelto”. Aún me preguntó: “¿En qué piso estás?”. Me sorprendió, pero se lo dije. “¡Vaya! el mío”, y sonrió. Cuando terminó, se levantó y dijo como despedida: “Que te aproveche la cena. Hasta luego...”. Esta expresión me dejó intrigado e hizo que me surgieran pensamientos que descarté por fantasiosos. Subí a mi habitación y sentí la necesidad de tomar una ducha, para serenarme después de un día tan complicado. Cogí una toalla y jabón, y salí al pasillo en penumbra en dirección al baño. Justo al pasar ante una puerta, ésta se abrió y apareció mi conocido del comedor, solo equipado con una toalla que apenas le alcanzaba a rodear la cintura.

“¡Qué coincidencia!”, exclamó, “Parece que vamos a lo mismo”. Coincidencia o no, el corazón se me aceleró de repente. Me precedió con desenfado. “Esta es una hora tranquila, por eso me gusta”. A mí lo que me gustaba era ese cuerpazo que iba delante, con su viril cimbreo. Entramos en el baño y, con toda naturalidad, colgó la toalla en un gancho y se dirigió a una de las duchas. Lo que me faltaba por ver –un sexo prominente y rojizo entre el oscuro pelambre, así como un culo orondo y velludo– acabó de subirme la calentura al máximo.

Abrió el grifo y puso la mano bajo el chorro. “Espero que no se haya acabado el agua caliente. Porque, como esté fría, se nos va a encoger todo”. No tardó en confirmar: “Está buena. Menos mal”. Y se entregó con fruición al agua. Mientras tanto, yo me había ido quitando la ropa y me dirigí a otra ducha, tratando de disimular la descarada erección. Aproveché la inicial salida de agua fría para atemperar algo la evidencia. “¡Qué buen cuerpo tienes! No yo, que me sobra de todo”. Pensé, aunque no me atreví a decir, que, para mí, no le sobraba de nada. Estábamos así en una curiosa intimidad, que él parecía considerar de lo más normal, pero que a mí me tenía en ascuas. “Tu jabón huele mejor que el mío... Trae, que te voy a enjabonar la espalda”. El asunto iba ya subiendo de tono, con sus grandes manos recorriéndome por detrás. Cuando un dedo se deslizó por mi raja, di un respingo y, nervioso, le dije interrumpiéndolo: “Anda, vuélvete, que ahora te lo haré yo a ti”. A pesar de todo, me seguía dando vergüenza exhibir por las buenas la excitación acumulada en mi delantera. Con cierta retranca se  giró dócilmente y, oculto a su vista, deslicé mis manos por su recio dorso. Al ir bajando, los dedos se me fueron solos a la sima oscura entre sus glúteos, y uno se me escurrió sin resistencia por el ojete. “¡Uy, que me has encontrado el punto débil!”, exclamó. Y lejos de expulsarme resaltó el culo hacia mí. A continuación se dio la vuelta y pude contemplar la majestuosidad de su polla en pleno despliegue. Casi me hizo sentir ridículo la comparación con la mía. “¡Vaya como nos hemos puesto los dos! Ya se veía venir...”, fue su comentario. “Pero aquí no podemos hacer nada más, no sea que nos interrumpan en lo mejor. Nos ponemos las toallas y vamos a mi habitación ¿Te parece?”. Dispuesto estaba yo a que me llevara donde quisiera.

Nada más entrar en el cuarto las toallas volaron y, rodeándome con la tenaza de sus brazos, me hizo retroceder hasta tumbarme sobre la cama. Me manejaba como a un muñeco de trapo, con manos y boca, sobando, estrujando, lamiendo y chupando. Su ardoroso contacto vencía todas mis defensas y me dejaba hacer como en éxtasis. “Tenía ganas de esto desde que te vi en el comedor”, dijo apartando la boca de mi polla, que había mamado con ansia. “Pues déjame disfrutar también  de ti, que me tienes atrapado”, repliqué. Me liberó de su presa y me ofreció generoso su cuerpo. Casi me atraganté chupándole las tetas, mientras mis dedos jugueteaban con el velludo entorno. Fui restregando la cara hacia abajo con lamidas ávidas hasta tropezar con la polla, que se erguía retadora.

