lunes, 19 de noviembre de 2012

Yo me lo Busque

Lo que voy a relatar me ocurrió cuando tenía 16 años. A esa edad, había tenido algunos encuentros con hombres que no había pasado de hacerles sexo oral. Desde los 15 años mantenía una intensa y satisfactoria actividad sexual con mi primera novia. Entonces estaba totalmente seguro que mi status era heterosexual.

Solo de vez en cuando, mis ojos eran atraídos por los bultos delanteros de algunos mis compañeros de la secundaria, en los tórax y espaldas de mis maestros y en las fuertes piernas de los deportistas. Fue un fin de semana en que mi madre había salido fuera de la ciudad y yo había aprovechado para irme de farra el viernes con mis amigos, habíamos estado desvelándonos escuchando música y platicando hasta altas horas de la madrugada. No me preocupé por eso, pensé que al no estar mis padres en casa, dormiría toda la mañana del sábado. Pero esa mañana, como a eso de las 11 sonó el timbre, a través de la persiana vi que alguien tocaba a la puerta.

Era un hombre desconocido que ofrecía su servicio como plomero, recordé que mi madre me había encargado de conseguir uno, para que arreglara una tubería que goteaba y el calentador que no andaba bien. Me había olvidado totalmente de conseguirlo, así que aprovechando la oportunidad, me levanté; tal y como estaba durmiendo: el pelo revuelto, los ojos a media asta, sin playera y usando solo un bikini banco. Lo hice pasar y le indiqué lo que había para reparar, a pesar de lo adormilado, pude darme cuenta de cómo le brillaron los ojos al mirar mis nalgas.

Sentí esa primer mordida que el deseo te da en un punto ilocalizable entre mi vientre, mi ano y mi pene. Instintivamente apreté mi vientre y levanté mi trasero, diciéndome a mí mismo por dentro: “Hoy amaneciste mas marica que de costumbre”. Sin embargo estaba tan cansado que lo dejé trabajando y me volví a acostar. Al rato, no sé cuánto tiempo habría pasado, me desperté sobresaltado y vi que el hombre estaba parado en la puerta de mi habitación observándome. Era, de unos 40 años, alto, moreno, ojos claros, con un cuerpo bien trabajado  bastante peludo y definido por sus labores fuerte, imagino yo, vestía como obrero, pero para trabajar se había sacado la camisa y estaba en franelilla, llevaba además varios días sin afeitarse.

_Ya está chico. - Me dijo - _Quieres ver?

Me levanté para corroborar el arreglo y pagarle por su trabajo. Cuando pasé a su lado me di cuenta que me miraba con lujuria y morbo. Me dijo algo sobre mis nalgas al pasar, pero me hice el que no escuché y fui directamente a fijarme que todo anduviera en orden y empecé a buscar en mi cartera el monto de su trabajo. Entonces volvió a la carga

_Dime si quieres que te arregle algo más, puedo hacerte cualquier servicio que necesites, incluso algo de sexo. – Y me miro maliciosamente.

_No gracias, cuando necesite voy a llamar a mi novia. - Le contesté yo con un tono arrogante.

_Vaya, pero si eres de los que se mueren por probar un macho. Se te nota!! – Insistió.

_ No, gracias. - Le volví a contestar y estiré mi mano para entregarle el dinero.

_ No nos engañemos, yo se que eres una mariquita bien hecha, siguió.

