domingo, 15 de enero de 2012

El obrero de la construcción


Las fantasías eróticas homosexuales suelen estar pobladas de encuentros con machotes libidinosos, permisivos, generalmente bisexuales, siempre dispuestos a satisfacer todas las sensibilidades físicas y emocionales de quien las crea.

Bueno, lo que voy a contarles, primero, no es una fantasía sino que fue mi cuarto encuentro sexual real cuando tenía 17 años, y segundo, fue con un hombre heterosexual que supo sin inhibiciones disfrutar de mi cuerpo para su desahogo físico.

Yo solía pasar frente a un edificio en construcción, cerca de casa, para comprar, cada tarde, el pan. En uno de estos viajes, por la barda de la construcción, un hombre joven, desnudo de cintura hacia arriba, al verme con la bolsa colgando, me llamó y me pidió como favor que le comprara enfrente unos panes.

Se disculpó diciendo que él no podía abandonar la obra y me lo pidió con gestos y palabras tan amables que no pude decirle que no, además ¿por qué no hacer un favor que no me costaba nada?.

Se quedó en la barda esperando y cuando le pasé el paquete de pan me dió las gracias con una linda sonrisa de su boca grande, dientes perfectos y ojillos vivaces y alegres.

En mis diarios viajes lo veía trabajar al sol, en la misma traza, torso desnudo dorado al sol, sudoroso y unos vaqueros recortados a la altura del muslo y gruesas botas protegiendo sus pies. En más del alguna oportunidad nos saludamos y con un gesto le preguntaba si necesitaba algo y él con otro gesto no menos sonriente me indicaba que no.

Un sábado por la tarde, al volver de mi compra, lo vi sentado sobre un montón de arena, con expresión de aburrimiento, cogiendo y lanzando frente a él, piedrecillas.

Le hablé preguntándole si necesitaba algo y cortésmente me respondió que aparte de alguna entretención, en realidad no necesitaba nada. Un poco nervioso, pero arriesgado, le dije que si no le importaba podía volver más tarde a hablar un poco con él. Sonrió y aceptó, diciéndome que le tocaba el fin de semana de guardia cuidando la obra y que aun cuando eso era aburrido, aumentaba su sueldo y por eso estaba en la lista de los que hacían ese trabajo adicional. Prometí volver a eso de las 8.00 y quedamos, como quien dice.
Por supuesto antes de ir a visitarlo me duché, cambié, perfumé y partí.

Me esperaba cerca de la entrada y me condujo a uno de los pasillos en construcción donde tenían los trabajadores unas bancas para su descanso y una mesa para su colación. Encima había unos platos sucios, una botella de cerveza a medio consumir y un vaso, restos de pan en un papel y algo de queso.
Tuteándolo de entrada le dije: veo que ya merendaste.

—¿Le sirvo cerveza?, preguntó, respetuosamente.
—Puedes tutearme, somos jóvenes los dos, aunque tú algo más viejo, dije en plan bromista. Sonrió diciendo: —20 no más...

Empezamos a hablar chorraditas y me invitó a visitar el edificio. Lo recorrimos en sus diversas plantas y al pasar por el entresuelo vi el cuarto que se habían acomodado como dormitorio. Había una cama desordenada pero con sábanas blancas y ropas colgadas de unos clavos en la pared. La sola vista de ese rincón íntimo me produjo un estremecimiento de deseo. En realidad el hombre llamaba profundamente mi atención como tal, es decir, como hombre, como macho. Siempre me han gustado los hombres, desde que tengo uso de razón, y no solo como amigos o compañeros de juegos sino como machos, porque desde siempre estuve consciente de mi condición gay. Y como no me va el cuento con otros gay, ni mucho menos con los afeminados, sino con los hetero, es a estos a los que busco como compañía.

No estaba muy seguro de si pasaría algo con él o no pasaría nada, pero la sola compañía y buena disposición de un hombre joven y bien plantado para mi solo me satisfacía.

El apuró totalmente la cerveza cuando estuvimos de regreso del tour y como no sabíamos de qué hablar ni qué hacer, no se le ocurrió nada más adecuado (para mis deseos) que invitarme al cuarto del entresuelo para ver un poco de tele. Sobre un cajón tenía un pequeño televisor de escasas pulgadas y blanco y negro además, de modo que apenas servía para esos fines de semana tan aburridos en que debían vigilar la obra.
Me invitó a sentarme en la cama, tal como él mismo hizo, casi disculpándose por no tener mejor acomodo para recibir visitantes.