Circundé el capullo con la lengua y luego, sujetándola con una mano, apliqué la boca a los huevos, gordos y duros. Él se estremecía de placer, y me advirtió: “Yo me corro enseguida. Así que sácame la leche como más te guste. Luego te dejaré el culo para que me folles”. El plan no podía ser más tentador, así que me centré en trabajarle la polla a conciencia. Apenas me cabía en la boca, pero los sorbetones que le daba le arrancaban bufidos. “¡Joder, qué poquito me falta...! Si sigues así te vas a empachar, que tengo buenas reservas”. Y mi intención era aprovecharlas todas. Su largo “¡uyyyyyy!” acompañó los borbotones que iban inundando mi boca, hasta que la leche desbordó las comisuras de mis labios. Él resoplaba con la respiración entrecortada, pero de pronto tiró de mí para poner mi cara a la altura de la suya. Sacó la lengua y lamió todo lo que me quedaba por fuera y por dentro. “Había para los dos ¿verdad?”. “Menudo semental estás hecho”, sentencié. “Pues ya mismo me vas a alegrar el punto débil”, y alargó una mano hacia mi polla, que reventaba de dura. “Así me gusta. Justo lo que necesito”.

La idea de dar por el culo a ese tiarrón, después de  haberle vaciado la polla, me tenía alucinado. “¡Venga, que te lo voy a trabajar!”, le di una palmada. Se giró con toda su humanidad y me presentó su magnífico trasero. “Esto merece una comida previa”. Metí la cara en la generosa raja y la repasé con la lengua. Se hundió un poco en un punto e intensifiqué la lamida. “¡Ahí, ahí, me vuelves loco!”. Metí un dedo ensalivado y luego dos. Él se agitó. “Lo tengo al rojo vivo ¡Móntame ya!”, casi imploró. Tomé posiciones y le entré de un solo golpe. “¡Uy cómo la siento! ¡Ahora a bombear!”. Puse mis cinco sentidos en el mete y saca, enardecido por sus murmullos de complacencia. “Me voy a correr”, avisé. “¡Venga, que ya me arde todo!”. Y el líquido se abrió paso provocándome espasmos. Caí sobre su espalda y él se echó a un lado y me abrazó cálidamente. “Lástima que ahora debo dormir, porque temprano me espera el camión. Ha sido una suerte encontrarte”. Me dio por bromear: “Anda que menudas juergas tendrás en ruta”. “Tu aparición ha sido fuera de lo común, pero sí que, a veces, coincido con algún colega y nos lo montamos”. Aún ironicé: “Querrás decir que te monta”. “No creas, que si me lo piden también me gusta dar por el culo”. “Con ese cacho de polla que tienes harás un destrozo”, y se rió. Lo besé y, relajado, cerró los ojos con una sonrisa. Volví a mi habitación y apenas pude conciliar el sueño.


A los 14 con mi padre

Soy el cuarto de cinco hermanos, mis padres se casaron jovenes.

Papa fue siempre representante comercial, por ese motivo pasaba varios días a la semana fuera de casa, de vez en cuando, cuando no había colegio se llevaba a alguno de mis hermanos mayores, normalmente a Raúl. Pero aquella vez el elegido fui yo. 

Me hizo mucha ilusión acompañarlo en uno de sus viajes. Llagamos ya anochecido a la primera parada del viaje y nos alojamos en su hotel habitual, donde nos echamos a descansar. Me despertó un ruido en la calle, observé que mi padre no estaba en la cama, pero que salía luz por la puerta entreabierta del baño. La curiosidad hizo que me levantase y mirase a través de la puerta llevándome una de las mayores sorpresas de mi vida. 

Había visto muchas veces a mi padre afeitarse, pero aquella era la primera vez que lo veía hacerlo completamente desnudo, me sorprendió el grosor de su pene y el abundante vello que lo rodeaba, nada que ver con el que yo empezaba a tener. Iba a marcharme cuando mi padre hizo algo que me retuvo: primero se rascó los huevos, para a continuación, sin soltarse las peludas pelotas, descapullarse despacito el cipote, que fue adquiriendo un tamaño que hizo que se me secara la boca y un cosquilleo me recorriera los huevos y el estomago, como aquella vez, hace dos o tres años, cuando recogimos en la carretera a aquel grupo de soldados, y como no cabíamos todos en el vehículo me tuve que sentar sobre las piernas de uno y al poco rato noté como algo duro y grueso intentaba acomodarse entre mis nalgas, tarde un tiempo en comprender de que se trataba, entonces noté que mi cara enrojecía y que mi pequeño pene tomaba vida. Entonces el puso una de sus manos sobre mi paquete y empezó a sobármelo a través de la tela de mi short, permanecí inmóvil, intentando controlar mi excitación y sobre todo que ni mi padre ni el soldado que iba a mi derecha se diesen cuenta de lo que ocurría. 

Pero entonces la otra mano avanzó por mi pernera hasta llegar a mis testículos imberbes a los que empezó acariciar. Cuando llegamos a la estación el soldado se despidió de mí con una palmada en las nalgas, una sonrisa y un guiño. Cuando me pasé al asiento del copiloto procuré que nadie viera la macha en la parte delantera de mi short.

