sábado, 3 de marzo de 2012

El Probador de Canzoncillos


Hace sólo quince días que entró por primera vez en la tienda donde trabajo. Recuerdo muy bien aquel día y lo que estaba haciendo. El jefe tenía una mañana especialmente malhumorada y me ordenó empezar con el inventario y, luego, continuar con el almacén y dejarlo impecable.

A eso de las once de la mañana apareció un auténtico bellezón por la puerta. Era un tio grande, enorme, moreno, con el pelo muy corto y un bigote muy largo que le llegaba a la perilla. Tenía cara de pocos amigos, pero cuando se dirigió a mí esbozó una pequeña sonrisa

- Hola, buenos días

- Buenos días – le contesté, un tanto titubeante por la impresión que me había producido su llegada

- Quisiera ver algunos de los calzoncillos del escaparate

- Pues claro.- le respondí, mientras tragaba saliva

Fui al estante donde estaban los calzoncillos, donde le seleccioné 3 tipos. Los dejé sobre el mostrador y me dispuse a sacar dos modelos más del almacén. Cuando regresé el mastodonte estaba revisando la mercancía. Sus manos sobre el mostrador empezaron a meterse dentro de unos slips comprobando la elasticidad del tejido. Yo, que estaba cada vez más nervioso, le dejé los dos pares de calzoncillos junto a los otros

- Es que no soporto que me aprieten en los huevos.- me dijo, mientras se llevaba la mano a su descomunal paquete y haciendo un gesto como si le apretaran en ese momento

- Bueno, no hay problema con éstos; tienen una capacidad natural que pueden albergar…- en ese momento me quedé pasmado, no sabia que decir ante la sola imagen de lo que acababa de pensar

- Sí, deben ser de lo más cómodos, pero así y todo aún tengo mis dudas –me respondió

- Bueno, puedes probártelos ahora que el jefe anda fuera; no hay ningún problema – le sugerí, cada vez más caliente, notando que mi sangre empezaba a bullir que jamás me ha ocurrido antes.

Le indiqué el probador que debería utilizar y le acerqué los cinco pares de calzoncillos. A pesar de que le dije que corriera la cortina pareció no haberlo oído; allí mismo, tan cerca que podía tocarlo con sólo levantar mi mano, empezó a desnudarse. Se quitó la camisa y puede observar que tenia un pecho poderoso, cubierto de vello. Sus brazos eran robustos y su vientre tenia forma curvada, pero tenía pinta de estar duro como una piedra. Yo intentaba no mirarle fijamente, pero por el rabillo del ojo no perdí detelle de todo el espectáculo que me estaba ofreciendo. Se desabrochó los pantalones y los dejó caer al suelo descuidadamente, con estruendo. Sus piernas eran igual de robustas que los brazos y llevaba un calzoncillo blanco en el que sobresalía un gran bulto.

Pensé que cuando estuviera solo con los calzoncillos y los calcetines sería el momento en que correría la cortina. No lo hizo. En cambio, exhibió una gran sonrisa, me miró fijamente y añadió:

- Mira, mi problema es que suelen apretar aquí – al son de estar palabras empezó a apretarse las partes laterales de su paquete

Se dio la vuelta y me mostró su enorme culo, que lucía espectacular enfundado en el blanco calzoncillo. Empezó a indicarme las partes de su trasero donde los calzoncillos solían apretarle. No recuerdo que partes eran porque yo no podía perder de vista la belleza de lo me estaba enseñando

“Vaya culo que tiene el cabrón este. Me lo comería ahora mismo”, era lo que mi pensamiento repetía; intenté recordar cosas tristes para ver si conseguir desempalmarme. Todo fue inútil

Di muchas vueltas por la tienda intentando hacer algo; no se me ocurría nada. Cada vez que mi mirada se perdía en aquel cuerpo, él estaba poniéndose o quitándose uno de los cinco calzones. A cada nuevo calzoncillo me pedía mi opinión.

Cuando iba la prueba del que parecía el cuarto, uno blanco con una línea bastante clásica — aunque visto sobre su monumental paquete nadie lo hubiera pensado—, con unas pequeñas modificaciones que dejaban ver la parte inferior de sus nalgas al descubierto...

— Sin duda este es el que mejor te queda; es muy sexy, seguro que a tu novia le va a gustar —le dije tontamente.

— Sólo aspiro a que te guste a ti — fueron sus palabras, sus bonitas palabras, mientras me guiñaba un ojo

Me quedé helado. Intenté desviar la conversación diciendo que yo tenía unos iguales, que me iban muy bien y que eran muy cómodos, etc. El me miró fijamente y me soltó:

— Eres un mentiroso. He notado que tú no llevas calzoncillos. También he notado que tu hermoso culo anda descontrolado dentro de esos estupendos vaqueros —fueron sus textuales palabras.

Yo ya notaba una especie de irresistible fuego que comunicaba mi ojete, mi polla, mis huevos y mi nuca. Aquello era una corriente de alto voltaje.

— ¿Cómo puedes saber esas cosas? —le pregunté.