Yo golpeé con una mano la cama y le dije maliciosamente: —si esta cama hablara...

Se rió, me miró maliciosamente y me contestó: —en realidad no tendría mucho que contar, aparte de los ronquidos porque aquí no pasa nada...

—¿Hace mucho que no pasa nada?, inquirí, llevándolo no sólo al terreno sexual sino que al íntimo a la vez.
—Bueno, a veces cae algo..., respondió algo azorado.

Me di cuenta que era tímido y entonces, sacando una confianza y una asertividad que no eran sino movimientos de mis hormonas revolucionadas con su proximidad, le dije que a mí me gustaba la compañía de hombres guapos y simpáticos como él, más que la compañía femenina.

—Sí, algo se nota... —me dijo—, cuando mueves las manos al hablar.
Me había tuteado y eso era ya una pequeña victoria de mi parte.
—¿No te molesta?
—¿Por qué? ... Mientras no de te por pedirme el culo... y rió fuertemente, con una risa no muy agradable, quizás porque estimaba que su respuesta era algo fuera de lugar.

Yo no lo creía así porque esa misma respuesta me daba pie a continuar con el hilo de la conversación por donde yo quería llevarla.

-A mí no me molestaría si un chico como tú, que estás bastante bien, me lo pidiera.
Estaba todo dicho. No había sido necesario recurrir al tema de las mujeres, de la masturbación, de la necesidad de follaje y todas esas tonterías a las que recurrimos los gay cuando queremos llevar las aguas a nuestro molino. Como que tragó saliva y no dijo nada. Se quedó pensativo. Yo no sabía como reanudar el diálogo ni por donde volver a pescar la hebra.

El fin, él volvió a hablar, diciéndome: —Bueno, nunca me he acostado con hombres, no se si me gustaría que me uno me hiciera lo que hace una tía...

—Cuestión de probar, respondí. No sería el primero ni el último en probar nuevas experiencias. Además que sólo un hombre sabe lo que a otro lo exita más y le da más gusto.
Yo mismo me sorprendía de mis respuestas y sobre todo de mi valentía y de verme así tan lanzado, casi invitando a un macho a tomarme como a su hembra sustituta.
El se rió y ya más confiado preguntó: —¿y qué me harías?

—Bueno, no sé, algo que te gustara y que nos hiciera a los dos pasarla rico...
—¿Cómo qué, por ejemplo...?
—No se que te gustaría a ti... tal vez acostarnos desnudos, acariciarte el cuerpo, por las partes más sensibles, masturbarte, en fin, intentar que la pasaras ricamente y dejar que tú mismo me hicieras cosas que te dieran a ti placer.

El plan estaba expuesto. Ahora todas mis cartas estaban sobre su mesa. Le tocaba a él hacer la jugada y yo me moría, en verdad, por ser el ganador de la partida. El premio sería él mismo, todo para mí.
Y perdió.

Mientras yo hablaba noté que se miraba la entrepierna que crecía a ojos vistas, quizás imaginando placeres y orgasmos que tal vez en días no había experimentado.

Me reí, señalando con un gesto de mi cabeza su paquete y él también rió.

—Es tu culpa, dijo, y cogiendo mi mano se la llevó sobre su paquete apretándola contra él, mientras de sus ojos, vueltos hacia mí, se escapó una mirada libidinosa y caliente a la par que tierna.

Mi mano empezó a delinear la curva de su falo que se endurecía y se alargaba en diagonal desde su entrepierna al borde de su vaquero recortado. Buena dotación. Y mis dedos golosamente acariciaban sus enormes huevos apretados por el pantalón, pero por su expresión, muy muy sensibles a mi caricia.

—¿Te gusta chuparla?
—¿Por qué no?, ¿Estás limpio?
—Obvio, dijo, me baño dos veces al día.

Y bajándose la cremallera, volvió a cogerme la mano y con ella se acariciaba el endurecido pollón por encima de la fina tela de su calzoncillo. No té que rápidamente una mancha de humedad se extendía casi en el borde. La pellizqué y me di cuenta que rezumaba un líquido pegajoso.

—¿Te gusta?, cómetelo, dijo.
Bajé mi cabeza su paquete y mi lengua recorrió la mancha de humedad y luego todo el contorno del falo y el borde del glande que se marcaba notablemente en la tela del calzoncilo, mientras él acariciaba mi espalda, de arriba abajo. Su pelvis se elevaba, en un esfuerzo por apretar su pene contra mi boca. Lo estaba gozando más de lo que él y yo mismo habíamos supuesto.