No podía apartar la mirada del cuerpo desnudo de mi padre, sus piernas fuertes, el ancho y velludo pecho, sus testículos peludos y esa verga que a mi me parecía enorme. Entonces se paró, dejó de masturbarse y se giró hacia la ducha, y yo corrí hacia la cama de matrimonio que íbamos a compartir. Mientras permaneció en la ducha, mi mano buscó bajo el elástico de mi calzoncillo un excitado sexo que ahora me parecía realmente pequeño. 

Mi padre abandonó el baño con una toalla a la cintura, se dirigió a la maleta y sin quitarse la toalla se colocó un boxer blanco, ajustado y abotonado en su delantera. Simulé estar dormido mientras se acostaba a mi lado, besó con cuidado mi mejilla y se acomodó. Minutos más tardes su respiración pausada delataba que ya se había dormido. Aún así permanecí como media hora sin moverme, pero mis huevos y polla seguían duros y a pesar del nerviosismo estiré mi mano hasta el bulto de su entrepierna. Lo acaricié a través de la tela, mi padre seguía inmóvil, entonces desabotoné y deslicé mi mano por el hueco de la bragueta. 

Allí estaba, gruesa, caliente y dormida. Empecé a acariciarla y poco a poco tomo vida…de repente su propietario gimió entre dientes y se volvió de dándome la espalda. El susto hizo que la soltara a tiempo y que me volviera a ocultarme bajo las sábanas. Permanecí inmóvil hasta que me dormí. 

Al día siguiente lo acompañe a varias visitas profesionales, cuando regresamos a la habitación del hotel rápidamente se despojo de traje y de nuevo el bulto de su entrepierna me produjo un cosquilleo en los huevos que me obligo a entrar en el baño para que no notara mi excitación, él apareció en la puerta justo en el momento en que me bajaba el calzoncillo y mi erección desafiaba la ley de la gravitación.

-“Vaya, tienes una buena herramienta”- dijo sonriendo

La vergüenza me paralizó, pero no puedo evitar que dijera en voz alta lo primero que me cruzo la cabeza: “la tuya es más grande, gorda y con más pelos”. La sorpresa e incredulidad se reflejo en su cara.

- “¿Cuándo has visto la mía?”

Ruborizado baje la mirada temiendo su enfado

- “Contesta”-ordenó

- “Te vas a enfadar” –atiné a decir

- “No, si me dices la verdad”

Entonces le conté lo sucedido la noche anterior y una sonrisa se dibujo en su cara

- ¿Quieres volver a tocarla?- preguntó mientras bajaba su boxer a medio muslo, dejando ver su polla medio erecta ya.

Oía mis propias palpitaciones cuando mi mano se aferró a su sexo

- “¿Ya has pajeado a algún amigo o compañero?”- pregunto de nuevo

- “No”

- ¿A alguno de tus hermanos?

- “A Raúl” – la sonrisa de mi padre se amplió

- “¿También le has mamado la polla a Raúl?”

- “No”

- “¿Quieres probarla?” – preguntó mientras la dirigía hacia mi boca

- “No se hacerlo”

- “Lame el capullo primero, y después te la metes en la boca como si fuera un chupa”

Al principio me costó, tuve arcadas pero al poco tiempo instintivamente estaba lamiendo, absorbiendo, ensalivando aquel pedazo de carne que cada vez parecía mayor. Mi padre empezó a jadear y mover sus caderas al mismo ritmo que yo se la chupaba, de golpe sentí que algo caliente golpeaba mi paladar, intenté tragar la más posible, pero buena parte de su leche se escapó por las comisuras de mi boca. De golpe se apartó de mí, me agarro en volandas, arrojándome sobre la cama y colocándome a cuatro patas. Separó mis nalgas y empezó a refregar su capullo sobre mi culo a la vez que se ordeñaba la verga. Acto seguido acercó su boca a mi agujero y comenzó a recorrerlo con su lengua. Fue una sensación muy agradable, no quería que acabara, que su lengua siguiera jugando con mi culito. 

Entonces paró y sentí como introducía uno de sus dedos en mi orificio, mientras su otra mano aferraba suavemente mi pene iniciando una masturbación. A pesar del escozor era una sensación nueva que pasó a ser agradable cuando el dedo empezó a golpear algo en mi interior, que hizo que mis huevos se pegaran a la base de la polla y mis caderas buscaran el compás del movimiento de sus manos. Notaba que mi cara ardía y de mi garganta seca solo salían jadeos y gemidos de placer. De golpe una corriente eléctrica me golpeó los huevos y recorrió la columna vertebral. Aprisioné su dedo con mi esfínter y entre grititos descargue en varios chorros todo el contenido de mis huevos. 

Después de abrazarme y besarme, me llevó en brazos al baño, nos duchamos juntos y por primera vez en mi vida, esa noche, dormí completamente desnudo y abrazado a mi padre. 

