Salí del vapor, caminé hacia una de las bancas que se encuentran frente a las regaderas, a ambos lados del par de mesas de masaje que están al centro. Me llamó la atención un tipo sumamente velludo, no tan gordo, con un vientre algo crecido, de barba cerrada, que recibía masaje, para mi gusto un poco bajito, como de 1.70, yo mido 1.82. Desde mi lugar disfrutaba ver su cuerpo tan varonil, lleno de atractivos vellos.
El masajista le pidió se girara, ahora boca abajo; el oso me vio, agacho la cabeza, dirigió una de sus manos a su bajo vientre para acomodarse el pene. De inmediato colocó sus manos a ambos lados de su cuerpo para que el masajista comenzara su labor. En dado momentos alzo su vista me miro y sonrió, de una manera tan franca y sincera que me gusto.
Terminó de recibir su masaje, se acercó a donde yo estaba, me saludó con un fuerte apretón de manos, se sentó a mi lado y comenzamos a platicar. Se que trabaja en un sindicato y ocupa una posición bastante importante, que actualmente estudia una maestría en esta ciudad de México y que es de Monterrey. Por mi parte le dije a lo que me dedico, le interesó y planteamos la posibilidad de realizar un proyecto muy concreto.
En determinado momento nos dirigimos al vapor, en donde de pie, en una de las esquinas comenzamos a besarnos. Me encantaba el roce de su barba en mi cara, sentir entre mis manos los vellos de su pecho, espalda y brazos. Pero más aún, el tono tan varonil con un ligero acento norteño de su voz, así como las rudas palabras con las que exigía mi atención: sí cabrón, wey estás bien rico, dame verga cabrón, quiero que me rompas el culo, quiero mamártela completa, que pitote, etcétera.
Nos acariciábamos con fuerza, como dos machos calientes, nada de delicadezas o puterías, sus manos recorrían mi piel friccionándola más que acariciándola. Yo disfrutaba esa masa de pelos que cubría su cuerpo, le jalaba los del pecho, la espalda, me tallaba contra su barba. Y de repente me dice, quieres que te la mame. No conteste, sólo tomé su cabeza con ambas manos y lo empuje hacia abajo.
Trataba de tragar lo más que podía, pero sólo le entraba poco más de la mitad de de mi instrumento, era tal su esfuerzo por abarcar más que le daban arcadas y tenía que sacarlo, para volver a intentarlo. Decidí ayudarlo un poco, sostuve con ambas manos su cabeza para marcarle el ritmo, se notaba su poca experiencia o pericia, en determinado momento que intento nuevamente metérsela un poco más, lo agarre fuerte del cabello y con rudeza le enterré lo más que pude de mi enorme, duro, recto, grueso y cabezón aparato.
Abrió los ojos sorprendido, lo alzó para mirarme y comprendí que, aunque le hacía daño, él quería que fuera así. Se lo saqué de inmediato, pero él se pego nuevamente a mamarlo como niño que tuviera mucha hambre, y le quitarán el plato a media comida. Me sorprendió que él mismo tomara mis manos con sus manos y me insinuara que nuevamente quería ser violentado por la garganta. Y procedí a complacerlo. Se la enterraba con fuerza, y cuando sentía cierta resistencia, más lo apalancaba tomado del cabello. Era delicioso sentir una o dos arcadas de su garganta en la cabezota de mi pene, queriendo expulsarlo, en cambio el dueño de esa cavidad quería más pese al daño.
Era muy estimulante ver sus ojos excitados y llenos de lágrimas originadas por las arcadas de su garganta, que se resistía a tremendo tamaño de pene. Ver como esos labios succionaban y a veces sólo acompañaban el paso de mi pene a esa húmeda, caliente y resbaladiza cavidad de macho. Sentir con mis manos su barba cerrada mientras mamaba con fuerza y desesperación mi tranca.
Se levantó y me preguntó si quería ir a su casa para estar más a gusto, textual me dijo: “quiero que me rompas el culo con esta verga cabrón”, “si no te entra” pregunté como para saber si sabía lo que decía, “¡ah chingá!, ¿cómo jijos no?, tiene que entrarme, si no, tú te encargas de meterla a como de lugar wey”, “¡órale, vamos pues!, no más no te rajes a la mera hora”.
Este osito de 33 años, me llevó a su departamento. Apenas cerró la puerta, se dirigió hacia el baño, yo me senté en un sofá, salió en calzoncillos, blancos, sexy’s, que contrastaban con su piel blanca llena de oscuros vellos. Se sentó en mis piernas, lo acomode y comenzamos a besarnos, después de un buen rato se levantó y lo seguí hasta su habitación.
Encendió la TV, ni la veíamos, me desnudé y me acomode a su lado, lentamente recorría su pecho, acariciaba y succionaba esos pezones tupidos de vello, con mi lengua jugueteaba y con mis labios jalaba esas vellosidades de todo su cuerpo.
