Al llegar al puerto, entré en un viejo bar, uno de esos locales sombríos y oscuros repletos de humo y hombres rudos, acostumbrados a la dureza de la vida en el mar.
Nada más entrar, descubrí, sentado a la barra, al tipo más increíble que había visto jamás. Llevaba unos pantalones muy ceñidos a su cuerpo, unas botas de cuero negras y una camisa muy abierta, de manera que los dos pezones quedaban fuera de ella. Tenía un pecho enorme, cubierto por una mata de pelo oscuro. Su cara, que veía reflejada en el espejo que había enfrente de él, era alucinante. Era de piel morena y lucía un oscuro bigote que hacía juego con sus ojos negros. Sus labios eran carnosos, sensuales, generosos; su nariz recta, su mandíbula cuadrada y todo esto, unido a la expresión de rudeza y serenidad de su rostro, le daban un atractivo tan bestial que nadie podía estar a su lado sin mirarlo de reojo, sintiéndose nervioso por momentos ante su proximidad; pues además era tal la virilidad que rezumaban todos sus poros que se respiraba en el enrarecido aire del bar, e hizo que en la primera cosas que yo me fijase al entrar a la semioscuridad de aquel antro fuera él. Quizás fuera un policía o quizás fuera un criminal, pero en cualquier caso era alguien que atemorizaba con su sola presencia.
Me dirigí a la barra, sentándome a tres sitios exactamente de donde él se encontraba impávidamente, bebiendo una cerveza de la botella misma. Observé como sus carnosos labios se ceñían en torno al cuello de la botella y me recorrió un escalofrío al pensar en lo que podrían hacer esos labios alrededor de mi capullo. Cerré los ojos, sacudí la cabeza y me dije a mí mismo que ya bastaba de fantasear. Pedí una cerveza al camarero y traté de evitar mirar a aquel hombre tan bestial
Pero al poco tiempo, casi inconscientemente giré la cabeza hacia donde estaba sentado él y casi me caigo de la silla al comprobar que me estaba mirando fijamente. Me miraba con interés, con deseo diría yo. Por un momento me vi reflejado en sus ojos, nos vi a los dos, a él encima de mí clavándome toda su potencia, haciéndome daño con su rudeza animal. Me miraba como un león miraría a su presa, con ansia por cazarla y comérsela, ya así me vi en sus ojos, devorado por su arrebatadora pasión.
De pronto, se levantó de su asiento y se dirigió hacía mí, desplazando lentamente su tremendo corpachón.
- ¿Has venido sólo?- me preguntó. Su voz era ronca y profundamente grave.
. Sí.- respondí con un hilo de voz, ya que el nerviosismo era como una venda que tapaba mi boca
- ¿Eres un poco tímido, no?
- Un poco.
- ¿Eres marinero o algo así?
- Solamente un turista que está de paso
Me hablaba y me escrutaba con aquellos ojos que no hacían más que pasearse por mi cuerpo, desnudándolo.
- Me encantan los turistas, siempre me gusta acompañarlos en sus paseos por la ciudad. Hay cosas por descubrir que no están en las guías.
- Estaría encantado de que me ensañaras esas cosas.- Respondí armándome de valor, sabiendo que si me lanzaba recibiría la justa recompensa.
- Ven conmigo.- dijo esto y se levantó del taburete haciéndome una señal con la cabeza. Lo seguí como un autómata, con la convicción de que tenía que ser así, de que mi destino era retozar con aquel animal.
Salimos del asfixiante ambiente del bar a la cálida temperatura de la calle. Allí lo alcancé y le pregunté a dónde me llevaba. Me miró y por toda respuesta me sonrió, con una sonrisa que me enloqueció de deseo. Unas ganas terribles de que me tocara se apoderaron de mí, no podía aguantar hasta llegar a nuestro destino, quería que allí mismo, en cualquier rincón de la calle, me poseyera. Alargué una mano hasta su enorme culo y la apoyé en una de sus nalgas. Pude sentir la dureza y fortaleza de las carnes que se apretaban bajo su pantalón.
Se detuvo, se giró y rodeándome con un brazo la cintura y me empujó contra la pared de un callejón. Volvió a sonreírme y acercó su cara a la mía hasta que nuestros labios se tocaron. Noté su cálido aliento en mi garganta cuando abrió con su poderosa lengua mis labios. La paseó por mis encías, por mis dientes; era una lengua increíblemente larga y experta que no dejó rincón por explorar. Me absorbió literalmente y cuando terminó tuvo que seguir sujetándome, porque si no me caía.
- ¿Te ha gustado, machote?- Me despertó con sus palabras.
- Vuelve a hacerlo.- fue todo lo que pude decir como respuesta
- Luego, cuando lleguemos.- Y soltándome siguió andando unos pasos por delante de mí. No hablaba, no preguntaba nada, parecía que su único interés estuviera en llegar lo más pronto posible y follar conmigo
Estuvimos andando unos cinco minutos hasta que por fin llegamos a un portal delante del que se detuvo.
- Aquí es.- dijo
- ¿Qué hay aquí? – pregunté, intrigado
- Sube conmigo y lo verás – invitó, pero antes me miró fijamente y me preguntó - : te gustan las emociones fuertes ¿verdad?
Me sorprendió su pregunta, pero por toda respuesta emití una especie de afirmación. Subimos las escaleras hasta su piso. Entramos y me quedé de piedra al ver que había alguien más tumbado en la cama.