Al día siguiente lo pasamos en el zoológico. Después de comer señaló hacía un rincón del recinto de los chimpancés, donde una pareja practicaba sexo. Un macho grande penetraba de forma compulsiva a una joven hembra que inmovilizada chillaba ante la brutal violación del semental. 

-“Observa, esta noche te lo voy hacer yo a ti”- me susurro papa. El cosquilleo en mis huevos fue inmediato

- “No podrás, no me va a caber, me romperás el culo”- contesté entre risas

- “No serás el primer chaval al que le rajo el culo”- fue su contestación

Pasé el resto de la tarde deseando llegase el momento de estar a solas con él. La oportunidad llegó al volver al hotel. Nada más entrar en la habitación me ordenó que me desnudase y me colocase a cuatro patas sobre la cama, mientras tanto él se quitó la ropa, sacó un bote de lubrificante y me embadurnó la hendidura del ano. Introdujo un dedo, mi excitación aumentó, e inició un agradable mete y saca. Sentí un segundo dedo que se abría camino sin apenas dificultad. Giró mi cabeza hasta colocarla a la altura de su polla y empujó el capullo entre mis labios que empecé a lamer, mientras un tercer dedo me taladraba el ojete. Estuvo un rato dilatándome, puso más crema y se echo boca arriba en la cama. Hizo que me sentara sobre verga y empezó a introducírmela. El dolor inicial hizo que intentara escapar, me agarró por las caderas y me empujó hacia abajo. Algo se rompió dentro de mí, se me saltaron las lágrimas y di un pequeño grito. 

-“Tranquilo, métetela despacito”

cerré los ojos e intenté que penetrara un poco más. Pensé que era imposible que todo aquello cupiese dentro de mí. Entonces él volvió a mover sus caderas y sus peludos testículos golpearon mis nalgas. 

Me había ensartado completamente. La presión en mi interior era enorme, creí que me iba a orinar, los huevos empezaron a dolerme a pesar de que ambos permanecíamos completamente inmóviles. 

Sin darme cuenta inicié un tímido movimiento de arriba abajo. Papa sonrió y acompasó el movimiento de sus caderas al mío, el dolor había desaparecido y mi pene completamente tieso y enrojecido empezaba a soltar goterones de leche. Mientras mi culo, cada vez más abierto, no quería soltar su presa. Él pellizcaba mis tetillas y buscaba mi boca con la suya. No pude aguantar más y un chorro viscoso y blanco mancho su pecho.

Entonces dijo que me girara despacito, y sin sacármela del culo me puso a cuatro patas, agarró mis caderas y empezó a ensartarme de nuevo. Fue una enculada bestial, nuestros gemidos se mezclaban. Mi sexo, de nuevo empinado, golpeaba mi vientre, los dedos de mis pies se doblaron un segundo antes de volver a arrojar mi leche. Relaje mi cuerpo justo en el momento en el que mi padre derramaba todo el jugo de sus cojones en mi interior. 

Cuando me desempaló, no podía moverme, pero lo que me impresionó fue ver su verga cubierta de sangre. Me cogió en brazos y me llevó al baño, donde me aseó e hizo que le levara la polla. Después enrolló una gasa y la colocó taponándome mi maltratado culo.

Dolor y la sensación de tener el culo abierto me duró tres o cuatro días, período en el que me limité a hacerle varias mamadas a mi padre. 

De vuelta a casa, pasados unos días un asunto familiar hizo que volviésemos a quedarnos solos y papa me invitó a cenar fuera. Se dirigió a un área de servicio de la autovía, estacionó y me dijo que esperara mientras se dirigía a la cafetería. Fueron pasando los minutos mientras veía como varios camioneros aparcaban y se disponían a cenar o dormir. Pasado u rato volvió acompañado por un hombre corpulento y de mediana estatura, que resultó ser unos de esos camioneros estacionados. 

Nos dirigimos a la cabina de su camión, donde entre ambos me desnudaron, ellos hicieron lo propio, el camionero me sentó en la colchoneta y empezó a mamármela. Papa se colocó un condón y lo penetró mientras el seguía chupándomela. No tardé mucho en correrme en su boca, lamió todo lo pudo. Se incorporó:

- “Ahora me toca a mi”- dijo mientras me colocaba a cuatro patas, papa le dio un condón que él se puso (tenía una verga no muy grande pero gruesa). Untó algo entre mis nalgas y encajó su miembro en mi culo, entró con bastante facilidad, y empezó a culearme con ganas. Papa se quitó la goma que cubría su pene, que brilló pringado de líquido preseminal ante mis ojos, agarré sus huevos y lo atraje hacia mi boca, tragándome aquel pedazo de carne que me había descubierto todo un mundo de sensaciones. El camionero jadeaba mientras que con cada una de sus embestidas golpeaba mi próstata, provocando que un hilillo de semen saliera de mis huevos. De momento suspiró y disminuyó sus envestidas, se había venido y se retiró de mi interior poco a poco. 