—Quítate la ropa, le dije, levantándome... sacando autoridad no se de donde, pero el deseo en mí era cada vez más y más arriesgado.

Lentamente con la punta de una bota tiró la otra lejos, con una mano se sacó la otra, e incorporándose, se quitó pantalón y calzoncillo a la vez.

Su cuerpo visto por detrás era hermoso, cintura estrecha, culo levantado y firme, muy blanco porque no gozaba como el resto de su cuerpo del sol y el aire de todo el día, unos muslos firmes y velludos y una raya entre las nalgas de profusos vellos oscuros que al agacharse para dejar salir sus prendas se abrieron dejándome ver más debajo de los pelos, unos huevos gordos y también cubiertos de largos y enrulados pelos y un grueso mástil que se elevaba hacia delante.


Se me plantó por delante acariciándose los huevos y cogiéndose el pene estiró al prepucio hasta su cumbre y luego lo retiró totalmente hacia atrás, mostrándome un glande rosado, hinchado, brillante y humedecido que me ofreció en la boca.

Cogió mi nuca y acercándome la cabeza me lo fue introduciendo lentamente hasta que no pudo caber más y retirándose inició un mete y saca follándome la boca, cuyos labios yo cerraba y entreabría, a la par que gustaba su sabor salado y algo amargoso y olía sus aromas de macho y sudores.

—Déjame hacer, dije y agachándome delante de él, inicié con mi lengua un masaje desde su entrepierna velluda, pasando por sus ingles, pasando y repasando sus huevazos, besando sus muslos y cogiendo nuevamente su enorme y ya muy dura polla y alojándomela hasta la garganta.

Por la boquilla le rezumaba profusamente el líquido transparente y pegajoso que me dejaba un sabor y una textura acre en la lengua.

Entonces fue cuando le dije: —Me gusta que me la metan... ¿me pongo...?

—¿Cómo quieres que te la mande guardar..., acostado, a lo perrito o patas arriba...?

—Como te de más gusto.
—Ponte al borde de la cama.

Me quité rápidamente toda mis ropas y me coloqué en posición.

Como el camastro en que estábamos era más bien alto, quedé recostado allí con medio cuerpo, quedando mi culo a su altura y mis pies afirmados en el suelo, abriendo lo más que podía mis piernas. Mi ojete era una flor que se le ofrecía y que yo, estirando mis brazos hacia atrás, me ayudaba a abrir con ambas manos.
El apoyó con delicadeza su glande en mi entrada, apretó su pene para que me mojara el ojete y lo lubricara y mojándose los dedos con un escupitajo me lubricó aún más la entrada y fue empujando lentamente, metiendo y sacando la punta jugosa y haciéndola entrar casi diría yo que con ternura.

Cuando notó que me relajaba y mi esfínter cedía a su glande, sus movimientos se hicieron más intensos de modo que la polla empezó a entrar y salir y en cada entrada me iba llegando más y más al interior del recto.
Al sentir que me la tenía toda incrustada, apoyando sus manos en la cama y juntando sus muslos a los míos inició sus frenéticos movimientos de hombre con deseos guardados por días y con resoplidos de una calentura sin igual.

No decía nada, no hablaba. Yo lo imaginaba con los ojos cerrados, imaginando a quizás qué putilla a la que se follaba mientras era mi culo el que recibía sus embates por el cual sentía que me llegaba al ombligo con la punta de su glande mientras sus peludos huevos cosquilleaban mi entrepierna.

Hasta que , cayendo sobre mí, solo su pelvis se movía en estertores provocándole el orgasmo y una eyaculación que hizo crecer aun más su falo en mi estrecho cilindro y engordando su glande sentí los chorros calientes de su eyaculación.

El semen empezó a salir y correr por mi escroto primero y luego incluso por mis muslos, mientras él jadeaba apoyando todo el peso de su cuerpo sobre el mío, con su cabeza entre la mía y mi hombro.
—Quedaste KO, dije...

Por toda respuesta, sentí que su boca imprimía un tierno beso en mi mejilla.

Si hubiera tardado un poco más en terminar su extraordinaria faena, los puntazos de su falo en el fondo de mi recto y el roce de sus huevos me habrían provocado un orgasmo por el culo, tales fueron las sensaciones que sentí mientras él me penetraba tan ricamente.


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