lunes, 24 de septiembre de 2012

Esclavo por una noche



Después del número que habíamos montado con mi exposición como esclavo, que tan morbosamente había disfrutado, me encontraba en el lavabo refrescándome un poco. Desnudo como estaba, no rehuía las caricias y palmadas al culo que me dispensaban los que entraban y salían.

Precisamente estaba pensando que me habría gustado que la pantomima hubiera culminado con la entrega a un comprador, que se convirtiera así en mi amo, cuando entraron dos tipos fortachones, cuyo único atuendo era ya unas coronas doradas de laurel, lo que les daba un aspecto muy patricio. Con maneras discretas pero firmes me abordaron y arrinconaron con la intención de comunicarme mi nueva situación.

Me explicaron que, como mi venta había quedado sin resultado, venían de hablar contigo y no te habías podido resistir a la generosa oferta que te hicieron. Así que ahora era de su propiedad y me iban a usar para satisfacer sus caprichos. Como sabía que tú no habrías actuado por tu cuenta, me dispuse a seguirles el juego contraatacando. Puse en duda su credibilidad, puesto que, justo por no haber conseguido mi venta, el mercader, al no querer seguir cargando conmigo, me acababa de conceder la libertad. Sin embargo, como de alguna manera tenía que ganarme la vida a partir de ahora, estaba dispuesto a ofrecerles mis servicios si me compensaban adecuadamente. Cambiaron impresiones entre ellos y jocosamente me propusieron una especie de alquiler con opción de compra –dudo que esta figura mercantil existiera en la antigua Roma–. Me hizo gracia su salida y, como tenía ganas de proseguir con mis fantasías, aparte de lo que me apetecía entregarme a dos hombres tan atractivos, di mi consentimiento y me puse a su disposición. Tras advertirme que, esclavo o libre, tenía que obedecer todos sus deseos, me apresté a entregarme a una aventura que esperaba fuera de lo más estimulante.

Me ordenaron que los siguiera  y, como primera medida, me hicieron entrar en un cuarto oscuro, para que me distrajera y pusiera en forma hasta que ellos me reclamaran. Me quedé pues allí quieto y, por los rumores y sonidos de desplazamientos que percibía, supe que no estaba solo. Eso me excitó ya y ansié experimentar las sensaciones habituales en semejante lugar. No tardaron en comenzar y, aunque tan a ciegas como al meterme mano los presuntos compradores, eran ahora mucho más contundentes. Unas manos empezaron a sobarme el culo y otras, casi a la vez, me tanteaban los huevos y la polla, que pasó a ser engullida por una boca húmeda y caliente. El que me acosaba por detrás me abrazó con fuerza agarrado a mis tetas. Su verga dura se restregaba por mi raja, pero la apreté por temor a que mis amos circunstanciales se dieran cuenta de que ya había sido usado tan recientemente cuando cayera en sus manos.

Pero los juegos en la oscuridad duraron poco, pues se abrió una puerta iluminada y pude ver a uno de mis nuevos patrones que me indicaba que entrara. En lo que parecía ser una dependencia privada del club había desparecido cualquier referencia a la antigüedad. Con una amplia cama en el centro y varias butacas, lo que más llamaba la atención era la cantidad de objetos de cuero y de metal, como correajes, cadenas, esposas, etc., colgados de las paredes o sobre banquetas. El que me había llamado llevaba ahora un escueto slip, que no tardó en quitarse, mientras que el otro esperaba despatarrado en una butaca jugando plácidamente con su polla.



Como yo exhibía descaradamente las consecuencias de la reciente mamada, me reprendieron por mi falta de respeto y me hicieron poner un jockstrap de cuero que aplastaba todo mi paquete. Quedé así pues a su disposición y no tardaron en usarme.

El de la butaca quiso que continuara con mi boca lo que él ya estaba haciendo con su mano. Mientras me inclinaba para satisfacerlo su colega me vertió un líquido viscoso por la raja del culo y se entretuvo metiéndome los dedos.

Estaba tan a gusto con la mamada y la manipulación trasera que la polla se me disparó y desbordó la tirantez del jockstrap. Temí que me reprendieran por ello, pero les hizo gracia y dijeron que me quedara así con la polla salida y los huevos apretados.

Escogieron unos arneses que colgaban de la pared y me ordenaron que se los fuera colocando. Me ocupé primero del más gordo, mientras el otro volvía a meneársela indolentemente en la butaca. Procuraba ir con cuidado y me recreaba pasándole las correas entre las turgentes tetas. Por detrás, una tira se le incrustaba en la raja del culo y se adentraba entre las ingles rematada por un aro metálico con el que apresé la polla y los huevos. Él se dejaba hacer complacido con mis tocamientos. Completé el atuendo con varios correajes y quedó con un aspecto imponente.