En ese momento papa también se apartó y nos ordenó que nos colocásemos a cuatro patas, uno junto al otro, envistiéndonos alternativamente. A pesar de tener el ojete bien dilatado ya, sentí el tamaño y grosor de su verga haciendo que mi culo se abriera aún más. Haciendo que sintiera mi culo huérfano cuando penetraba al camionero. Entonces me introdujo un par de dedos mientras que con un bramido descargo dentro del camionero que chillaba de placer. 

De esto han pasado ya varios años, papa sigue siendo tan atractivo como entonces. Han sido muchos años de placer compartido, pero eso merece ser contado en otra ocasión. 


El cazador de camioneros

  Yo se que muchos de los que lean esto, no van a mirar con buenos ojos que uno se aproveche de las circunstancias para lograr objetivos. Pueden considerarlo mezquino y poco ético. Pero les garantizo que las cosas no las hice con premeditación, como muchos pudieran pensar. Más que bien fue la casualidad la que me llevó a ella, luego un poco de análisis sobre las circunstancias que rodearon a los hechos, me permitió sacar conclusiones que luego al ser llevadas a la práctica me dieron buenos resultados. Finalmente con esa experiencia no me da vergüenza ir al seguro.

Así, como les comento, empezaron las cosas. Cuando paseaba por las carreteras siempre me daba cierta curiosidad por esos sitios donde los camioneros, después de largas jornadas de trabajo se detienen a comer algo y a descansar. Generalmente en esos lugares hay una gasolinera, un hostal barato y un club de putas. Pero el club de putas no está siempre. Un día llegando a Llanes a uno de estos lugares, la curiosidad me atrajo y como un viajero cualquiera aparqué mi coche y entré en el bar cafetería. Pensé solo pedir un café y mirar. Al entrar eran cerca de las 8 de la noche. Me fui a la barra y pedí un café. Las 8 mesas del bar estaban ocupadas. En unas habían hasta 4 hombres cenando pero en la mayoría solo había uno. Había de todos los tipos. Altos y bajitos. Trigueños, castaños y rubios. Lampiños y velludos. Incluso no todos eran españoles, también había portugueses (de los cuales existe la leyenda urbana de que siempre les está creciendo la polla hasta el fin de sus días). En fin aquello era un espectáculo para alucinar. Lo que si era un factor común era la masculinidad de aquellos tíos. El olor a macho era lo que predominaba y de verdad que con mucho disimulo fui pasando mi vista por aquellas mesas quedándome perplejo. Tanta concentración de hombres guapos no había visto nunca. El ambiente me hizo cambiar de planes y decidí prolongar mi estancia en el lugar y que mejor que pedir una mesa para cenar, claro para ello tenía que esperar como lo hacían varios camioneros en la barra y por eso decidí pedir una cerveza mientras esperaba. Así empecé a conversar con mi vecino de barra. Era un camionero, casado y con dos hijos. Que vivía en Oviedo pero que estaba haciendo un viaje de Lisboa a Paris para llevar una carga. También me contó que después viajaría a Marsella a recoger otra carga que debería llevar a Berlin. Nuestra conversación se mostró animada y por ello cuando llegó mi turno para cenar lo invité a ocupar mi mesa. Juan aceptó de buen agrado y continuamos charlando y cenando por espacio de una hora más. Llegó el final y lamentablemente teníamos que despedirnos. Juan me había comentado que por el tiempo que llevaba conduciendo estaba obligado a parar unas cuantas horas y descansar. Y que se iba a meter en la cama de su camión a dormir. Nos despedimos con un buen apretón de mano. Yo pensé que era el momento de irme a casa que está a una media hora del lugar, pero no se porque extraño instinto continué merodeando por el sitio. Finalmente, sin ninguna necesidad alquilé una habitación en el hostal de ese lugar y me fui a descansar un rato. 

Como a la hora salí de la habitación, bajé al bar y para mi sorpresa me encuentro a Juan en la barra. Estaba tomándose un café y como ya nos conocíamos, yo me acerqué y lo saludé. También pedí un café y me senté a su lado. Juan me comentó que estaba de mala ostia, que antes aquí tenían un puticlub pero que ahora ya no estaba funcionando. Así que su plan de limpiar el fusil estaba descartado. Mi única esperanza es empatarme con algunos de los gays que suelen merodear estos sitios detrás de machos camioneros necesitados de un buen polvo como él. Y sin que mediara ningún preámbulo me comentó: no te apetece hacerme el favor y darme una buena mamada.

