domingo, 5 de febrero de 2012

El papá de Roberto


Cuando conocí a Roberto no imaginé siquiera que pudiéramos ser amigos. Él era el muchacho guapo, atlético y más popular del salón. A mis 18 años, con todos los complejos propios de la adolescencia, me sentía muy inferior a él. Si bien, soy atractivo y de complexión delgada, al lado de él yo creo que ni siquiera podría soñar en compararme.

De todos modos, nos hicimos amigos, y muy secretamente, empecé a pensar en él muchas veces al día. Nunca antes me había pasado. Había tenido noviecitas, amigas y todo eso. También había notado que cierto tipo de hombres me atraían, pero prefería no pensar mucho en eso. Con Roberto fue diferente. Era mi amigo y llegué a tenerle mucho cariño, y de allí, a imaginar lo que sería besarlo o verlo desnudo, fue solo un paso.
De todos modos, la cosa era nada más que un sueño. Él era totalmente hetero y jamás vi nada en él que me hiciera pensar lo contrario. Así que relegué mis pensamientos muy dentro de mí y me conformé con su amistad solamente. Roberto y yo íbamos en la misma escuela y siempre tratamos de estar en los mismos grupos de trabajo. Fue en una de esas tareas que se hacen en grupo que sucedió todo. En esa ocasión le tocó a Roberto ofrecer su casa para que trabajáramos esa tarde.

Éramos 4 muchachos y una chica. Nos vimos en casa de Roberto e hicimos parte del trabajo. Ya como a las 8 de la noche llegó su papá de trabajar. Yo no lo conocía, y me sorprendió muchísimo el enorme parecido de Roberto con su papá. El era un señor como de 40 años, con la misma belleza de su hijo, pero con los masculinos rasgos que da la edad. Recuerdo que me llamó mucho la atención sus brazos velludos y los pelos del pecho que aparecían por los botones superiores de su camisa. El hombre me dejó encantado. Era Roberto, pero maduro, más sexi y tremendamente atractivo.

Más tarde, los chicos comenzaron a marcharse y solo quedamos Roberto y yo. Estaba ya por irme yo también cuando el papá de Roberto apareció nuevamente. Se había cambiado su ropa de trabajo y traía ahora un viejo short y una camiseta nada más. Si ya antes me había gustado ahora me dejó sin habla. Tenía unas piernas bastante fuertes y peludas. No pude dejar de imaginar como sería de peludo debajo de ese short.
El papá de Roberto sacó una cerveza del refrigerador y se sentó en la sala a mirar la TV. Yo cambié mi lugar en la mesa donde estábamos trabajando para poder mirarlo sin que fuera obvio o él lo notara. Aparenté seguir trabajando, pero en realidad solo miraba al señor frente al televisor. Unos minutos después el papá de Roberto abrió las piernas para acomodarse y sorpresa, el short se abrió y me di cuenta que debajo no llevaba nada puesto.

Un redondo y peludo huevo asomó por la abertura de la pierna. Tuve una erección casi inmediata y traté de disimular el calor que sentía por dentro. El señor no pareció darse cuenta que su huevo estaba de fuera, porque permaneció así por un buen rato y yo me deleité con esa visión.

Poco después, el papá de Roberto se paró a buscar otra cerveza, y cuando estuvo de pie vi que su short mostraba un buen bulto debajo, y la forma de su verga, bastante grande, se dibujaba bajo la tela. El señor se acomodó la verga, aparentemente ajeno a mi vigilancia, y noté la forma gorda y suave de su pito mientras el se lo acomodaba. Al caminar hacia la cocina admiré su trasero, firme y fuerte, y cuando se agachó para recoger algo del suelo, volví a ver sus huevos colgantes asomando del short. Definitivamente yo babeaba de deseo y solo esperaba que nadie lo notara.

Al parecer las cervezas se habían terminado, y el señor le ordenó a Roberto que fuera a buscarle algunas. Roberto se quejó, le dijo que a esa hora ya estaban cerradas las tiendas cercanas, y que si iba hasta el súper tardaría casi una hora en volver. El papá le dijo que no había problema, que podía esperar. Roberto me miró, furioso y disculpándose por la demora en nuestro trabajo, le dije que no importaba, que yo lo esperaba todo el tiempo que quisiera. Y se marchó.
Ahora estábamos solos su papá y yo. Me sentía nervioso y acalorado. Y al parecer, también el papá de Roberto, porque se quitó la playera y volvió a sentarse en la sala. Yo me excité más todavía al mirar su pecho, peludo desde la garganta hasta el ombligo. Y no me moví por miedo a mostrar la enorme erección que tenía bajo mis calzones.

De pronto, y sin voltear a mirarme, el papá de Roberto dijo:
- Si tanto me miras ¿porque no vienes aquí y lo haces de cerca?
Yo me quedé mudo. No sabía que hacer. Sentía ganas de hacerlo pero también mucha vergüenza de haber sido descubierto. Me quedé helado y no pude ni moverme.
- ¡Que vengas aquí! – me gritó.
Yo me paré y caminé hasta quedar frente a él. No dijo nada mas, solo me miraba y estudiaba mi mirada. Comenzó a acariciarse el pecho, a pellizcar sus tetillas oscuras y velludas. Sus manos fueron bajando hasta el bulto ahora más grande de su entrepierna. Yo lo miraba hipnotizado. Alzando un poco las nalgas se despojó de su short, mostrándome la verga más grande y peluda que hubiera visto nunca.
- Te gusta, ¿verdad?
Yo seguía en silencio.
- No me engañas, eres una pequeña putita y te mueres por tocarme la verga.
Yo estaba petrificado. El tomó una de mis manos y la llevó hasta su pito erecto. Era grande y estaba caliente. Comencé a acariciarlo, a sobarlo, a subirle y bajarle el pellejo, cubriendo y descubriendo su enorme cabezota, que ya goteaba su liquido blanco y transparente.

