A finales de Junio, mis padres se decidieron comprarse una pequeña casa en el campo, en un pueblo alejado de la civilización. Aunque yo hubiera preferido quedarme en la ciudad, me convencieron para que les acompañara, entre otras razones porque había dejado un par de asignaturas pendientes para Septiembre y la tranquilidad del pueblo me vendría bien para estudiar. Así estaría libre de toda clase de tentaciones.
La casa que compraron era bastante antigua y precisaba de multitud de reparaciones. Mis padres contrataron a un hombre del pueblo, que ya había hecho algunos trabajo para unos vecinos. Se llamaba Julio. Tendría unos 40 años y tenía aspecto de bruto, lo cual me excitaba enormemente. Era bastante alto y sobre todo muy ancho. Había hecho mucho ejercicio a lo largo de su vida, seguramente por el trabajo del campo, y se le notaba.
Era Agosto y mientras Julio reparaba el muro del jardín, yo le espiaba. Hacía mucho calor, y casi nunca llevaba la camisa puesta por lo que podía contemplar su fabuloso corpachón. Poseía unos brazos poderosos, descomunales diría yo, en cada uno de los cuales lucía un gran tatuaje. Su pecho era muy amplio, cubierto por una fina capa de vello. Llevaba el pelo corto y su endurecido rostro estaba adornado por una barba corta, bastante descuidada. Por si todo esto fuera poco, el calor y el duro trabajo hacían que casi todo el tiempo estuviera sudado, por lo que su oscura piel brillaba intensamente, como si estuviera cubierto de aceite. Podía estar varias horas espiándole en silencio desde la ventana de mi habitación, sin apenas moverme, mientras mi mano trataba de consolar a me enloquecido miembro.
Aquella tarde estaba solo en casa, ya que mis padres habían salido. Después de haber estado espiando a mi hombretón durante largo tiempo, me había tumbado en la cama para leer algo. De pronto, oí que tocaban la puerta y comprendí que era él. No contesté, mientras él seguía llamando con fuerza y diciendo
- ¿Hay alguien en casa?
Yo por mi parte esperaba que subiera, y después de un par de minutos, así lo hizo. Pude oír empezaba a subir las escaleras pausadamente. En ese momento no perdí ni un minuto, me quité los pantalones y la camisa, y me tumbé en calzoncillos sobre la cama.
Primero llamó a la habitación de mis padres y luego a la mía. Cerré los ojos, fingiendo que dormía placidamente. Nunca me hubiese creído capaz de improvisar aquella escena en tan poco tiempo. Abrió la puerta, se asomó y me miró en silencio.
Podía adivinar sus ojos comiéndome, mi polla se estaba poniendo duro; la situación me excitaba. Esperé unos segundos y abrí los ojos, poniendo cara de sorpresa.
- ¡Ah, eres tú! .- le dije simulando que me acaba de despertar.
- Disculpa, te he despertado, he llamado y como no había nadie he subido...
Sonreí, mientras le miraba fijamente. Ante mí tenia un auténtico coloso sudoroso, mostrándome toda la inmensidad de su pecho y la fortaleza de sus musculosos brazos. No podía mirarle sin sentirme un poco avergonzado
- Quisiera lavarme un poco.- me dijo con su voz ronca y viril
Me levanté, sin ponerme los pantalones y un poco turbado por aquella situación. Pude observar que bajo sus raidos pantalones vaqueros se adivinaba un enorme bulto sospechoso.
Se había quedado en la puerta de mi habitación, y le invité a pasar al cuarto de baño. Sentí sus ojos oscuros seguirme emocionados. Mientras se lavaba las manos pausadamente, me quedé mirándolo, cada vez más empalmado y caliente. Mi polla estaba a punto de explotar y apenas podía aguantar dentro de mis calzoncillos. El hombretón me miraba de vez en cuando de reojo y seguramente ya había advertido que mi paquete había alcanzado unas dimensiones bastante considerables
- Tendrás que secarte, quítate los pantalones.- le propuse, olvidándome de todos los complejos y temores.
- Tienes razón.- me contestó con una sonrisa.