La frescura del planteamiento de Juan me dejó en una sola pieza. Así que yo estaba explorando con disimulo aquel sitio. Y resulta que toda mi discreción era por gusto, pues era habitual que muchos gays ya habían descubierto que allí se podían empatar con los camioneros. Y que cuando yo empecé a conversar con Juan ya él pensaba en que yo lo que quería era sexo, Y lo peor o quizás lo mejor era que lo mismo habían pensado buena parte de los camioneros presentes e incluso el empleado del bar. Aquello me dio corte, pero luego me dio soltura, pues me percaté que no todos los que merodeaban eran camioneros, sino que también habían hombres que buscaban hombres. 

De primera le tiré a broma la petición de Juan, pero seguí conversando con él porque su oferta no estaba para nada desechable. Finalmente salimos fuera del bar y Juan quería invitarme a que conociera su camión. Pero a mi me pareció más discreto que yo subiera a mi habitación y lo esperara allí.

De inmediato me despedí de Juan, le dije que mi habitación era la Nº 101, que solo tenía que subir a la primera planta por la escalera y luego tomar a la derecha pues era la última del pasillo. De inmediato me dirigí a mi habitación y dejé la puerta entre abierta esperando la llegada de Juan. Estaba un poco nervioso, pues todo había sido tan de repente que no me lo podía creer. Pasaron unos minutos, no recuerdo cuantos, se que fueron pocos aunque a mi me parecieron muchos y de repente sentí la voz de Juan que me preguntó, como para estar seguro de no equivocarse: ¿Carlos, estás ahí? Y yo de inmediato le contesté: Si pasa, te estoy esperando.

Los primeros minutos fueron de un poco de tensión, porque en realidad los dos estábamos algo cortados. Pensé que lo mejor era sacar alguna conversación trivial, para estos casos lo que primero se da es hablar del tiempo: Y ahí vino mi exclamación clásica: Que calor hace y esta maldita habitación no tiene aire acondicionado.

Juan se sentó en una butaca que daba a un espejo de pared, de forma que ahora por si fuera poco lo podía ver dos veces y sin dar más preámbulo me lancé a la acción. Poco a poco fui desabrochando los botones de su camisa que me permitían tener acceso a los vellos de un pecho muy hermoso y lo primero que se me ocurrió fue acariciarlo. Juan aceptó mis caricias con una sonrisa de placer y acomodándose más en la butaca y subió sus brazos para con sus dos manos detrás de su cabeza insinuar que continuara con mis caricias. Aquel gesto me dio más tranquilidad y continué el deleite de acariciar su pecho y sus tetillas que me costó inicialmente trabajo encontrarlas entre la selva de sus vellos. Cuando llegué a ellas estaban flácidas pero con un par de roces se empezaron a endurecer por lo que fui acercando mi boca a su pecho y continué mis caricias, ahora con mi lengua. Juan estaba disfrutando el calentamiento que le estaba dando. Mi lengua no dejaba de juguetear con su pecho, con sus tetillas, con los vellos de su pecho. Así que decidí ponerlo más a mi alcance y sin dejar de darle lengua lo empecé a despojar de su camisa. Yo sabía que estaba empalmado a tope. No le había palpado la polla intencionalmente, pero su respiración se hacía más continua y entrecortada, sobre todo cuando con mi lengua comencé a juguetear con su ombligo. Con mi boca trataba de llegar más debajo de su ombligo, pero el cinto y la cremallera de su pantalón lo impedían. Juan lo estaba cada vez deseando más, hasta que cabreado y sin incorporarse mucho desabrochó el cinto de su pantalón y descorrió la cremallera. Ahora podía observar que su polla estaba desesperada por liberarse del calzoncillo y exhibirse ante mi lujuriosa lengua. Pero yo estaba en plan de desesperarlo y elevar su deseo al máximo, así que no hice nada por dejarla al aire libre. Ahora con mi lengua podía llegar más debajo de su ombligo y lamer cada vez más cerca de la cabeza de su polla que ya dejaba muestras de estar babeándose de deseos.

Aquí Juan no pudo más y me dijo con una voz que mostraba su deseo desesperado: acaba de empezar a mamármela, porque me voy a correr antes de que empieces.