- Eso es, putita, menéame la verga, hazla crecer más todavía, que eso es lo que necesitas, una vara grande y tiesa que te rompa el culo.
Seguí agarrado a aquel poste de carne, ya sin querer soltarlo.
- Ahora mis huevos, no te olvides de mis bolas. Acarícialas también, -me ordenó.
Tomé sus huevos con mi otra mano, Se sentían pesados y calientes. Peludos y suaves, colgando entre sus piernas.
- Lámelos, -me susurró-, métetelos en la boca, putita, mójalos con tu lengua.
Me acosté frente a sus piernas abiertas. El olor del macho llenó mis narices. Acerqué mi cara a sus huevos y comencé a lamerlos como si fueran una golosina. Lo siguiente y natural fue meterme su enorme verga en la boca y él comenzó a gemir de placer.
- Cómete mi verga, puta, acábatela, se que te encanta, lo noto en la forma que la chupas.
Después de un rato, su verga se hinchó más todavía, se puso dura como piedra y sus gemidos subieron de tono. El papá de Roberto se puso de pie y me tomó de una mano. Sin explicarme nada me llevó de vuelta a la mesa del comedor. Empujó los papeles y lápices de nuestra tarea a un lado y me empujó sobre la mesa, dándole a él la espalda. Manipuló los botones de mi pantalón y de un tirón me los bajó hasta las rodillas. Lo mismo hizo después con mis calzones.

- ¡Qué culo!,- dijo, -tiernito como me gustan y virgen por lo que veo.
Yo estaba temblando de miedo y de anticipación. Había llegado a imaginar lo que sería que alguien te cogiera, pero nunca pensé que de verdad eso me sucediera algún día. Y ahora estaba allí, a punto de ser perforado por una enorme estaca de carne y ya no había vuelta a atrás. El miedo me paralizó.
- Veamos ese agujerito, putita, quiero ver que tanto va a estirar para darle cabida a esta verga que se va a comer.
Tomó mis nalgas entre sus manos y me las separó. Me sentí totalmente desvalido allí, en pleno comedor y con el culo tan expuesto. Imaginé lo que sería que llegara Roberto en este momento y me encontrara allí, con las nalgas abiertas por su propio padre y a punto de ser violado por él. En vez de asustarme, eso me excitó más todavía.
- Pero si es una ricura-, dijo el papá de Roberto, -voy a disfrutar mucho desvirgándote.
Sentí sus caricias en mis nalgas, después su lengua lamiéndolas, y por ultimo, su lengua caliente y húmeda entrando en mi ano. Después de un rato se detuvo. Voltee a mirarlo y lo vi allí, parado con su enorme verga en la mano y enfilando hacia mi culo. Todo un macho, velludo y guapo, y a punto de cogerme.
- Te llegó la hora, putita, ahora serás mía, prepárate.

La punta de su verga se apoyó en mi ano y después presionó, primero suave y luego con un fuerte empujón entró en mi cuerpo. El dolor fue inmenso. Sin pensar en lo que hacía pegué un grito fuerte y después hasta de eso me olvidé. Sólo podía pensar en el hierro que me estaba metiendo y que parecía iba a partirme por la mitad. El papá de Roberto ni caso me hizo. Se afianzó de mis hombros y no dejó de empujar hasta que los pelos de su pubis tocaron mis nalgas. Después me dejó tomar el aliento y recuperarme un poco.
- Tranquila, putita, ya la tienes adentro, ya es toda tuya, te pertenece, gózala, disfrútala.
Y allí estaba yo, abierto de culo y con la verga del papá de mi mejor amigo metida hasta los cojones en mi trasero. Esa imagen borró mi dolor y solo ansié que me traspasara, que me poseyera y que hiciera de mí lo que se le antojara.
Creo que él se dio cuenta de lo que sentía, porque empezó entonces a moverse, a meter y sacar su pene con energía y un ritmo al que pronto me acompasé.

- Eso, putita, muévete, dame las nalgas, deja que te la meta hasta el fondo, hasta que tu culo se abra y te deje adentro mi leche.
De allí en adelante no supe más. Solo lo dejé hacer de mi culo su morada, me acoplé a sus embestidas y cooperé con su cuerpo hasta que exhausto se vino dentro de mí, llenándome las entrañas con su semen.
Habían transcurrido ya casi 50 minutos desde la partida de Roberto, así que se apresuró a lavarse y ponerse de nuevo su ropa. Al regresar del baño yo estaba poniéndome los calzones y notó mi erección.
- Putita, puedes masturbarte si quieres – me aconsejó.
Yo sentí mucha vergüenza para masturbarme frente a él, y no hice nada. El me tomó de la mano y me llevó al baño.
- Obedece – me urgió – te dije que te masturbaras.
Yo empecé a menearme la verga y el se puso a mis espaldas y sin aviso alguno me metió dos dedos en el culo. Eso me hizo venirme casi al instante. Después se lavó las manos y me dejó allí con mi ropa para que me cambiara.
Cuando salí del baño Roberto ya estaba en la casa y su papá miraba la televisión nuevamente. No dije nada. Sólo me acerqué a la mesa y en pocos minutos terminamos lo que faltaba de la tarea.

- Bueno, – me despedí de Roberto, -ya me voy, nos vemos el lunes en la escuela.
- OK,- me contestó-, y por favor no te olvides de venir mañana por los dibujos que me tocan hacer esta noche. Yo no voy a estar, pero ya le pedí de favor a mi papá que te los entregue.

El papá de Roberto me sonrió y dijo muy tranquilo: – Aquí lo espero, joven.

Autor: Altair7



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