domingo, 20 de enero de 2013

Recordando en la sauna


Una tarde me propusiste que fuéramos a la sauna donde nos conocimos. Aunque ya estaba muy decrépita y a punto de cerrar, yo la había seguido frecuentando y me conocía el tipo de hombres, maduros casi todos, que constituía la clientela habitual, así como las formas en que suelen tener lugar los contactos. Por eso me hizo gracia que volviéramos a ir juntos y se me ocurrió pedirte que te dejaras guiar por mí, al menos al principio, para explotar mejor el morbo que el regreso te producía.

Nos desnudamos en el vestuario y me encantó ver cómo te ponías el paño por la cintura, con la observación de algún mirón que oteaba las novedades. Desde luego estás más rollizo que en aquellos tiempos ya lejanos y te sigo deseando tanto o más. Te seguí hacia las duchas y ocupamos una doble sin preocuparnos, sino todo lo contrario, de las miradas hacia nuestros tocamientos jabonosos. Yo ya me había hecho una idea del personal al que se le podía sacar partido.

Te conduje a la sauna seca, más iluminada y de momento vacía. Te recomendé que te sentaras en un banco superior y por tu cuenta te quitaste el paño, con una descarada exhibición del sexo. La polla ya empezaba a endurecérsete y yo me arrodille en el banco inferior y me puse a chupártela. Al poco se abrió la puerta y me aparté como queriendo disimular. Apareció, sin duda siguiendo el rastro, un tipo mayorcete y de un cuerpo muy sensual, que tenía de sobras conocido. Lo suyo era chupar pollas y no se perdía ninguna novedad. Además lo hacía con una maestría que más de una vez había podido comprobar. Cuando te vio presentando armas, no se lo dudó y se amorró con entusiasmo. Notaba por tu expresión el placentero efecto que te producían sus succiones y, sabiendo que eso excitaba al mamón, me puse a pellizcarle con fuerza los pezones para que se esmerara contigo. Agradecido por mis pellizcos, se sacó tu polla de la boca y la sustituyó por una mano. Se inclinó sobre mí y también me la chupó. En estas entró un desconocido con pinta de aburrido y se sentó apartado, ajeno a lo que sucedía. Se rompió el encanto y el que tan bien nos había trabajado se retiró. Son las fugacidades características de estos encuentros.

Como también estábamos acalorados, salimos para volver a la ducha. No te molestaste en cubrirte con el paño e hiciste el trayecto con la polla tiesa. Esta vez nos colocamos por separado y era para ver cómo te tocabas provocando a los que allí estaban. Al terminar, aunque tú eras partidario de cambiar de ambiente, te insté a volver a la sauna seca. El motivo fue que acababa de ver entrar en ella uno que me gustaba muchísimo. Era del tipo “me dejo hacer todo pero yo no hago nada” y, en más de una ocasión me había puesto las botas con él en el cuarto oscuro. Pero siempre empezaba su ofrecimiento en la sauna, en la misma actitud que tú habías tenido antes. Te pedí que te sentaras también en alto a su lado y, de momento, no te prestó atención, pues sé que lo que le va es que le trabajen desde abajo. Quise hacerte una demostración y empecé a sobar a tu vecino. Le acariciaba los muslos velludos y cosquilleaba en sus huevos mientras la polla le crecía. Cuando me la metí en la boca, estiré los brazos para estrujarle las tetas peludas. Tú te la meneabas excitado. Cosa rara, el hombre se decidió a cogértela y sopesaba su contundencia. Entonces te inclinaste para chuparle un pezón y fuiste bajando hasta sustituirme en la mamada. Cambié pues su polla por la tuya. Entraron dos individuos seguidos y se deshizo el conjunto.

Nueva ducha y ahora sabía que te apetecía que nos metiéramos en el vapor, donde te gusta dejarte tocar entre las brumas. Se percibía que había unos cuantos y, con el paño por el cuello, te plantaste en medio. Cuanto mayor es el volumen de recién llegado más manos atrae. Y en tu caso se cumplió, pues rápidamente te rodearon entre varios. Una vez hecha la vista a la tenue luz, pude observar cómo sus manos te recorrían desde las tetas a la polla y, por detrás, te sobaban el culo hurgando en la raja. Te dejabas hacer encantado y también echabas mano  a algunas presas. Dos se pusieron en cuclillas, uno chupándote la polla y otro lamiéndote el culo. Eso ya te puso a cien, pues te colocaste de espaldas apoyado en un banco. Sabía lo que querías y me dispuse a dártelo antes de que se me adelantara cualquier intruso. Así que te clavé la polla y te follé sin recato, al igual que tú expresabas sonoramente tu satisfacción. Esto animó el cotarro y hubo tal adhesión de magreadores que casi dificultaban la operación. Así que optamos por salir a refrescarnos.

Al entrar en las duchas nos cruzamos con un conocido mío. Más o menos de tu envergadura y con barba, es un tipo muy salido y hemos tenido buenos encuentros y charlas, incluso sobre nuestras respectivas parejas. Te comenté que lo conocía   y contestaste: “Pues es muy guapo ¿no?”. Pero tú ahora querías rememorar viejos tiempos y tumbarte un rato en una cabina, boca abajo, desnudo y con la puerta abierta. Así fue como te ligué por primera vez, atraído por tu culo. Te dejé tranquilo y volví a encontrar al conocido. “¿Ese es tu pareja? Pues está buenísimo”, me dijo enseguida. “Está en una cabina pidiendo guerra. ¿Te interesa?”, lo tenté. “Vamos allá, para que vea cuánto me alegro de conocerlo”, soltó riendo.

