Era una vista magnífica la que yo tenía hincado detrás de él, quien se encontraba empinado, sus fuertes, peludas, afiladas, paradas y varoniles nalgas, su espalda hendida y velluda, sus hombros anchos, sus brazos fuertes le servían de apoyo a su cabeza que se encontraba pegada a una almohada, sólo mostraba su nuca.
Le unte con un par de dedos mucho lubricante, se los metía para ver que tan relajado estaba, pero se estremecía cada que lo intentaba. Le pregunté: – ¿Estás seguro, quieres que te la meta?. - Sí, pero despacito –contestó-
Le acerqué la cabezota de mi verga a ese hoyito y le volví a decir que si le dolía mucho, con confianza me dijera, para detenerme y no habría ningún problema. Que yo entendería su reacción, que era natural en un hombre de 34 años, casado y que por primera vez se entregaba a un macho. Me preguntó casi enojado, en la posición que él estaba si realmente yo quería penetrarlo, le dije que sí, entonces me dijo: pues hazlo ya cabrón.
Al apoyar mi cabezona en su culito sentí como se contrajo, empuje despacio, suave, con paciencia, en la habitación sólo se oían nuestras respiraciones, la mía lenta y profunda, en cambio la de él, agitada, rápida y nerviosa. Eso me prendía y me ponía muy tiesa la barra.
Empuje con un poco más de fuerza y logré que la mitad de la cabeza pasara, a él lo sentía tenso, pero sin ninguna intención de quitarse, lo sujete con fuerza de las caderas y logré que entrara toda la cabezona, escuché como bufó, comenzó a exagerar su respiración, muy pronunciada, fuerte, escandalosa. Nuevamente le pregunté si hasta ahí, sólo alcance a ver como movía su cabeza de un lado a otro diciéndome que no.
Con su permiso le deje ir un par de centímetros de mi gruesa pistola. Entonces él, como que tuvo la intención de pararse, al tiempo que llevaba una de sus manos hacia mi verga, como tratando de detenerla o sacarla. Pero volvió a su posición, esta vez con la cabeza de lado, nuevamente ataqué, y otro trozo de carne avanzaba por su rojísimo culo. Al momento pujo con fuerza, ahora era su culo el que quería sacar al duro intruso.
Y me detuve, podía ver el sufrimiento en su cara, los dientes y ojos apretados. Pero él permanecía ahí, sin moverse, dispuesto a todo. Entonces fue él quien hizo hacia atrás su cuerpo, le entró media verga y de su boca escapó un ahhahhahh, agudo, fuerte, como cuando te das un golpe en seco en el tobillo o codo.
Me sorprendió que ni siquiera hubiera hecho el intento de salirse, safarse de mi pene. Eso me tenía a mil, pero decidí acariciar su velluda espalda, recorrerla con la palma de mis manos, enredar su pelitos entre mis dedos, me doblé sobre él y le besaba toda esa área. Le daba tiempo para no lastimarlo más, esperaba que se relajara su ano que apretaba de tal forma mi pene que sentía como si fuera una mano. Y entonces reclamó, pidió que se la acabara de meter de una vez, escondió su cabeza entre las sábanas, lo sujeté con fuerza y empuje lo más firme que pude.
Sus manos se aferraron a las cobijas de la cama, su boca mordió la almohada, su frente chorreaba enormes gotas de sudor, apretó al máximo sus ojos, tenso más cada músculo de su cuerpo, eso me prendía.
Y lentamente se la saqué un poco, nuevamente con lentitud se la enterré y él con sus dientes enterrados en la almohada, respiraba con dificultad, se la metí completa, y alcanzó a balbucear…dale con fuerza, “reviéntame el culo papacito”.
Eso fue estimulante, tomé sus caderas y se la metí completa, le deje caer todo mi peso concentrado en mi pene, moví mis fuertes y grandes manos hacia debajo de sus nalgas, las separé con rudeza, y con mis piernas me impulsaba hacia su culo, quería lastimarlo, deseaba romperle el culo como me lo pidió.
Comencé un fuerte y brutal mete y saca. Yo sólo veía como los músculos de su cuello se tensaban ante tal embate, comencé a respirar fuerte, en determinado momento, ya eran bufidos marcados al ritmo de mis penetraciones.
En cambio él sólo se quejaba, lloraba, pujaba, todo su cuerpo estaba lleno de sudor, pero los más húmedo era su cara de barba cerrada, sudaba copiosamente, le salían lágrimas por sus ojos desorbitados, abiertos al máximo, y en ocasiones cerrados fuertemente, de sus fosas nasales completamente dilatadas no paraban los fluidos, y de su boca abierta, caían hilos de saliva.
Eso me prendía más, yo sólo buscaba darle placer, dañarlo, hacerle ver estrellas, se la hundía completa, mientras mis manos separaban sus deliciosas nalgas de cabrón, y de inmediato pasaba mis manos por su peludísimo pecho, sujetaba sus hombros y lo jalaba hacia mi, quería fusionarme con él.
De repente comenzó a gritar ya, ya, ya, pensé que ya no quería más verga, le dije que no, que me diera un minuto más, pero me aclaró que no, le pasé una de mis manos por su vientre colgante, peludísimo, y toqué su flácido pene, estaba teniendo un orgasmo, salían chorros de esperma sin que siquiera se le hubiera parado.
Al sentir esa leche caliente de macho, casado, peludo, recorrer mis dedos me excitó tanto que acabé dentro de él, en fuertes, potentes, gruesos y abundantes chorros, le llené todo su orificio.
Sin sacársela, ambos nos desplomamos en la cama por el esfuerzo, me quede acostado sobre él, poco a poco nuestras respiraciones se normalizaron, el cuarto estaba colmado del aroma del sexo brutal que habíamos tenido los dos machos.
Unos minutos más, y me moví fuera de él, con la verga un poco entonada, y bajé mi boca para besar sus deliciosas nalgas y antes del sexo, su virginal culo, en agradecimiento por el infinito placer que me dio este cabrón, cuando me di cuenta, le había hecho mucho daño, le salían hilitos de sangre, mezclados con semen.
De inmediato, me incorporé, lo abrace con mucha ternura, como para protegerlo del monstruo que le había hecho ese daño (o sea yo), comencé a besarlo, pedirle perdón, atropelladamente le pregunté por qué no me dijo nada, por qué no pidió que parara mis embestidas, por qué no se quitó o gritó.
él extrañamente me veía directo a los ojos, sin ninguna expresión, no sabía si era por lo ridículo que me veía nervioso, espantado, temeroso, y me dijo con un tono de voz neutral: ¿te gustó?, bajé la cabeza apenado, la escondí en su velludo pecho y con algo de miedo le dije que sí…¿lo volverías a hacer, me romperías el culo?…no sabía qué contestar, decidí hablar como siempre con la verdad, pasara lo que pasara: sí –le contesté con firmeza-.
Y con el mismo tono de voz, dijo: no me quité, ni grité, porque vi que te gustaba, y con una voz más firme continuó: no me importa si me rompes o no el culo, si me lo sangras o no, sólo quiero hacerte gozar, soy tuyo, reviéntame el culo cuantas veces quieras, como quieras, cabrones vergones, machos, revienta culos como tú, se lo merecen…
Sus palabras me pusieron rígido el palo, le metí con brutalidad dos dedos en su húmedo culo, para voltearlo boca abajo, su cara se descompuso, lo besé fuerte, al colocarlo con sus nalgas al aire, dijo reviéntamelo otra vez, bajo la cabeza, mordió la almohada y yo sólo se lo empuje hasta el fondo de una sola vez.
No hay comentarios:
Publicar un comentario