Lo conocí cuando estudiaba en la universidad y desde aquel momento me quedé prendado de esa personalidad magnética que emanaba, el tiempo hizo que la admiración que sentía por él se transformara en un amor muy fuerte, de esos que son capaces de dejarlo todo tan solo por sentirse y estar al lado del amado. Fuimos amantes durante toda aquella época, y esa complicidad nos daba a la vez la suficiente confianza para ser nosotros mismos frente a los demás.
La gente a nuestro alrededor nos miraba de la misma forma que nosotros lo hacíamos mientras estábamos juntos, éramos los mejores amigos del mundo y en cuanto ocurría alguna discusión podíamos a llegar a ser los peores enemigos, pero por las noches, cuando nuestros cuerpos se juntaban, la oscuridad cómplice de nuestro acto nos unía cada día más.
Armando era el hombre con el que siempre había soñado, alto, tanto más que yo, delgado pero guardaba para sí una pequeña barriga, producto de la falta de ejercicio, a pesar de la edad tenía poco cabello, lo que hacía suponer que sería calvo algún día no muy lejano, tenía unos ojos grandes color miel, la nariz recta y la sonrisa más perfecta del mundo, su color de piel blanca desaparecía en lo que para mí era el motivo mayor de mi excitación, la cubierta total de su cuerpo por abundantes vellos del mismo castaño claro de sus cabellos. Era todo un oso peludo, de pies a cabeza, y lo que más me gustaba era tocarlo totalmente desnudo sintiendo la suavidad de su cuerpo, tan diferente al mío que sin ser lampiño si lo parecía a su lado.
Ambos estudiábamos lo mismo lo que hacía que indirectamente siempre estuviéramos juntos y cuando la ocasión lo ameritaba aprovechábamos de las amanecidas de estudio para también terminar unidos en un solo cuerpo ya sea en su cama o en la mía. Armando era muy especial, ante todo el mundo era el hombre más machista del mundo, sus padres lo habían formado así y sin embargo cuando estaba conmigo se comportaba tierno y amoroso. Lo amaba con toda el alma, pude haberlo dejado todo por él, incluso a mi familia y a mi país de ser necesario, pero Armando tuvo miedo de todo, incluso de enfrentarse a la vida misma y aprovechando un viaje que me duró seis meses se comprometió y se casó sin avisarme nada.
Mi vida se hizo trisas cuando al regresar a mi país me lo encontré “feliz” y disfrutando de su nueva esposa y de su propia casa, lo peor es que había elegido la casa que en algún momento pensamos sería para nosotros. Fue cruel, pero finalmente lo entendí, quizá era yo el que se estaba saliendo del camino. El solo se estaba auto protegiendo de la irracionalidad del mundo.
Rehice mi vida a pesar de la pena de no poder contar más con Armando, sin embargo extrañaba el tomarlo por la espalda, darle un beso en el cuello y así poco a poco irlo desnudando, primero quitándole la camisa, tocando entre tanto el pecho completamente velludo, sentir como sus tetillas se erectaban por mis movimientos y a la vez sus labios en los míos, luego le daba vuelta, le desabrochaba el cinturón, bajaba el cierre del pantalón para luego quitárselo de un tiro, casi siempre era así, me gustaba verlo dispuesto, mostrándome su cuerpo peludo completamente a mi disposición, generalmente usaba bikini, lo que me excitaba, porque a través de esa diminuta prenda se podía apreciar su miembro caliente para mi. Al quitárselo todo, quedaba ante mí el hombre perfecto, estaba muy enamorado.