Lentamente fue abriéndose la cremallera, y cual no sería mi sorpresa cuando observé que no llevaba ropa interior y una enorme tranca apareció ante mí, rodeada de una espesa mata de pelo. Julio se acercó a mí sonriente y agarrándose el tarugo con una de sus poderosas manos. Sin mediar palabra, me agarró del cuello y nos fundimos en un beso intenso, hambrientos, mientras nuestras manos exploraban nuestros cuerpos. Sentí escalofríos de placer cuando su encallecida mano atrapó mi polla. y empezó a masturbarme dulcemente. Así estuvimos durante un par de minutos, hasta que empujado por el instinto, me arrodillé ante él y engullí su largo, gordo y duro pollón de caballo. Tenía un sabor salado y apenas me cabía en la boca, por lo que me llegaba hasta el fondo de la garganta. M nariz se perdía entre su espeso vello púbico y podía percibir todo su olor a macho sudado y en celo. Comenzó a suspirar cada vez más fuerte y esos suspiros hacían que las embestidas de mi boca fueran más salvajes.
- Chupas como un Dios, cabroncete.- me dijo.- ¿A qué hora vuelven tus padres?
De repente, volví a la realidad, me había olvidado de todo entre sus brazos y en su boca, el tiempo se me había echado encima, sin poder controlarlo. Miré mi reloj, y tuve que concentrarme mucho, para calcular las horas que hacía que mis padres se habían ido. La visión de mis padres descubriéndonos así, en casa me daba miedo, pero a la vez me excitaba: quizás ya era hora de que descubrieran toda la verdad.
- Ven.- le dije, volviendo de mis pensamientos.
Le cogí de la mano, una mano mucho más grande y fuerte que la mía y le llevé a mi habitación. Me tumbé sobre la cama y mi fornido amante se echó sobre mí. Debía pesar cerca de 100 kilos, pero no me importaba sentirme aplastado por aquella mole humana. Lentamente empezó a chuparme los pezones y después fue subiendo poco a poco hasta llegar a la boca y fundirnos en un beso intenso. Podía notar como su dura tranca se revolcaba con la mía, frotándose una y otra vez, sin parar.
De pronto comenzó a bajar su cabeza y pude notar como su caliente y húmeda lengua recorría todo mi pecho hasta que llegó a mi polla, dura y dolorida por el placer. La devoró de un solo bocado y empezó a mover su lengua sobre ella, con la destreza de un experto. Creía que iba a correrme y solo acerté a gemir desaforadamente y a removerme sobre la cama. Por si la mamada fuera poco, sus manos empezaron a masajearme los huevos. Debió notar que estaba próximo a correrme y paró de golpe para incorporarse y se quedó mirándome fijamente, con cara de pocos amigos:
- Quiero tu culo de niñato de ciudad. Tengo la polla tan dura que quiero follarte hasta dejarte el culo dolorido. Quiero que disfrutes con mi herramienta. - Y mientras me decía esto, se restregaba el cipote, duro como una barra de hierro.
- Sí señor.- le contesté mientras me habría de piernas para recibir aquel delicioso pedazo de carne.
Empezó a acariciarme el agujero y despacio, con suavidad, me fue metiendo un dedo, luego dos... yo gemía cada vez más fuerte, cada vez más ansioso y, al mismo tiempo, temeroso.
- Estate tranquilo, solo te haré el daño imprescindible.- y mientras me decía esto pude notar como su miembro iniciaba la penetración, suavemente, pero sin dejar de avanzar.
Creía que iba a morir, que aquel arpón me iba a destrozar las entrañas, pero una vez hubo metido la cabeza de su polla, el resto entro fácilmente, casi con dulzura. Una vez que sintió que toda su polla estaba en mi interior, empezó a moverse rítmicamente. Sus cabalgadas eran cada vez más bestiales y en su rostro se dibujaba la furia de un hombre de campo follando como un verdadero animal. Cambiamos varias de postura, pero su polla permanecía siempre en mi interior, empujando una y otra vez, salvajemente. No sé cuanto tiempo estuvimos así, no sé si fueron cinco minutos o treinta. Sólo sé que al cabo de un rato, cuando los dos ya estábamos empapados en sudor por la follada, el albañil descargó un chorro de leche caliente dentro de mí. Yo no quise ser menos y me corrí como no lo había hecho nunca en mis 20 años de edad.
Nos tumbamos jadeantes sobre la cama, pero al poco tiempo nos tuvimos que levantar, no fuera que mis padres nos sorprendieran de aquella guisa. El albañil se duchó rápidamente y a los 15 minutos, cuando llegaron mis padres, ya había vuelto al trabajo. Yo estaba en mi habitación, haciendo como que estudiaba, con el culo dolorido como me había prometido aquella mala bestia.
Poco después supe que Julio estaba casado y tenía 3 hijos, pero no me importó. Lo único que quería antes de acabar el verano era que mis padres volvieran a marcharse y me dejaran a solas con él.
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