Al escuchar su voz grave dirigiéndose a mí como si fuera una mujer me hizo sentir un cosquilleo en el estómago. A pesar de que hacía dos años que no tenía ninguna aventura con hombres y llevaba uno teniendo una vida totalmente heterosexual, mi mente se llenó de fantasías homosexuales que imaginaba mientras hacía el sexo con mi novia. Una de ellas era que un cabrón me tratara como su mujer. Sin embargo, mis prejuicios y temores eran aun muy fuertes, y tratando de simular enfado le dije que se fuera o lo lamentaría. Pero entonces aprendí algo nuevo y era que cuando tratas de amedrentar a tipos rudos, su adrenalina aumenta. Con toda la tranquilidad del mundo, sonriendo se acercó a mí y sin mucho esfuerzo, tomó mis dos muñecas, me las colocó por la espalda y las sostuvo aprisionadas con una de sus manos, mientras con la otra, me tomaba el rostro y me acercaba al suyo casi rozando nuestra nariz, obligándome a mirarlo directamente a los ojos y pausadamente, con voz grave y varonil me dijo:

_Conmigo no te hagas el pendejo, yo sé que es lo que estas deseando. Te aseguro que lo vas a disfrutar!! - Mientras hablaba, pegó su cuerpo al mío y al moverse intencionalmente una gran erección rozó mi pubis y entonces me asusté.

Me di cuenta de que era un desconocido excitado, de carácter agresivo, y de que si quería, podía lastimarme. Traté de zafarme pero era imposible, este gorila medía era 20 cms mas alto que yo y debía de pesar por lo menos 95 kilos. Yo solo medía 1.64 cms. Y pesaba 62 kilos. Le dije que mi padre llegaría en esa hora, se rió.

_Además de mariquita eres mentiroso!! - Me dijo, mientras su rostro raspaba con su barba mi cuello y su lengua se instalaba en mi oreja, al mismo tiempo que su mano libre amasaba sin prisa mis nalgas.

Podía sentir como crecía un bulto bajo su pantalón. Sobre mi hombro sentí el abundante manojo de vellos axilares despidiendo un intenso olor a macho enardecido. Entonces, con voz entrecortada le dije:

_Está loco, suélteme, si no lo hace, gritaré y vendrán los vecinos!!

Entonces dejó de acariciar mis nalgas y con una mano me tomó del pelo y con la otra me estampó una cachetada con su gran mano. Luego sin soltarme del pelo acercó mi cara a unos cuantos centímetros de la suya y levantando su brazo amenazante, me dijo despacio:

_Mira hijo de perra, veo que eres de los que les gusta la mala vida, yo sé tratar a los de tu clase, tú que gritas, y yo que te parto tu madre a puñetazo limpio!! Quieres comprobarlo?

En realidad el primer golpe no había sido fuerte, puesto que su mano estaba muy cerca de mi cara, pero, ahora al verlo levantar su enorme brazo, pensé que un segundo golpe desde esa distancia, me dejaría inconsciente. Y entonces, lleno de terror y sin poder hablar, bajé la mirada temiendo provocar más su enojo. Luego halándome del pelo me condujo hasta la recámara de mi madre. De un empujón me hizo caer sobre la cama y se echó sobre mí. Yo me resistía como un pez, intentando evitar que me tocara, pero era inútil porque le bastaba una mano para tomarme el pelo y mantenerme inmóvil, mientras con la otra apretaban fuerte mi cuerpo. Debo resaltar que sus manos eran enormes, ásperas y peludas Sentí su boca en mi cuello y en mis hombros, su aliento ardiendo y su barba raspando mis mejillas. Su lengua serpenteaba por entre mi oreja y mi cuello. Su mano recorría todo mi cuerpo, iba de mis pezones a mi piernas, tocando apretando apasionadamente mi carne como palpándola y reconociéndola. De repente su boca se apoderó de mis pezones y los succionó con fuerza. No eran caricias suaves ni cuidadosas, era algo animal e instintivo. Tuve la certeza de que el muy cabrón no pararía y que terminaría haciéndome suyo.