Con sigilo entró en la cabina y yo tras él. Estabas medio adormilado y no te enteraste. Se puso a cosquillearte subiendo desde las pantorrillas y, a lo largo de los muslos, hasta el culo. Soltaste un mimoso “umm”, creyendo que sería yo. Pero pronto te picó la curiosidad y al girar la cara lo que encontraste fueron una polla y unos huevos desconocidos. Miraste hacia arriba y viste al que te había enseñado antes. Éste ya te sobaba el culo más abiertamente mientras tú te apoyabas sobre los codos. Te giraste de costado y le cogiste la polla descapullándola. El otro rió: “Mucho gusto en conocerte”. A continuación te metió mano a la entrepierna: “A ver si tienes la polla tan buena como el culo”. Como con los sobeos ya se te había endurecido, se llevó muy buena impresión. Se puso en cuclillas y, yo de pie y tú al borde de la cama, empezó a chapárnoslas por turnos. Ya sabía yo que comer pollas era su mayor afición. “Como sigas así voy a tener que follarte”, soltaste. “Si te empeñas...”, consintió el otro. Así que hubo cambio se posiciones. Él se arrodilló en la cama con el culo hacia ti y tú de pie empezaste a tantearlo buscando la altura adecuada. Estabas encantado con que se te ofreciera un culo tan rotundo. Al tocar la raja notaste que estaba lubricada. “Así que ya vas preparado...”. “Nunca se sabe... Pero no creas que dejo entrar a cualquiera”. Con facilidad se la metiste de un solo impulso. “¡Jo, qué pollón!”. “¿Te gusta? Porque ahora empieza lo bueno”. A medida que bombeabas él iba quejándose pero aguantando. Me hizo un gesto y me acerqué. Quería chuparme la polla, como si eso le sirviera de alivio. “Ya te voy a llenar el culo”, avisaste. El otro con la boca ocupada emitió un gruñido de aceptación. “¡Ahí va!” exclamaste en una última arremetida. Yo, que me había excitado al máximo con el espectáculo y la experta mamada, también me corrí. El follado por partida doble soltó ya mi polla y cayó de bruces. “Y yo que solo venía a saludaros...”. “No me digas que no has disfrutado”, replicaste, y le acariciaste la raja pringosa. “Pues no lo pasaréis bien vosotros dos cuando yo no vengo...”, añadiste. Salimos los tres a remojarnos y ya el amigo se despidió.

Sabía que no te dabas por satisfecho y, después de haber dado por culo tan ricamente, el tuyo te pedía guerra. Querías sacar partido de los hombres que te miraban con deseo y entregarte a ellos. Esta vez optaste por el cuarto oscuro, pero con una estrategia bien calculada. Aunque se le llame de ese modo, el lugar, con sus recovecos, tiene rincones con tenue iluminación rojiza. A uno de ellos me condujiste para realizar tu plan preconcebido. Apoyados los brazos en la pared, resaltabas el culo con las piernas abiertas. Me pediste que te sobara y trasteara por la raja para que los que pasaran captasen tu disponibilidad. Así lo hice y añadiste murmullos sensuales. El reclamo funcionó y no tardaron en acercarse algunos individuos. De momento se limitaban a mirar y tocarse por encina del paño. Simulé que no podía follarte por tenerla poco dura. Entonces un tipo grande y fuertote destapó una polla considerable. Sujetándola con la mano se acercó y te la restregó. Ajustaste tu posición para facilitarle la penetración. Te dio una buena arremetida, para tu deleite, pero paró pronto y se retiró. Probablemente había llegado hacía poco a la sauna y no querría correrse ya de buenas a primeras. No tenías por qué sentirte frustrado, ya que enseguida surgió un tipo más bajo y regordete de polla ancha. Hizo que doblaras un poco las rodillas para ponerte a su altura y apretó para encajarse. La forzada dilatación te arrancó un quejido, pero él más que bombear se removía. Con esta actividad continuó hasta que, resoplando, te largó toda su carga. No parecías, sin embargo, darte por satisfecho porque, tras desentumecerte unos segundos, volviste a ofrecerte para que picara algún que otro paseante. Se acercó una pareja de osos de muy buen ver. Estaban muy compenetrados y parecía que solo pretendían compartir el espacio. Se metían mano y se besaban apasionadamente, y uno de ellos se agachó para chupársela al otro. Pero resultó que lo que querían era compartirte a ti. Entre los dos te cogieron y, haciendo que te doblaras por la cintura, uno se colocó frente a tu culo y otro te bajó la cabeza para que alcanzaras su polla. El de atrás se puso a follarte sin contemplaciones mientras se la mamabas al de delante. Después se intercambiaron y ya no tardaron en excitarse ambos, llenándote con su leche el culo y la boca. Por fin este doble ataque te dejó colmado y, tras recobrar el equilibrio, salimos del cuarto.

La ducha fue ya la definitiva y era para ver el deleite con que te enjabonabas, en especial la polla y el culo, que tan intensamente te habían trabajado. Desde luego quedaste encantado de la visita y con ganas de repetir en esta sauna o en otra. Me envidiabas que tuviera más tiempo libre que tú para acudir cada vez que me apeteciera.


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