Ya era suficiente, así que me decidí ver por primera vez lo que estaba debajo de la tela y de primero le quité le pantalón y finalmente el calzoncillo. De nuevo él se sentó en la butaca, ahora completamente desnudo y yo con toda mi ropa. Cuando vi su polla libre por poco me muero del susto. Nunca había visto un aparato semejante. Era una polla muy hermosa, gorda y grande como para salir corriendo. Su cabeza estaba bañada por el líquido seminal y su tronco tenía un par de venas gordas que estaban a punto de explotar. Fui acercando mi boca al tronco donde empieza, cerca de sus huevos y lo primero que hice fue besárselos. Juan abrió más las piernas para que pudiera disfrutar de sus huevos con más facilidad y después de besarlos varias veces se los empecé a chupar. Primero uno y después el otro. No pudo meter los dos huevos a la vez en mi boca, porque no cabían. Finalmente fui lamiendo su tranca poco a poco y acercándome cada vez más a aquella cabeza que deseaba ser chupada. Al fin con mi lengua empecé a acariciarla y finalmente le di un solo chupón, que provocó una exclamación de placer que decía: ¡Cojones, acaba de empezar a mamar que me estás desesperando!

Eso era lo que yo quería, desesperarlo hasta que él me pidiera que se la mamara con el máximo de deseo. Así que continué con mi tarea de seguir disfrutando de sus huevos y cada cierto tiempo le daba una pequeña chupada a la cabeza de su polla que le hacía cerrar los ojos y contraer todos los músculos de su vientre de placer. Estuve en ese juego varios minutos hasta que una vez, cuando él esperaba que la tortura por el placer continuara, no saqué la cabeza de su polla de mi boca, sino que continué chupándosela con mayor intensidad. Comencé a sentir como su polla rugía y como sus manos sujetaban mi cabeza para que no pudiera abandonar la mamada. Ahora no estaba en disposición de que yo continuara con mi juego y comenzó a embestirme con su polla que penetraba casi completa en mi boca, que se introducía en mi garganta, que hacía que mis lágrimas se salieran. En un momento dejó que me la sacara por un instante de la boca. Me decía: esto es solo para que tomes un poco de aire y de nuevo me dijo: Venga, sigue mamando. Ahora pude observar que tenía su polla totalmente cubierta con mi saliva que copiosamente le bañaba su hermoso par de huevos. De nuevo sujetó mi cabeza y presentó la cabeza de su polla en mis labios y de nuevo comencé a mamar y a sentir como sin piedad metía su gordo tronco en lo más profundo de mi boca y ahora era yo el que le mamaba con desespero. Me di cuenta que estaba sudando copiosamente cuando comencé a sentir que aquel trozo de carne en mi boca cada vez se estremecía más hasta que soltó el primer chorro de leche caliente. Me di cuenta que no era su intención dejar que yo me escapara y continuó lanzando sus chorros de leche en mi boca uno tras otro sin dejarme otra opción que tragarme su leche.

Cuando me percaté que estaba terminando de correrse en mi boca y hacerme tragar su leche yo me había sujetado con fuerza de su cintura. Sabía que cuando un hombre se corre su polla se pone más sensible. Y le iba a sacar hasta la última gota de leche de sus huevos. Así fue, el quería que le soltara la polla y yo le daba una chupada y hacía que se estremecieran todos los músculos de su cuerpo. Me decía que se la soltara y yo me sujetaba con fuerza a su cintura, soltaba su polla sensible en mi boca pero no la sacaba de allí y cuando veía que se recuperaba algo volvía a mamarle de nuevo y hacerlo estremecerse. Al fin Juan comprendió que mientras su polla estuviera sensible yo iba a continuar disfrutándolo. 

Cuando le solté la polla, Juan estaba totalmente sudado, me dijo: nunca me han dado una mamada así y se echó en la cama y de inmediato se quedó dormido por un par de horas.

Mientras Juan dormía en aquella cama de aquel hostal en medio de la carretera donde los camioneros aparcaban sus vehículos para pasar la noche y descansar yo no dejaba de observar aquel hombre desnudo. No tenía ningún desperdicio. Era un hombre de músculos fuertes, los vellos le cubrían el pecho pero dejaban una deliciosa piel limpia en sus hombros y en la espalda y cuanto más lo miraba más deseo sentía por volver a disfrutar el sabor de su piel con mi lengua. Durante esas dos horas no dejé de disfrutar con mi vista aquel ejemplar de camionero que había cazado aquella noche. En más de una ocasión me volví a empalmar, pero no intenté por un instante tocarlo e interrumpir su sueño. De pronto sonó su teléfono móvil y Juan se despertó, era su esposa. Comenzó a hablar con ella mientras yo aproveché y comencé a acariciarlo de nuevo. Al principio Juan se cortó, le costaba trabajo hablar con la madre de sus hijos mientras yo lo acariciaba y lo estaba empalmando de nuevo. Cuando colgó la llamada. Se sonrió y me dijo: ¿Qué tal te parece si nos damos una ducha? De más está decir que acepté gustoso a esa invitación y mientras él se dirigía al baño yo me desnudé y cuando él se estaba mojando bajo el chorro de agua yo entré en la bañera y comencé con el gel que untaba en mis manos a enjabonarlo por todas partes. De las caricias de mis manos a sus huevos y a su polla Juan se volvió a empalmar totalmente y me metió bajo el chorro de agua de la ducha y comenzó a enjabonarme. Mis manos no dejaban de acariciar alguna parte de su cuerpo cuando él con las suyas me estaba enjabonando. Acariciaba mi piel, pero lo que más le gustaba era acariciar mis nalgas, yo empecé a sentir como cada vez que sus manos se acercaban a mi culo sus dedos lo acariciaban en círrculo. De momento me tenía abrazado contra su pecho, sentía como su polla se metía entre mis piernas, mientras que mi culo era dilatado por sus dedos y el jabón. En ese momento sentí pánico. Juan se estaba preparando para encularme y ya yo sabía la clase de aparato que tenía. 