Esta realidad me provocó un shock. Nunca pensé que sería penetrado por otro hombre, mucho menos que esto sucediera contra mi voluntad. Me sentía usado como un objeto, inmóvil y dominado. A cada instante que pasaba podía darme cuenta de que su excitación aumentaba. Su aliento más cálido, sus caricias más fuertes y sus besos en mi cuello, más apasionados. De pronto intentó besarme en los labios y yo giré mi rostro impidiéndoselo. Por un fugaz instante se detuvo. Pensé que lo había logrado, que me dejaría en paz, hasta me sentí contento, sin embargo, apenas lo había pensado cuando volvió a tomarme del pelo y a estamparme una nueva bofetada, igual que la anterior, de calculada fuerza, pero esta vez en la otra mejilla.

_Hagas lo que hagas, de todos modos te voy a hacer mío, cabroncito rebelde. - Me dijo.

Entonces aflojó su mano y me soltó del pelo dejándome en libertad, pero advirtiéndome:

_Fíjate bien cabroncito, si te mueves un centímetro sin mi permiso, no te la vas a acabar pequeño mariquita de mierda, entendiste?!

Solo moví mi cabeza afirmativamente. En seguida, se sentó al borde de la cama y empezó a desnudarse sin prisa. Mientras lo hacía, me quedé acurrucado en la cama, con el corazón acelerado, sintiéndome paralizado y vencido por el miedo. En ese instante acepté que no había nada que hacer, que esa mañana perdería mi virginidad a manos de un plomero salvaje y caliente. En cuanto tuve ese pensamiento, desapareció en mi todo sentimiento de resistencia, y tanto mi mente como mi cuerpo se doblegaron, conformándome a ese destino, a partir de ese momento adopté una actitud inmóvil y conformista, como un animal que reconoce que su enemigo es más fuerte que él y solo espera la muerte.

Una vez que se desnudó completamente, regresó sobre mí y me colocó boca arriba y tomando mi bikini, de un jalón me lo rompió. Como una manera de defenderme, instintivamente, apreté mis piernas para evitar el ataque, pero él, sin mucho esfuerzo me las abrió, y las levantó poniendo cada una de ellas sobre sus hombros, mientras lo veía calmadamente escupir en los dedos de una de sus manos. Supuse sus intenciones porque en seguida buscó con los dedos húmedos mi orificio trasero y empezó a ensalivarlo. Yo intenté moverme tratando de evitar su lubricación, pero bastó que pusiera la mano libre sobre mi pecho para inmovilizarme, mientras que con la otra, una y otra vez, sus dedos hallaron mi entrada posterior y mojaron sus paredes externas de mi recto.

Mi mente me decía que eso era un sueño, que no me estaba pasando a mí. De pronto sentí uno de sus enormes dedos ensalivados traspasando la puerta de mi orificio provocándome un dolor nunca antes sentido. Lo sumergió varias veces haciéndome quejar al sentir que me lastimaba. Él no se inmutó, lo sacó, volvió a escupirse y volvió a meterse en mi orificio esta vez sentí un dolor más intenso aún y entendí que me estaba metiendo dos de sus bestiales dedos. Los metía y sacaba despacio. Su boca mostraba una sonrisa burlona y humillante, pero sus ojos estaban llenos de una lujuria extrema. Su respiración era la de un animal excitado, por increíble que parezca eso hizo que el dolor que sentía se transformara en placer. Duro unos momentos me estuvo dedeando hasta que, sonriendo malignamente sacó sus dedos, se acomodó bien entre mis piernas y colocó su falo a la entrada de mi cuerpo.

De pronto sentí un dolor tan agudo que sentí desfallecer unos instantes. Había sido un embate tan poderoso, que pensé que me estaba metiendo el puño dentro de mi culo. Pero entonces, en el gran espejo del tocador de mamá, pude ver claramente dos figuras en la cama. Al principio no pude reconocer mi cuerpo pequeño y pálido, acostado con las piernas levantadas y colocadas junto al cuello de una enorme mole de músculos morenos que me tomaban por las caderas, con una hinchada y amenazadora lanza de carne entrando en mi angosto y virgen culo. No era el puño, era apenas la cabeza de su descomunal miembro. Temí que desgarrara las paredes de mi ano. Lentamente pero sin parar fue empujando su tremenda pija, a cada momento el dolor fue en aumento hasta que hubo un instante en el que sentí que perdía el conocimiento.

