jueves, 8 de marzo de 2012

Horas extras en la Oficina

Mi jefe era un hombre de unos 50 años, pero por su presencia física, parecía más joven. Era un hombre robusto, bien musculado, un armario, vamos. Había hecho mucho ejercicio durante su juventud, e incluso ahora iba al gimnasio 3 o 4 veces a la semana. Además de su corpulencia, destacaba por ser un hombre atractivo. Apenas había perdido pelo y lo tenía canoso, lo que acentuaba su aspecto de maduro interesante. Tenía unas facciones marcadas y tenía pinta de galán clásico. Además siempre vestía de forma impecable, con trajes de los mejores diseñadores.


En cuanto al trabajo, era duro y exigente con sus empleados. Ejercía un estilo autoritario, aunque a veces también contaba con la opinión de sus subordinados. A mí me tenía bastante impresionado, porque como hombre y como jefe me parecía un modelo a seguir. Y más impresionado me quedé cuando un día coincidimos en los baños de la oficina, uno al lado del otro, y pude observar, de reojo, el armamento que gastaba. Era una polla bestial, más propia de un caballo que de un ser humano. No sé si el se dio cuenta pero yo me quedé bastante azorado ante la visión de aquella hermosura y apenas pude seguir la conversación que tuvimos. Yo sólo pensaba en lo afortunada que debía ser su mujer, que cada noche disfrutaría de aquella herramienta de placer. Porque estaba seguro, que mi jefe, por muy tarde y cansado que fuera a casa, cumpliría todas las noches con su mujer. A tanto llegaba mi admiración por él.

Unos días después del “incidente” del baño, ocurrió algo inesperado. Ambos tuvimos que quedarnos a trabajar después del horario ordinario. Esto no era nada extraño, porque era algo que ocurría habitualmente. Lo anormal era que nos quedáramos los dos sólo. Incluso había dado permiso a su secretaria particular para que se marchase.

Estuvimos cerca de tres horas intentando cuadrar unos presupuestos que tenían bastante urgencia y aunque todavía no habíamos terminado, me puso una mano sobre el hombre y con esa voz grave que le caracterizaba me dijo:

- Bueno, es mejor que lo dejemos por hoy. Mañana, a primera hora, terminaremos de cuadrar los últimos números.

- Perfecto.- e hice el ademán de cerrar los libros y empezar a recoger.

- Espera, tranquilo. Antes de marcharnos quiero hacerte una pregunta. No sé como planteártela... es un poco delicada.

- Usted dirá.- respondí perplejo ante aquella situación. No tenía ni idea a que podía referirse

- Verás... el otro día, cuando estábamos en el baño, me di cuenta que me mirabas fijamente a la polla... sin disimulo.

- No sé lo que está usted insinuando.- respondía balbuceante.

- Estoy insinuando que te apetecería mucho comerte mi polla, tenerla dentro de tu boca. – y mientras decía esto cogió suavemente mi mano y la acercó al tremendo bulto que sobresalía en su entrepierna. Cuando lo toqué noté algo grande y duro, como una barra de hierro, que parecía iba a reventar dentro de los pantalones.

- ¿Verdad que lo quieres todo para ti? ¿Eh, cabroncete?

Apenas tuve fuerzas para responderle, porque todas mis fuerzas las utilicé para soltarle el cinturón y buscar con mi mano aquel pedazo de carne que me tenía loco. Lo atrapé con ambas manos y lo liberé del blanco calzoncillo para sacarlo fuera. Aquella mazorca estaba muy caliente y deseosa de ser devorada por mi boca. A pesar de su tamaño, metérmelo entero en la boca y casi me atraganto.

- ¡Tranquilo, campeón! Ve poco a poco, que es mucha carne para un solo bocado

Siguiendo las instrucciones de mi jefe, acerqué mis labios a su instrumento y empecé a lamerlo suavemente, empezando por su brillante y rosado capullo. Una vez que hube lubricado bien esa zona, me dediqué a pasar mi lengua a lo largo de todo su miembro. Mi jefe empezó a gemir suavemente. De vez en cuando mi boca perdía contacto con su polla y, entonces, mi jefe me golpeaba con ella, para que supiera donde estaba.

Así estuvimos jugando durante varios minutos hasta que mi jefe me agarró con fuerza del cuello de la camisa y me elevó hasta la altura de su rostro. Nunca había estado tan cerca de su cara y la verdad es que era un hombre extremadamente guapo: aquellos ojos oscuros y penetrantes, aquella piel curtida y bronceada, aquellos labios carnosos, aquella sonrisa maliciosa...

No pude contenerme y nos fundimos en un apasionado beso. Nuestras lenguas se entremezclaron y empezaron a jugar de forma compulsiva. Su lengua era tan deliciosa que me entraron ganas de morderla, como tratando de apoderarme de ella. Al mismo tiempo que nos deleitábamos en nuestro morreo, nuestras manos buscaron el cuerpo del otro. Podía sentir como sus enormes manos magreaban mi espalda, mi culo...Yo no quería ser menos y e introduje una de mis manos por debajo de su pantalón, hasta agarrar con fuerza una de sus duras y apretadas nalgas. Aquello actuó como resorte en mi jefe y las acometidas de su lengua se hicieron más salvajes si cabe.

Nos separamos por un momento y empezamos a desabrocharnos mutuamente la camisa. Así pude descubrir que su pecho estaba a la altura del resto de su carrocería. Un pecho grande, fuerte y cubierto por una espesa manta de vello y coronado por dos hermosos pezones. Su vientre era bastante prominente y parecía dura como una roca.