Me acosté boca arriba, y ahora el recorrió mi cuerpo con su boca, al llegar a mi pene comenzó a succionarlo con avidez, con mis manos dirigía y marcaba el ritmo. Después de nuestro encuentro supe que el normalmente era activo, pero cuando veía un macho como yo (otra vez la modestia) sólo se le antojaba complacerlo, excitarlo y ser penetrado.
El clóset de su habitación tiene un espejo de pared a pared y de techo a piso, lo coloqué sobre la cama, acostado boca abajo, frente al espejo, me puse arriba de él, con mi verga etre sus peludas nalgas. Me dijo que le gustaba el contraste que veía entre el color bronceado de mi piel y el blanco de la suya.
Lo deje mirándose en el espejo, mientras dirigía mi cabeza hacia esas deliciosas y varoniles nalgas, que mordía y palmeaba ruidosamente con mis manos de vez en vez, comencé a introducirle mi lengua, a saborear el ocre de su arrugado, rojo y apretado culo. Comenzó a girarlas, a levantarlas y a pedir que se la metiera.
Le llené el culo de saliva, de lubricante, le acerqué la dura, redonda y grande cabezota de mi grueso y largo pene. Se estremeció un poco, cerró en un reflejo su ano poco antes relajado a lengüetazos. Le dije, si no quieres no, no es a la fuerza. Dijo con firmeza “no hay pedo cabrón, tu métemelo, aunque sea a fuerzas, mi ano no manda, mando yo”. Era lo que más deseaba y comencé a presionar, pero su anito se resistía a ser atravesado, yo batallaba un poco, y no quería perjudicarlo. Me sentía observado, alcé mi vista, y en el espejo vi su cara, él encabronado, enojado, y me dijo muy serio, retando mi orgullo, “me lo vas a meter o qué, o si no puedes ahí la dejamos”.
En ese momento me prendí, dirigí mi mano hacia abajo para apoyar mi pene, y apenas sentí su arrugado agujerito y empujé con fuerza, firmemente, sentí como con mi cabezona alisé cada pliegue de su peludo culito, él respingó, trató de levantarse y le dije así puto o ya no quieres, volvió a su posición inicial y apretando los dientes dijo, “así wey, rómpemelo ya”. Entonces embestí con fuerza y lo traspasé hasta la mitad de mi trozo, esta vez intentó cerrar las piernas, y con las mías lo impedí, se las mantenía lo más abiertas que podía, y sentía bajo mi pecho como su espalda rechazaba mi presencia.
“Ya, ya, ya hasta ahí, espera un poco y luego acabas de meterla”. Le dije que sí, pero yo estaba un poco molesto y muy excitado por las palabras con las que me retó y sólo pensé: “pero hasta vas a llorar puto con lo que te voy a hacer”, comencé a sacarla lentamente y le dije suavemente a su oído, si quieres descansamos un poco y lo volvemos a intentar, dijo que sí, que le parecía buena idea, separé mi pecho de su espalda, coloqué mis brazos a ambos lados de él, y retiré lentamente mi pene, sentí como relajaba un poco su cuerpo, y de inmediato le enterré con fuerza todo mi pene.
Gritó de dolor, “ayyy cabrón no, noooo, no seas ojete, que poca madre la tuya, ya culero que me partes, aaagghh, ayyyy”, intentó levantarse pero lo sujetaba con fuerza de su cintura, trató de empujarse con las piernas para safarse de debajo de mí, pero con fuerza lo retenía, le dejé caer todo mi peso, y con voz firme, fuerte y clara le dije: no que no putito, no que si no podía, no que ahí la dejáramos, ahora aguanta puto…
Hundió la cabeza entre las sábanas, por sus ojos apretados corrían lágrimas de dolor, y apretaba los dientes, con una de mis manos lo tomé del cabello y le alcé el rostro y le dije: mírate puto, míranos por el espejo, a poco no te gusta lo que ves. Su rostro descompuesto por el dolor, las narices llenas de mocos, la baba le escurría por lo labios, y mantenía apretados sus dientes. Y comencé a sacárselo lentamente, hasta la mitad y con furia se lo enterraba de un solo tajo, el pujaba, bufaba y lloraba. A cada estocada que le daba el rostro se le descomponía, poco a poco él sólo sostenía su cabeza, se fijaba en su imagen, en mi imagen montándolo, en nuestra imagen cogiendo a lo bestia.
Poco a poco comenzó a mover el culo, hacia mi pene, llegó el momento en el que me quede apoyado en mis brazos y, sin sacárselo, veía como era él quien alzaba las nalgas y buscaba enterrárselo. Lo aguante así poco rato, pues ver las huellas normales de su culo acompañadas de un ligero líquido sanguinolento en mi pene, me excitó tanto que me dejé caer encima, se la enterré lo más que pude y solté unos trallazos espesos, de caliente y abundante leche en ese culito agrandado por el pitote que tengo.
Espero les haya gustado esta anécdota que viví con este norteño, al que pude tirarme igual de violento, otras seis ocasiones antes de que, por motivos que no vienen al caso, dejáramos de vernos. Después de un año de no verlo, todavía se me para la verga y me masturbo pensando en cada encuentro.
Los regios son bien golosos. Machitos pero les encanta la verga
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