Débilmente intenté resistirme, pero él manejaba mi cuerpo como si fuera un muñeco, con su cuerpo y sus enormes manos me controlaba fácilmente. Mientras con una de ellas me sostenía de mi cadera, con la otra me tomaba de mi hombro para que no pudiera escapar de su ataque. Cada vez que empujaba lo sentía en mis entrañas, en cada centímetro de mi cuerpo desde la cabeza a los pies. Era un animal, con olor a animal, deseo animal, y fuerza animal. Lo sentía resoplar como un caballo encima de mi cara. Después de que logró ingresar todo su tronco por mi angosto pasaje, inició un suave movimiento que poco a poco incrementaba en su ritmo. A través del espejo podía ver el grueso y turgente instrumento entrando y saliendo sin descanso, dilatando cada vez más, mi angosto agujero. Me sentí impotente, como un juguete en manos de una fuerza contra la que no podía luchar

Veía como sus caderas empujaban con fuerza sin parar, y el rostro transformado de mi violador me impresionó. Era de un color encendido, con las venas del cuello resaltadas, la boca abierta, con una mueca de intensa lujuria, las ventanas de la nariz abiertas, resoplando, su pecho amplio subiendo y bajando agitado, y pequeñas gotas de sudor formándose sobre toda su piel, dándole una brillantez animal y viva. A través del espejo vi los movimientos de su cadera aumentando vertiginosamente; sus manos aferrando y jalando mi frágil cuerpo; los músculos de su cuerpo se hicieron más marcados; el sudor empezó a escurrir por su pecho y espalda; sus pies se estiraron en forma extraña; su garganta empezó a rugir con un sonido ronco y salvaje; sus dientes apretados; sus ojos cerrados fuerte; su vello púbico raspando mis nalgas y entendí que pronto mi dominador llegaría al orgasmo.

Las penetraciones se hicieron tan fuertes que doblaron mis piernas completamente y mis rodillas se juntaron a mi pecho, mientras mis pies colocados sobre sus hombros, hacían que mi trasero quedara totalmente expuesto e inerme ante mi erectísimo agresor. Su enorme cuerpo cubría y dominaba el mío completamente. Junto a mi oído mi poseedor resoplaba como bestia. Su barba raspaba mi cuello, el sudor de su piel empapaba la mía. De pronto su cuerpo empezó a temblar, su enorme tronco endurecido al máximo, llegó hasta el último rincón de mi recto y permaneció ahí, mientras ardientes chorros de su esperma llenaban y quemaban mis entrañas.

Luego, poco a poco la calma fue regresando. Entre humillado y asombrado empecé a sentir su peso relajado encima de mí que me ahogaba. Salió de mí, y como si nada se recostó satisfecho. Me levanté y con las piernas escurriendo de semen, sangre y mis propios jugos, fui directamente a la regadera para limpiarme. Apenas estaba terminando de asearme cuando él entró al baño. Me hizo que lo bañara, y yo sumisamente obedecí. Pasé mis manos enjabonadas por todo su cuerpo, de los pies a la cabeza. Me pidió que limpiara bien su sexo. Fue entonces cuando pude ver bien la tranca del plomero. No lo podía creer que eso hubiera podido entrar en mi angosto agujero. Era enorme, mucho más gruesa que el grosor de mis muñecas, larga y con una hinchada cabeza sin circuncidar. Aun flácida me parecía descomunal, Entonces él empezó a enjabonarme. Primero los hombros, bajó por la espalda y yo sentía que me relajaba. Luego siguió por el ano, me metía dos y hasta tres de sus enormes dedos dentro.