Incorporado el de la butaca, requirió un tratamiento más complejo. A un equipo similar tuve que añadir unas correillas que aprisionaban los huevos y dejaban la polla en horizontal. Me esmeré para no darle pellizcos y agradecí la confianza depositada en mí.

Ante semejantes atavíos, me intrigaba qué me correspondería a mí. Pero sólo hicieron que me pusiera unas muñequeras y tobilleras, tras lo cual me llevaron en volandas para echarme sobre la cama. Estaba un poco ridículo con mi polla salida, aunque los vellos del cuerpo se me erizaron cuando vi al de la correilla en los huevos esgrimir un estilete. Pero lo que hizo fue cortar delicadamente las tiras del jockstrap y dejarme liberado. Seguidamente, subiéndome las piernas, fue metiéndome por el culo unas bolas chinas de acero cuya frialdad volvió a erizarme la piel hasta que sólo quedó fuera la argolla de extracción.

Me sentía totalmente entregado y deseoso de que usaran mi cuerpo a su antojo. No tardaron en ponerse en acción, pues con firmeza me dieron la vuelta y, boca abajo, me sujetaron las extremidades a las cuatro esquinas de la cama.

El aficionado a meneársela me abordó por la parte superior polla en ristre y me cogió firmemente la cabeza como si fuera un aparato masturbador. La tensión de mis brazos estirados no me impedía esforzarme para lamer los huevos aprisionados por las correillas, alternando con  la succión intensa que me obligaba a realizarle.

Mientras, el otro se dedicaba a sobarme el culo como si lo amasara. Daba tirones de las bolas chinas, lo que me producía escalofríos, y las que salían volvía a empujarlas con el dedo casi hasta meter la argolla. Luego pasó un cojín bajo mi barriga para levantarme, con las piernas bien abiertas y estiradas. Agarraba por debajo mi polla y la manoseaba como ordeñándome. Me ponía de lo más salido y entonces paraba y me la apretaba contra el vientre.

De pronto cayó con todo su peso sobre mí. Se restregaba y podía notar el roce de su cuerpo peludo, pero también se me clavaban los remaches de su arnés. A él también le debía estorbar porque, arrodillado entre mis muslos, se lo fue soltando para arrojarlo finalmente al suelo. Ya cuerpo contra cuerpo, actuó con rapidez y contundencia. Dio un estirón de las bolas chinas, dándome tal sacudida interna que a punto estuve de morder la polla que jugaba con mi boca. Me golpeó varias veces el culo con la verga totalmente dura y me la clavó de un solo impulso. Esta vez el de delante tuvo la precaución de apartarse de mi boca contraída y quejosa. Fue una follada bestial, aderezada con palmadas a mis costados y arañazos a mi espalda. La polla, mucho más gorda de lo que me había parecido a primera vista, dilataba mi interior con ardores.

Cuando creía que se iba a vaciar por los resoplidos que daba, se salió, saltó de la cama y pasó a la cabecera para ocupar la boca que su colega había dejado libre. Las arremetidas no eran menos intensas que las anteriores en mi culo, y yo ayudaba succionando cuanto podía. Por fin una pasta caliente y viscosa cayó sobre mi lengua y se deslizó por mi garganta.

Entretanto el otro, que aparentaba más calma, se había liberado de las correillas opresoras de los huevos pero, curiosamente, las había sustituido por un jockstrap ¿Sería para evitar comparaciones con el instrumento que estaba esgrimiendo su compañero? El caso es que se había sentado contemplado las últimas manipulaciones sobre mí y parecía esperar su turno.

Tal vez para darme un respiro o porque prefería usarme de forma más clásica, en cuanto el que acababa de follarme recuperó el resuello, le pidió que lo ayudara a soltarme los amarres. Apenas desentumecido y buscando el equilibro, me encontré con que hacía que me inclinara sobre una butaca apoyando los codos en los brazos. Entonces se sacó la polla y se aseguró de que separara bien las piernas. Sin más dilación se puso a follarme canturreando para llevar el ritmo. Todo y el cambio de estilo, las embestidas no eran de menor contundencia que las de su colega y tenía que tensarme al máximo para que no se me doblaran las rodillas. Éste se corrió más mansamente y se volcó sobre mí agarrándome con fuerza las tetas.

Ya los dos desahogados, tuve el atrevimiento de sentarme para tomarme un descanso que creía merecido, pero repentinamente recuperados se abalanzaron sobre mí y en un santiamén quedé de nuevo ligado en la cama, pero esta vez boca arriba. Ni siquiera descuidaron equiparme con las bolas chinas, a las que parecían tenerle mucho cariño. Desde luego le estaban sacando partido a mi esclavitud, pero yo también estaba realizando con creces mis fantasías.