- ¿Te gusta mi almohada, eh? Tu tampoco estás nada mal, pero que nada mal.- me dijo mientras atrapaba uno de mis pezones y me lo pellizcaba con sus gruesos dedos. Me abracé a él y pude sentir todo el calor de hombre que desprendía su colosal pecho. Me agarré a él, como un niño pequeño se agarra a su padre cuando tiene miedo.

- Ven, vamos a seguir jugando..- me dijo, mientras que con su mano limpiaba su mesa de papales y demás herramientas que en aquel momento no eran más que un estorbo.

- Túmbate y abre bien boca.- me ordenó, con esa voz ronca que tanto me excitaba.

Cumplí a rajatabla y me coloqué encima de la mesa, tumbado boca arriba. Mi jefe se acercó a mí y me azotó la cara con su miembro hinchado. Abrí la boca todo lo que pude y mi jefe metió su polla dentro. Yo me la tragué entera, haciendo esfuerzos para no tener arcadas.

- Así cabrón, cométela entera. Eres un buen chico y mereces un regalo como éste.

El jefe sacó la polla y colocó sus pelotas sobre mi boca. Eran dos bolas grandes y peludas. Atrapé una de ellas y empecé a comérmela como si de un caramelo se tratara. Cuando la hube mascado bien, la solté y atrapé la otra para aplicarle el mismo tratamiento. Mi jefe no paraba de gemir y bramar. Parecía un animal en celo.

- ¡¡Dios!!! ¡Cómo me estás poniendo! Eres un experto comepollas. Vamos a ver si eres tan bueno comiéndote esto.- y se dio media vuelta, ofreciéndome su formidable y peludo trasero. Se sentó encima de mi cara y pude notar todo el peso de su descomunal cuerpo. Después se levantó un poco, dejando cierta distancia para que mi lengua pudiera jugar con su orificio. Para culminar la operación, agarré con fuerza sus aceradas nalgas, separándolas un poco. Su ano estaba totalmente cubierto de pelo y tuve que abrirme camino entre la espesura hasta alcanzar la entrada. Una vez llegado a ese punto, empujé mi lengua hacia dentro como si fuera un ariete. Mi jefe dio un pequeño saltito hacia delante, pero yo no dejé que se escapara.

- ¡Sí!.- gritó enloquecido, al notar como mi lengua trataba de perforar su esfínter..- Es lo mejor que me han hecho en mucho tiempo. ¡Sigue, sigue!

Y yo seguí hasta que prácticamente me quedé sin respiración, con mi cabeza perdida entre aquellas dos columnas de carne y vello.

Mi jefe se volvió a dar media vuelta y después de darme un intenso beso en la boca, empezó a recorrer mi cuerpo con su lengua, mientras me giraba lentamente. Recorrió mi cuello, mi pecho, mi vientre, mi ombligo y al final del camino se topó con mi polla, la cual desapareció dentro de sus carnosos labios. Ahora era yo el que gemía y bramaba, moviéndome de forma compulsiva. El jefe me agarró con una de sus brazos, de manera enérgica, para que me estuviera quieto mientras él destrozaba mi polla con su boca.

Cuando hubo saciado su apetito, se levantó y mirándome fijamente a los ojos, me dijo lo que yo llevaba esperando tanto tiempo:

- Bien, creo que ha llegado el momento de que pruebes el calibre de mi pistola.- Y mientras decía esto, introdujo uno de sus dedos en mi agujero, para comprobar la receptividad de mi culo..- Creo que ya estás listo, aunque te daré un poco de crema, no vaya a ser que te deje en carne viva.

Y de sus pantalones sacó un pequeño bote de crema y un condón. Se lo colocó con una sola mano y, después, engrasó la punta de su tremendo lápiz y la entrada de mi sacapuntas.

- Siempre llevo este pequeño “kit de emergencia” por si se me pone algún culo a tiro..- y soltó una sonora carcajada. Yo también me reí con ganas.

Pero mi risa se transformó en alarido de dolor cuando noté que un objeto duro quería entrar por el orificio de mi culo.
- Tranquilo, relájate, solo te va a doler un poco al principio.- y mientras me acariciaba el pecho para que me relajase, dio un segundo golpe de riñón que acabó por destrozarme

Pero esta vez no protesté, porque una vez que estuvo alojado completamente dentro de mí, lo único que deseaba es que empezara a bombearme. Y cuando lo hizo, mis gemidos ya no eran de queja sino de intenso placer.

- ¿Ves? Es grandota, pero cuando le han abierto bien el camino, sabe comportarse.- y continuó cabalgándome con furia, agarrándome con fuerza de las piernas. Las arremetidas eran cada vez más violentas y cada vez que sus pelotas chocaban contra mi culo se producía un sonido seco, acompañado de un bufido de mi jefe.

Así estuvimos durante varios minutos, empapados en sudor, hasta que ya no puede más y un gran chorro de semen salió de mi aparato, regando todo mi pecho. Mi jefe tampoco aguantó mucho más y después de sacarse la chorra en el último momento, soltó un formidable chorro de blanca leche, como si de una fuente se tratara. Su leche impregnó todo mi pecho y se mezcló con mi propia leche.

- ¡Uaaggg¡ ¡Ha sido increíble!.- me dijo, con la voz todavía entrecortadas por el esfuerzo y mientras su surtidor soltaba sus últimas gotas de leche.- Ha sido el mejor polvo que he echado en mucho tiempo.

- Sí, jefe. Con usted merece la pena quedarse a hacer horas extras. No cabe duda que las paga mejor que las horas normales.

Mi jefe se rió a mandíbula batiente, mientras se acariciaba el enrojecido capullo.



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