Entonces, como la tenía dura otra vez, parado me inclinó hacia delante, hasta que tocara el piso con mis manos, se pasó jabón por la pija y volvió a metérmela. Me cogía con furia y yo sentía su miembro que me atravesaba y estallaba en todo el cuerpo. De pronto, me la sacó, me dio vuelta, me tomó del pelo, me obligó a arrodillarme, y me ordenó que se la chupara. Tuve que hacer un gran esfuerzo para que entrara aunque fuera una parte en mi boca. La abría lo más que podía y apenas entraba parte de la cabeza. Con mis manos recorría la parte interior de sus piernas, sus enormes bolas. Luego me sacaba su tranca de la boca para chupar sus testículos y besar su pubis mientas mi manos lo masturbaban. En ese instante me imagine que yo mismo era mi novia haciéndome el sexo oral. Pasaba mi lengua a todo lo largo de su mástil, desde sus guevos hasta el orificio de su enrojecida cabeza, luego lo introducía en mi boca tratando de que me cupiera, pero bastaba la mitad para atragantarme.

Luego volvía a sacarlo y repetir mi rutina. Dio resultado porque en instantes sus piernas temblaron su cuerpo se endureció otra vez de su garganta salieron sonidos animalizados mientras sus manos me tomaban con fuerza deteniéndome, mientras una y otra vez su descomunal pija escupía en mi boca su esperma hirviendo, obligándome a tragarlos totalmente. Durante unos minutos permaneció en silencio mientras dentro de mi boca, poco a poco, su instrumento disminuía de tamaño y yo sentía el sabor ácido y salado de su semen. Era la primera vez que lo probaba. Salimos del baño y se tiró en la cama, me dijo, estoy muy cansado, tráeme algo de comer. No sabía que era más increíble, si su actitud cínica y prepotente con la que me daba las órdenes, o mi novedosa actitud obediente ante un desconocido que acababa de violarme y obligado a mamársela y a tragarme su semen. Mientras el descansaba en la cama de mis padres y encendía la TV, yo fui a la cocina para prepararle algo. Me resultaba insólito estar preparando algo en la cocina, ya que mi madre siempre me había hecho eso. Le preparé cuatro emparedados, porque era algo rápido y simple de hacer.

En menos de 5 minutos le llevé una charola con su alimento. Él se devoró todo con calma, riendo de los chistes de un programa en la TV, sin hacerme ningún comentario, como si yo no existiera. Solo en dos ocasiones, y sin mirarme, me ordenó que le llevara cervezas. Al terminar, pensé que se vestiría y largaría. Pero al terminar dijo bueno, ya hemos recuperado energía, haremos otra cosa. Me hizo arrodillar junto a la cama, con su sucio pañuelo me ató ambas muñecas por la espalda y acercó sus pies hasta mi rostro.

_Lámelos mariquita!! - Me ordenó.

Me sentí más humillado que nunca y me rehusé a hacerlo, creyendo que recibiría una nueva dosis de bofetadas, pero una vez más el plomero me volvió a sorprender. Se sentó al borde de la cama y me colocó boca abajo sobre sus piernas, con una mano me tomó del pelo y me obligó a levantar la cabeza y me introdujo en mi boca sus calzoncillos que por el intenso olor que despedían, se notaba que había tenido una jornada de trabajo con ellos. El espejo me devolvió mi propia imagen con el rostro enrojecido y un rictus de dolor, y mi boca imposibilitada para cualquier cosa. Pude mirar mis manos atadas sobre mi espalda y el rostro de mi secuestrador con una sórdida sonrisa. Me veía como un niño pequeño a punto de ser castigado por su padre por una desobediencia. El intenso olor a sudor, sexo y orine llenaba mi nariz y me provocó una especie de mareo.