Y que decir del sexo con él, era tan tierno y dulce hacerlo, me tomaba siempre primero, me besaba con pasión y locura, tenían unos brazos fuertes y con ellos me sujetaba como diciéndome que yo era suyo para siempre, sentirlo así tan caliente me calentaba a mi mismo, su cuerpo casi siempre estaba húmedo, y era yo siempre el que lo absorbía todo de él. Tenía por lo general la barba a medio afeitar, lo que a veces lastimaba mi cara y mi cuerpo, pero también me erizaba por completo, su voz era suave, varonil y su risa inconfundible. Su mirada dulce siempre me dejaba extasiado, le gustaba hablar mientras me hacía el amor, y era grato escucharlo susurrar en mi oreja mientras lo sentía dentro de mí, jadeante, feliz. Pero también lo era cuando yo lo tomaba y lo hacía mío, me suplicaba por más, le gustaba la manera en que yo lo domaba, tomándolo de frente, abriéndole las piernas y poniéndolas en mis hombros, introduciéndole mis 18 cm de golpe en su orificio que me aceptaba a la primera, me gustaba mirarlo y besarlo a la vez, hasta finalmente venirme dentro de él tumbándome exhausto de placer y de cansancio.
Era rico despertar acurrucado en su pecho con mis brazos alrededor suyo, sintiendo su respiración fuerte y su aliento suave en mi cara. Era lindo verlo de frente a los ojos y sentir como los suyos me miraban diciéndome “te amo” sin emitir palabra alguna.
Y tenía que salir adelante a toda costa y me refugié en lo que también sabía hacer, en mi trabajo y así fui acostumbrándome a mi soledad repentina hasta que un año después recibí de Armando una invitación a pasar unos días en la hacienda que estaba administrando en las afueras de la ciudad blanca de mi país. No sabía el porqué había aceptado, y sin embargo estaba nervioso de mi proceder cuando me encontrara frente a alguien que aún significaba mucho en mi vida.
Llegué al día proyectado y me encontré en la puerta de la hacienda ganadera más grande de la ciudad, abrí con dificultad el portón de madera que la separaba de la carretera, al entrar pude notar que existía un camino pedregoso que conducía directamente a la gran casa, llevaba conmigo un maletín que aparentemente no pesaba, pero que tras caminar un trecho me pareció una roca. Había mucho verdor alrededor y muy a lo lejos todavía se podía divisar el imponente volcán que emerge y corona la ciudad. Apenas unos pasos más y apareció ante mí un hombre que no llegué a divisar bien por el sol que me caía directamente a los ojos a través de los árboles. Sin embargo, sentía que se acercaba a mí rápidamente. Cuando lo tuve frente a mí pude darme cuenta que se trababa de uno de los peones de Armando.
“Buenas tardes Don, lo estábamos esperando”, fue lo que escuché de él, “Buenas tardes” contesté apenas, pues al verlo bien me di cuenta que estaba frente a un hombre increíblemente atractivo. Tenía todo el tipo de campesino rudo, con los brazos y el cuerpo fuertes más por el trabajo que por ejercicio, tenía el cabello oscuro y bastante largo hasta los hombros, sus ojos eran pardos, sus pestañas largas, cejas pobladas y unos labios carnosos y rosados. Traía puesto un overol de jeans, un polo blanco arremangado hasta los hombros mostrando un par de bíceps apetecibles de tocar, tenía la voz ronca pero al mismo tiempo era muy nítida.
Tomó mi maletín casi arrancándolo de mi mano, hizo un gesto para que lo siguiera, lo que hice sin dejar de mirar su caminar bamboleante, moviendo un par de nalgas redondas y pronunciadas, notorias aún a través de la soltura del pantalón. Su olor era especial, de hombre de campo, pero igual y me atrajo a él.
Una vez frente a la puerta principal de la hacienda, entró sin pedir permiso, volteó a ver si le seguía los pasos, hasta que colocó el maletín en el piso de la sala y se retiró diciéndome que esperara allí al “Señor”, y así lo hice.
La primera en aparecer fue Susana, esposa de Armando, que al verme se me avalanchó en un fuerte abrazo, al parecer no recibían muchas visitas por allí (pensé para mí). Poco después y casi al momento en que Susana se desprendía de mí, Armando me daba un fuerte abrazo y un beso en la mejilla, situación que me incomodó mucho por encontrarse la esposa presente. Sin embargo, ni siquiera tomó importancia del hecho.