Pero pasó que, estando yo ya dispuesto a que siguieran gozando de mi cuerpo, decidieron tomarse un descanso. No para mí, pues, según dijeron, iban a salir un rato, dejándome allí atado porque no se fiaban de que pudiera fugarme. Así que sin más salieron y encima apagaron la luz. A oscuras y atado me resigné a esperar el tiempo que mis amos estimaran oportuno. Al poco rato oí unos roces alrededor de la cama y algo atrapó mi polla. Por  su humedad y calor no podía ser sino una boca que me chupaba con gran pericia. Aunque la sorpresa era grata, inmovilizado como estaba, no quise llegar a las últimas consecuencias, por temor a la reacción de mis amos cuando me encontraran corrido y pringoso. Así que pataleé todo lo posible y la mamada cesó. Volví a sumirme en la oscuridad y el silencio.

Me había adormecido cuando de repente irrumpió la pareja muy contenta. Al dar de nuevo la luz los vi tal como se marcharon: uno con sus correajes y otro completamente desnudo. Con sorna me dijeron que volvían como nuevos y dispuestos a seguir jugando conmigo. Debían tenerlo todo previsto porque el del arnés tomó posesión de su butaca y volvió a meneársela mientras disfrutaba del espectáculo.

Éste corrió a cargo de mí, claro, y del gordo desnudo. Para empezar se sentó en mi cara y apenas podía respirar con los huevos entrándome en la boca. Se echaba hacia delante y, cambiando los huevos por la polla, me alcanzaba los pezones y me los retorcía. Como mi polla no debió de parecerle lo suficientemente tiesa para sus fines, me liberó una mano para que yo mismo hiciera la faena.

Cuando la puse a su gusto, sin olvidar atarme de nuevo el brazo, se abrió el culo sobre mi boca para que se lo dejara bien ensalivado. Se pasó luego a los pies de la cama y fue reculando entre mis piernas separadas hasta que su raja entró en contacto con mi polla. Dirigiéndomela con una mano, atinó con el agujero y se dejó caer. Le entré bien a fondo y él subía y bajaba cada vez con más ímpetu. Yo resoplaba e intentaba ayudar con golpes de pelvis. No sabía hasta dónde querría que llegara, pero llevaba acumulada tanta excitación y el frote era tan intenso que avisé de que estaba a punto de correrme. Como intensificó los saltos, tuve ya vía libre para derramar la leche dentro de su culo. Debió gustarle porque se levantó lentamente, se escurrió hasta quedar sentado en la cama y se echó hacia atrás recostado en mi barriga.

Y no sólo disfrutó el follado, pues el otro, casi simultáneamente,  se corrió  sin parar de meneársela. Como la leche le cayó en la barriga y había pringado el arnés, por fin optó por quitárselo mientras se recuperaba. Se dirigió a la cama y se sentó junto a  su amigo. Desplazó a éste de encima de mi barriga y se puso a contemplar mi polla recientemente descargada. Para mi sorpresa, pues no me esperaba tal comportamiento con un esclavo, empezó a chuparla con los restos que quedaban de su paso por el culo del compañero. Parecía saborearla y yo, agradecido por el traro, no tardé en volver a ponerme en forma.

Bien coordinados, el amigo fue soltándome los amarres y me instó a que me incorporara. Trastabillando por la prolongada quietud forzada me acerqué al que ya se tumbaba de espaldas levantando las piernas. Comprendí el sentido de la postura escogida y posé sus piernas sobre mis hombros. El culo le había quedado bien expuesto y no tuve dificultad para ensartarlo. Me agarré a los muslos y bombeé con vehemencia. El otro me animaba dándome palmadas al trasero. Esta vez tardaba más en alcanzar el clímax, pero no parecía importarle al tomador, que se relamía de gusto. Pero al fin me pidió que saliera y enseguida me echó mano el colega, que acabó la faena haciéndome remojar la polla y los huevos del yaciente.

Aunque después de tanto conocimiento carnal el ambiente era propicio a una mayor distensión, quise mantenerme hasta el final dentro del guión con el que tanto había fantaseado. Así que mantuve mi actitud sumisa y oferente. Pero ellos ya se habían dado por satisfechos…

Te dejo con la incógnita de saber si finalmente fui retribuido por mis servicios y, en su caso, de qué forma. Para no hablarte de los apuros que pasé para salir del club en pelotas como estaba, con la fiesta romana ya acabada y abandonado a mi suerte por mis amos, que tenían la ropa en la sala donde habíamos retozado.


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