El primer golpe cayó como un rayo en mi cabeza, fue un golpe seco y duro; luego, un ardor intenso cubrió una de mis nalgas mientras, como un eco escuchaba un gemido apagado que luego identifique emitido por mi propia garganta. Apenas empezaba a entender lo que estaba ocurriendo cuando otro nuevo golpe cayó en mi otra nalga. El suplicio duró unos segundos, no pude calcular cuantas nalgadas me dio pero cuando se detuvo y me retiró su calzón de mi boca, aún atado como estaba con las manos por la espalda, me arrodille e incliné hasta el piso para besar los pies de mi raptor. A partir de ese instante estaba totalmente convencido de que acataría cualquier orden que me diera. Eran unos pies enormes, proporcionales a su estatura, por lo menos calzaba del número cuarenta. Con grandes venas azules que resaltaban y con abundantes vellos en el empeine y sobre sus dedos.

El se recostó sobre la cama y yo empecé a pasar mi lengua a todo lo largo de sus plantas. Enseguida mi lengua serpenteó por entre sus dedos y finalmente se los chupé de uno por uno. Luego de que hice eso en ambas extremidades, fui lamiendo sus tobillos y subiendo por sus pantorrillas y sus piernas hasta llegar a sus guevos, cubiertos de muchos pelos. Primero los metí de uno por uno en mi boca, pues eran demasiado grandes para que cupieran los dos juntos y luego me puse a pasar mi lengua por entre su ingle, como me gustaba que mi novia hiciera cuando me hacía el sexo oral.

En mi cabeza nació algo perverso entonces, y siguiendo mi propio instinto, comencé a pasar mi lengua hacia la zona baja de sus guevos. En cuanto puse mi lengua en las inmediaciones de su ano, mi captor emitió un gemido de placer y levantó sus piernas dejando expuesto su agujero. Sentí un placer morboso en mi, mi lengua salivada recorrió dando vueltas por el borde primero, y luego me puse a dar hacia arriba y hacia abajo pequeñas lengüetadas que hacía que el plomero se estremeciera, le vino una erección inmediata.

De cuando en cuando echaba ojeadas a su miembro palpitando como animal y emitiendo abundantes secreciones transparentes que se enredaban entre la gran mata de vello negro y áspero de su vientre. Cuando intenté meter la lengua hacia adentro reaccionó violentamente, se incorporó y me tomó del pelo otra vez.

_Solo pasa tu lengua y chúpalo perra, si intentas meterla, aunque sea un poco, te voy a partir el hocico de un puñetazo, entiendes?! – Me dijo.

Moví afirmativamente mi cabeza y nuevamente se acostó y levantó sus piernas, esta vez con ambas manos se abrió los carrillos para facilitarme mi labor. Unos instantes después, me detuvo y me empezó a acomodar boca abajo sobre la cama. Yo podía ver en su rostro esa chispa de pasión animalizada, su nariz respirando agitadamente y su pecho subiendo y bajando como bestia salvaje.

_Ahora vas a ver lo que es bueno!! - Me amenazó.

Puso almohadones bajo mi vientre para que quedara con el culo levantado. Sentí como me abría las nalgas mientras escupía justo en mi culo, luego uno de sus dedos entró y salió hasta que se dilató el orificio. Después me puso más saliva por el culo mientras yo me retorcía tratando de zafar. Abrió mis piernas con fuerza y metió despacito su cabeza que había lubricado con saliva también. Emití un grito intenso y él se detuvo, volvió a tomar sus calzones y me los metió en la boca, para luego volver a acomodarse y empalarme, esta vez grité sin temor a que mis gritos fueran a ser escuchados por algún vecino.

Parecía que mis apagados gemidos lo excitaban porque su erección se endureció aún más. Su tranca entraba y salía de mí sin piedad hasta que pudo introducirla totalmente en mi apretado agujero. Esta tercera vez parecía más lujurioso, tal vez el tomarme atado con la boca cubierta le hacía disfrutar más, porque la escena que podía mirar a través del espejo era sumamente impactante. Era una violación auténtica, un raptor cuarentón aprovechándose de sus noventa y tantos kilos, atacaba atado a un pequeño muchachito de tan solo 16 años y sesenta y cuatro kilos. Por en medio de mis nalgas rojas por las nalgadas, podía ver su enorme y turgente lanza de carne dura entrando y saliendo por un orificio ahora abierto a la fuerza por el grosor inmenso.