Armando estaba más guapo que nunca, después de todo el matrimonio le había sentado bien, pues se le notaba tranquilo y feliz con Susana a quien la tenía cogida del hombro mientras me hablaba. Para mí el momento no era de lo más agradable y sin embargo estaba allí sintiéndome un extraño, pero a la vez feliz de volver a ver a quien yo creía “el amor de mi vida”. La tarde se nos pasó rápidamente y yo estaba agotado, tanto por el viaje como por la conversación. Después de cenar me dispuse a descansar, así que luego de pasear otro rato por las afueras de la casa, tras observar un cielo azul estrellado me dirigí a una peque
ña cabaña aledaña que vendría a ser mi casa por esos días.
Cuando entré a la casita noté que la luz de la habitación estaba prendida, caminé silenciosamente y me encontré a Joaquín, el campesino que me había recibido horas antes, tendiendo mi cama. Verlo allí me turbó, más que todo por todo lo que había sentido al verlo por primera vez y esta segunda aún mucho más atractivo que la primera. Seguía vestido con el overol pero se había quitado el polo, mostrando un pecho prominente, con unas tetillas marrones y grandes. “Listo”, fue lo que dijo al terminar de hacer su tarea, finalmente me di cuenta que Joaquín era una especie de mayordomo allá.
Quise tomar una ducha antes de acostarme así que desvistiéndome completamente y colocándome tan solo una toalla a la cintura salí de la habitación hacia el baño y en el camino nuevamente me encuentro a Joaquín arreglando el vestíbulo, pude notar como sin quererlo me miró de una forma muy extraña, con mucha morbosidad, simplemente le sonreí y me metí al baño, cerrando la puerta con pestillo. Una vez limpio y relajado, salí del baño y Joaquín ya no se encontraba en la casa. Me metí a la cama y rápidamente me quedé dormido.
Armando y Susana me esperaban en el comedor para tomar juntos el desayuno, si bien es cierto había cordialidad en el ambiente, existía también un silencio cómplice que hacía que por momentos solo atináramos a mirarnos la cara. Luego, Armando quiso enseñarme la hacienda y yo accedí.
Salimos camino a la ganadería, estaba literalmente a la vuelta de la casa, pero en realidad caminamos lo suficiente para acalorarnos, a un costado del camino nos perseguía un riachuelo, así que le pedí a Armando un momento para refrescarme con el agua fresca. Me quité la camisa y los zapatos entrando a la orilla sintiendo que el agua me aliviaba todo el cuerpo, Armando se sintió contagiado y despojándose de las mismas prendas se colocó a mi lado. Verlo tan cerca y semidesnudo como estaba a mi lado hizo que mi cuerpo temblara sin piedad, quería tocarlo, repasar mis manos por ese cuerpo lleno de vellos que por el calor estaban húmedos y no pude evitarlo, posando mis manos en su espalda, estímulo que Armando no rechazó y por el contrario asintió, pues dio media vuelta esbozando un sonrisa. Tuve la tentación de aproximarme un poco más, tomarlo de la cara y propinarle el más profundo de mis besos y lo hubiese hecho si no es porque a pocos metros vemos que Joaquín se aproximaba hacia nosotros, haciendo que quite impulsivamente mi mano del cuerpo de Armando.
Después de informarle a Armando la urgencia de ir a la ciudad, éste le pidió a Joaquín que siguiera mostrándome la hacienda, quedándome de esta manera con el chico. Lo miré a los ojos y él hizo lo mismo, pidiéndome que lo siguiera para mostrarme la ganadería y las praderas aledañas. El paseo fue sumamente agotador pero la belleza del lugar y el paisaje tan pintoresco hacía que valiera la pena. Era un poco más de medio día y teníamos al Sol encima de nuestras cabezas, el camino se hacía más escabroso y sin embargo yo seguía a Joaquín como hipnotizado. Poco después el paisaje que se abrió ante mis ojos fue impresionante. Desde el lugar donde estaba podía ver una hermosa cascada que caía imponente sobre una azulada laguna. No pude evitarlo, me quité toda la ropa y me tiré al agua tal como me trajo Dios al mundo.