Me sorprendió su pregunta, pero por toda respuesta emití una especie de afirmación. Subimos las escaleras hasta su piso. Entramos y me quedé de piedra al ver que había alguien más
la cama. Era un hombre de unos treinta años que dormía completamente desnudo en la cama que había nada más entrar en el piso. Tenía un cuerpo precioso, más o menos como yo imaginaba que debía ser el de mi acompañante; y su polla, trempada a saber por qué tipo de sueños estaría disfrutando en aquellos momentos, era más grande que había visto jamás. Interrogué con la mirada al que había llegado conmigo, pero él no me miraba. se estaba desnudando. Me quedé fascinado ante la perfección de aquel cuerpo maravilloso, era mejor todavía lo que mi mente había podido imaginar. Sus brazos eran fuertes. con unos bíceps prominentes; su pecho estaba surcado de músculos; sus piernas eran como dos torres, como dos columnas majestuosas que ningún vendaval fuera capaz de derribar. Me vi agarrado esas piernas como se agarraría un niño a la falda de su madre en busca protección. Se tumbó en la cama junto a su amigo y empezó a acariciarlo.
El otro despertó, pero no sobresaltado sino como si ya estuviera esperando que alguien lo despertara de esta manera. Imaginé que aquel rito debía repetirse cada noche, y probablemente cada noche alguien diferente contemplaría la escena que mis ojos estaban a punto de observar. Se besaron largo rato, como si hiciera mucho tiempo que no se veían y, al contrario lo que se podía imaginar por su aspecto. su beso era suave, delicado. Se acariciaban mutuamente sus increíbles cuerpos. Con su mano, me invitó a que entrara a formar parte de su círculo.
No me lo pensé dos veces, me desnudé tan rápido como pude y salté a la cama, colocándome justo en el espacio que habían abierto en el medio de los dos para mí. Me miraron unos segundos, se miraron ellos y, como si aquella acción ya hubiera estado premeditada de antemano, se abalanzaron los dos al mismo tiempo sobre mi cuerpo. Uno me besaba boca, cuello y pecho, mientras que el otro se dedicaba a lamer mi vientre y mis muslos pasando con su lengua muy cerca de mi polla, echándome su aliento caliente y agitado, pero sin llegar a tocarla en ningún momento, cosa que hacía que mi excitación fuera en aumento por segundos y que mi polla palpitara constantemente en la necesidad de ser reconocida y no ignorada. Yo, aunque muriéndome de ganas, no podía hacer nada, se habían echado completamente encima de mí y me era imposible moverme. Hasta que Jacques, que era quien me besaba, reparó en mis ganas de algo más fuerte y sin pensárselo dos veces se sentó encima de mi cara poniendo su agujero del culo al alcance de mi lengua. No le hice ascos. Cogí con las dos manos las nalgas para separarlas y empecé a acariciar despacio aquel agujero que había conocido ya infinidad de placeres. Jacques se retorcía encima de mí, a veces se dejaba caer completamente, lo que hacía que mi lengua pudiera explorar aún más adentro.
Frenético ya dejé de lamer suavemente para dedicarme a chupar, morder y sorber desesperadamente de aquella cavidad tan deseada. La respuesta esperada no tardó en llegar: se corrió abundantemente salpicando mi vientre y a su compañero que todavía seguía trabajándome y que se incorporó para besarlo. Yo me incorporé también y me lancé sobre la polla del otro y cogí su falo entre mis labios subiendo y bajando por toda su longitud. Comenzó a retorcerse de placer, a gemir, yo sabía que de seguir así no tardaría mucho en correrse y quise prolongarlo durante un rato más, así es que me dediqué a chupetear sus huevos poniéndomelos en la boca.
Mientras tanto, Jacques ya se había recuperado gracias a las caricias de su compañero y acariciaba mis nalgas pasando un dedo por mi ano, dándole un masaje para que pudiera entrar con facilidad. Poco a poco me lo fue abriendo, mi posición, de rodillas en la cama, se lo hizo fácil, e intuyendo lo que estaba a punto de hacer le grité:
—Vamos, ¿a qué esperas? Métemela de una vez.
No hizo falta que se lo repitiera. De una embestida me la clavó hasta el fondo, y no hubiera podido contener un grito de dolor de no ser porque al empujar hizo que la polla que estaba chupando se me clavara en la garganta. Jacques entraba y salía de mi culo con tal maestría, a veces se detenía y movía las caderas en círculos y mi culo se volvía por momentos más y más ansioso. Su compañero no podía aguantar por más tiempo. Soltó un chorro de leche en mi garganta de la que no quise desperdiciar ni una gota, acabando de limpiar con la lengua los restos se demen que pudieran quedar en su capullo. Jacques llegaba, yo libre mi boca, gemía de placer y le imploraba que diera más ritmo a la enculada.
Noté una boca sobre mi polla y no pasaron ni dos minutos cuando me solté por completo al mismo tiempo que Jacques lo hacía dentro de mí. Estaba exhausto, jamás me habían follado de aquella manera, pero deseaba repetir una y otra vez. Casi sin darle descanso me metí la polla de Jacques en la boca al tiempo que le ofrecía mi culo a su compañero, el cual no se hizo de rogar y me penetró de la misma manera salvaje que anteriormente lo había hecho Jacques. Nos sorprendió el día follando como unos locos. No recuerdo cuántas veces lo hicimos, no recuerdo cuántas veces me corrí aquella noche, sólo recuerdo que no fue la única noche: durante toda la semana que pasé en la Costa Azul ellos dos acompañaron mis noches, al igual que el sol acompañó mis días. Regresé a mi ciudad tostado por el sol y abrasado por un fuego más potente todavía, un fuego que cualquier día en nuevas vacaciones saldré a buscar de nuevo, seguro de que lo encontraré, de que allí donde vaya habrá alguien aguardando a que un turista, rubio y pálido como yo, se preste a los servicios de un guía que mostrará rincones escondidos, secretos ignorados.
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