Esta vez era más salvaje aún que la primera. Era un semental animal cabalgando sobre mí y resoplaba en mi cuello. Yo sentía su olor a sudor de semental embravecido, todo su peso y su miembro abriendo mis paredes y su fuerza inmensa empujando sin cesar haciéndome sentir un gran dolor y al mismo tiempo un placer extraño, algo que nunca había imaginado que existiera. Luego otra vez su cuerpo temblando encima de mí, cubriéndome totalmente, su cuerpo brillante con sus músculos marcados, cubierto totalmente de sudor. Su garganta bufando animalmente. Sus manos asiéndome fuerte del pelo. Y su boca junto a mi oído hablándome crudamente:

_Así te quería tener perra, así me gusta culearte, mariquita de mierda, amarrado, para hacerte todo lo que yo quiera!! Me encanta tu culito, que rico lo tienes mariquita, que apretado estas, eres como una putita que sirves incondicionalmente para mi placer!! Me excita tu cuerpo de mariquita ardiente, me gusta que gimas de dolor y placer, me calienta ver que te gustan mis penetraciones fuertes. Disfruto mucho cogerte con todas mis fuerzas, me gusta hacerte mío, así, totalmente mío. Eres completamente para mi placer… Ahhhh… Aaaaaa… Ahhhhhhh…

Recuerdo de manera casi perfecta aquel discurso que provoco que todo empezara a girar en mi cabeza y mientras él se convulsionaba sin saber cómo, yo también empecé a eyacular. Las contracciones de mi culo aferraron con más fuerza la lanza de mi conquistador y el gimió entonces como nunca, con gritos roncos y salvajes, mientras llenaba otra vez mi interior de su leche de macho. Luego de permanecer sobre mí, largos minutos, su erección disminuyó un poco. No quise ni mirar cuando la sacó. Me bastaba con sentir el vacío que quedaba, el ardor que me dejaba y el abundante semen que escurría por mis muslos mezclado con la sangre de mi ano y manchaba toda mi sábana.

Se levantó al rato y sin desatarme, cargó sin esfuerzo mi cuerpo y me llevo a la bañera, ahí me depositó en el piso y se orinó sobre todo mi cuerpo, desde mi cara hasta mis pies, me hizo sentir como una verdadera marica sucia que no vale nada y parecía que orinar sobre mi le excitaba demasiado, porque luego otra vez me tomo así, atado, para luego ponerme a gatas y darme la última cogida, que no sé porque, pero fue en la que más humillado me sentí.

Por fin me desató y se largó, yo corrí a bañarme. Durante algunas semanas tuve sentimientos encontrados sobre esa experiencia. Al recordarla me llenaba de rabia y vergüenza, hasta llegué a pensar en denunciarlo penalmente. Pero luego, contra toda lógica, tuve que aceptar que en realidad había disfrutado ser desvirgado de ese modo y que yo me lo había buscado al provocarlo. Durante muchos meses, cada vez que alguien tocaba fuerte a la puerta, mi corazón latía aceleradamente, pero jamás volví a ver a ese ardiente y salvaje plomero violador.

Y aún ahora que han pasado varios años desde aquel día, cuando estoy solo y hasta cuando estoy con mi novia, mientras me acuesto con ella, me excita imaginarme atado, con unos bóxers olorosos en mi boca, bajo el cuerpo sudoroso de un macho que me viola sin consideración, haciendo salir a la marica sucia que vive oculta muy dentro de mí…


1 comentario:

  1. me encantaría un macho me haga suyo así que me someta a su placer, eso si, sin violencia..
    si hay alguno leyendo que me escriba a chaser4topbear@outlook.com

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