Después de nadar un buen trecho alcé la mirada y pude divisar desde el mismo centro de la laguna lo hermoso que era ese lugar, a un lado se encontraba Joaquín viéndome y sonriendo. “¿No te metes?” Le propuse. Y la respuesta no fue más rápida, pues Joaquín se quitó lo que traía puesto y se lanzó al agua inmediatamente. Y poco a poco lo sentí aproximarse hacia mí. Con el cabello mojado que le llegaba hasta los hombros y la barba a medio crecer que traía, Joaquín se veía mucho más hermoso y él se dio cuenta que no le podía quitar la mirada de encima.
Un momento después de juguetear en el agua, Joaquín se impulsó y se subió en una gran roca que tenía forma de meseta. Demás está decir que el espectáculo que me mostró fue de lo más bello, verlo totalmente desnudo y de espaldas a mí fue grandioso y excitante y mi sexo lo sintió así, que a pesar del agua empezó a crecer sin control alguno. Mientras tanto Joaquín se echó de pecho en la piedra luciendo de esta manera todo su perfil, que viéndolo desde el agua estaba más que perfecto, más aún cuando un rayo de Sol lo iluminaba completamente. No pude evitarlo, me acerqué a él, y sin decir absolutamente nada me eché sobre su cuerpo.
Obviamente Joaquín se sobresaltó ante mi presencia y más aún estando yo mojado, sin embargo me miró acercando sus labios a los míos propinándonos un beso largo y prolongado, lo que hizo que ambos nos empalmemos más de lo que ya estábamos. En la posición en que me encontraba más los movimientos en vaivén mi pene logró escabullirse dentro de Joaquín sacando de él un ligero grito de dolor. Me miró y en tono suave me dijo al oído “despacio por favor, es mi primera vez” y así lo hice. Poco a poco fuimos acompasando nuestros movimientos, logrando llegar al clímax juntos. Luego ambos nos dejamos caer en la laguna, para luego, después de un beso prolongado, salir, vestirnos y partir de regreso a la hacienda. Cuando llegamos, Armando nos estaba esperando.
Al vernos, sentí una mirada extraña en nosotros, sin embargo se acercó a mí, puso su brazo alrededor de mi cuello y comenzamos a caminar así hasta entrar en su casa, una vez que cerró la puerta, me soltó y sorpresivamente me besó en los labios. No pude corresponderle como hubiera creído que lo haría, primero porque hacía menos de una hora que había estado con Joaquín y segundo por el temor a que Susana se presentara ante nosotros. Suponiendo eso último, Armando se acercó a mi oído diciéndome “No te preocupes, no está en casa”. Y nuevamente me besó, y esta vez me dejé llevar. Sin darme cuenta me encontré en una habitación, Armando se empezó a desnudar lentamente quitándose primero la camisa, quedando al descubierto su pecho completamente velludo, luego se quitó las botas, las medias y el pantalón, quedándose en un diminuto bikini negro. Verlo de esa manera nuevamente aceleró mis hormonas, haciendo que yo también inicie mi rutina.
Una vez desnudos ambos nos entrelazamos en un abrazo, cayendo pesadamente en la cama. Una vez más tenía al amor de mi vida junto a mí. Aquella tarde, Armando me hizo el amor de una manera diferente a la que estaba acostumbrado a recibir de él, fue rudo y apasionado, pero por momentos tierno y dulce, dejé que tomara mi cuerpo e hiciera lo que quisiera, yo de solo sentirlo así me llenaba de una emoción intensa, sobretodo volviendo a sentir su piel velluda sobre mi cuerpo desnudo y caliente. Cuando, luego de casi de una hora de cogerme en toda posición terminó dentro de mí, sentí caer todo su cuerpo sobre mí, y me di cuenta que esa sería la última vez que eso pasaría entre nosotros. El también lo supo, por ello me besó con sed de mí, como queriendo parar el tiempo en ese instante.
A los dos días, nuevamente con maletas en mano me dirigí al portón de la hacienda, pero esta vez no iba solo, Joaquín regresaba conmigo para compartir el resto de mi vida.
Autor: TEHEPA
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