Con aquella polla entre mis piernas y abrazado contra su pecho Juan me besó en la boca. Su lengua empezó a tratar de entrar y pronto sentí que al igual que le había chupado la polla hacía un par de horas, ahora estaba chupándole su lengua. Mis corazón latía precipitadamente cuando él con sus manos me hizo dar la vuelta y de nuevo metió su polla entre mis piernas. Su polla rozaba mi culo una y otra vez y de pronto encontró mi esfínter dilatado y entró. De un solo golpe, aquella polla entró por mi culo hasta que sentí como sus huevos rozaban mis nalgas. Juan me sujetó de la cintura unos instantes. Yo sentía que aquel pedazo de carne en mis entrañas me iba a reventar, mientras la leche se me quería salir. Después poco a poco sentí como aquel pedazo de polla comenzaba a abandonar mi interior pero casi al salir volvía entrar de nuevo a ocupar su posición total. A ese ritmo lento continuaron sus primeras embestidas, cuando acababa de metermela completa yo sentía como con fuerza apretaba mi cintura y de nuevo a ese mete y saca que empezó a enloquecerme. Y pronto el ritmo se aceleró y mis piernas comenzaron a temblar, pero Juan no cedía, aquello no terminaba, me estaba follando con un placer y sin ningún tipo de consideración. Yo solo pensaba que acabara de correrse, pero aquello seguía y a Juan le pareció poco y me hizo poner un pie en el borde de la bañera, sentí que mi culo se abría más para permitir que su polla llegara a más profundidad. Temí resbalar y caerme pero sus embestidas continuaron con la misma firmeza e incluso me dio una seguridad de que su fuerza dominante no me permitiría caerme ni sacármela hasta que la leche saliera de sus cojones e inundara mi maltrecho culo. Cuando sentí sus expresiones de placer las embestidas eran a un ritmo implacable y casi simultáneamente mi polla soltó un chorro de leche increíble y casi juntos llegamos al orgasmo. Luego nos aclaramos el agua y cada uno trataba de secar al otro hasta que al fin nos sumergimos en un beso profundo y nos fuimos a la cama a dormir los dos juntos. 

Al despertarnos Juan tenía apuro por tomar la carretera, nos despedimos con un profundo beso y no volví a verlo hasta dentro de 10 días, cuando volvía de regreso de su viaje a Alemania. El día anterior a su regreso me llamó y quedamos y de nuevo me dio una espectacular follada. Pero lo más interesante fue que la mamada que le había dado la conocían varios de sus amigos camioneros por lo que después que terminamos tuve que sacarle la leche a tres de sus amigos.

A partir de ese momento he tenido una actividad sexual muy intensa porque cada dos o tres días me paso por el sitio y nada más llego se me acerca algún camionero necesitado que yo no dejo de complacer. Si no veo a ninguno en el bar es muy fácil encontrar al camionero que espera por el sexo pues tienen una contraseña, dejan las luces traseras del camión encendidas y ya sabes que puedes abordar el camión sin ninguna preocupación más que la de encontrarte que ya el camionero se está follando a alguien que llegó primero, pero en la mayoría de las ocasiones eso no constituye un problema pues te invitan a participar en el trío.

El que se dedica a indicarle a los tíos que conmigo no hay problema es el mismo empleado del bar que conoce a los camioneros y a los gays que frecuentan al lugar. Otra cosa interesante es que casi ninguno de los camioneros que allí están se muestra reacio a follarse a un tío, incluso en muchas ocasiones se follan entre ellos, pues su trabajo en la carretera días y días les hace estar alejados de sus esposas y tienen necesidad de sexo. Cuando es más fácil conquistarlos es cuando vienen de regreso a sus casas, pues entonces llevan muchos días sin follar y se empatan con el primero que pueden. De esta forma llegué a darme cuenta que ese mundo de hombres machotes que tanto hablan de su heterosexualidad en sus conversaciones cotidianas es tan proclive a las prácticas homosexuales. Nada que cazar camioneros es lo más fácil del mundo.

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