— Sí que las sé, y además, con toda seguridad —afirmó con tanta firmeza que pareció capaz de apostarse hasta la vida.

— Te digo que te equivocas —volví a reafirmar mi postura.

— Si me equivoco te pagaré dos calzoncillos de estos sin llevármelos — me propuso.

— Y si ganas... —le pregunté.

— Si gano ya te lo diré; he de pensármelo —me respondió mientras me examinaba con mucho detalle con una mirada llena de vicio

Me divirtió tanto la situación que acepté; sabia que perdía de antemano, pero en absoluto me importó.

Así que acepté mientras la mañana en la tienda seguía siendo tranquila. Me agarró del cinturón y me aproximó al pequeño cuarto del vestidor diciendo: «vamos a ver lo que tienes ahí». Me desabrochó la cremallera y cuando estuvo bien abierta de un tirón me bajó los pantalones hasta las rodillas. Allí apareció mi polla dura, enhiesta, sin calzoncillo alguno que la sujetara.

— ¡Caramba...! —dijo— me parece que te he ganado.

— Así parece —afirmé, y él acercó sus manos hacia mis huevos y comenzó a acariciarlos suavemente, pero con fuerza. Se acercó a mi oreja y me susurró

- Has perdido, cabrón, y me vas a pagar con tu culo

Agarrándome el cuello con una mano inició una larga lamida; primero sentí la lengua cálida y cómo fue bajando hasta mis tetillas, dándole vueltas con su áspera lengua. Cuando mis pezones estuvieron excitados volvió a deslizarse hasta alcanzar mi ombligo.

Agachado ante mí, inició la lamida de mi vergajo con tal ritmo que parecía que aquello iba a durar poco, al menos para mí.

— Oh no, no sigas... estoy tan excitado... —lograba decir entre murmullos y gemidos.

Se quitó el calzoncillo que llevaba puesto y a través de los espejos pude ver sus huevos y su tranca caer cercanos al suelo. Era una polla gorda, bien hermosa y dura como una estaca. No me extraña que tuviera problemas para alojarlo dentro del calzoncillo. Su culo visto desde la perspectiva que me daba el cristal, mostraba una raja oscurecida por una mata de pelos alrededor de su agujero. Su enorme espalda morena se movía al ritmo de su fastuosa mamada.

Noté dos lenguetazos rápidos en cada unos de mis huevos, y luego la misma sensación que si una lapa se me hubiera pegado a mi agujero del culo, su lengua empujaba forzando la entrada en mi culo. Nunca había sentido nada igual, notaba mi ano dilatarse. A la mente me llegaban imágenes de animales oliéndose y lamiéndose, atraídos por sus sexos.

El, que seguía relamiendo mi ojete, agarró su polla y comenzó a agitarla frenéticamente.

— Caray, chico... —Eran las dos únicas palabras que podía entender, el resto parecían más bien gruñidos .

Se levantó, con la palma de su mano empujó mi espalda. Yo obedecí y doble la espalda por la cintura. Mi culo quedó adecuadamente entreabierto para lo que iba a ser un festín para su polla. Seguía empujándorne con la palma de su mano. Yo un tanto temeroso intentaba mirar, mientras su polla lanzaba puntadas al centro de mis nalgas una y otra vez.

Aunque tardó mucho tiempo, y además no parecía importarle, al final sentí como su polla se había introducido completamente y se abría camino en mi interior. Sentí un calor intenso que pasó pronto, más tarde un pequeño dolor.

Lentamente inició un balanceo como si fuera el inicio de un baile lento. El ritmo se fue acelerando, sentía el excitante roce de su polla contra las paredes de mi ano. Desde mi postura, la postura del enculado, gracias a los espejos ví su culo tremendo culo peludo agitarse marcando el ritmo de su polla. Me estaba follando, aquella imagen que los espejos me devolvían me embrutecía.

Su lengua se movía alrededor de sus labios como si acabara de comer un rico dulce. Seguía jodiéndome el culo, algo que parecía iba a ser interminable, no entendía como se podía soportar tanto placer y no estallar. Cada vez que una de sus enculadas impulsaba mi polla hacia delante y, nuevamente hacia atrás, me sentía más cerca del orgasmo. Deseaba seguir disfrutando de aquella forma, tampoco sabía si era capaz de soportar una embestida más sin estallar en chorros de lefa.

— Ya no puedo más, cabrón, me destrozas... me corro —fueron mis últimas palabras antes del gran momento. La polla que entraba y salía por mi culo se aceleró al ritmo de mi corrida. Una fuerte palmada pareció dispersar el placer por todo mi culo. A la segunda palmada el hombretón de los calzoncillos se corrió tras grandes espasmos.

Al finalizar unos chorros de leche, de mi leche, se deslizaban por el cristal del probador. Por una vez había sentido el placer de perder una apuesta, desde luego con tipos como él daba gusto.

Hablamos un rato, le propuse que pasara otro día. Ibamos a recibir unos pantalones que igual le podían interesar. Tom, ese es su nombre, hasta este día se ha probado todas las existencias de la tienda, aunque nunca ha llegado a comprarse nada...


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