jueves, 8 de marzo de 2012

La Prueba del Capataz

Llevaba varias semanas sin trabajo y los pocos ahorros que tenía se estaban agotando. Necesitaba trabajo urgentemente. Por ello me levanté del motel donde estaba alojado y después de ducharme me puse al volante de mi vieja “pick up”. Sin lugar a dudas, podría encontrar trabajo en cualquier rancho como peón. Era un trabajo duro, pero bien pagado. Unas cuantas semanas al sol podrían proporcionarme el dinero suficiente para ir tirando.

Después de conducir durante varios kilómetros, me decidí a parar en un bar situado junto a la carretera. Generalmente en esos lugares suelen saber si los ranchos de las cercanías necesitan personal para trabajar en el campo.

Entré en el vetusto local y posé mi trasero en un polvoriento asiento.

- ¿Qué es lo que desea, forastero?.- masculló un viejo camarero que descansaba sobre la barra del bar.

- Una cerveza.- respondí.

El camarero hizo un gesto de asentimiento y lentamente abrió la cámara para sacar la cerveza. Mientras quitaba la chapa, le pregunté:

- ¿Conoce algún rancho donde pudiera trabajar como peón?

- Aquí hay muchos ranchos donde se puede trabajar, vaquero.- me contestó con una sonrisa socarrona

- ¿Puede recomendarme alguno?

- El mejor rancho del contorno está a 2 millas de aquí, carretera abajo. Siempre necesitan peones y creo que pagan bien. Sólo hay un pequeño problema.

- ¿Problema? ¿Qué problema?.- respondí intrigado.

El camarero se acercó a mí y mientras me servía la cerveza, me dijo muy seriamente:

- El problema es el capataz. Un tipo muy duro al que le encanta amargar la vida a sus empleados. Dicen que se cree que es el dueño del rancho y actúa como tal. La verdad es que no me gustaría tener que enfrentarme al él. Es un tío enorme, muy fuerte y con aspecto de estar siempre muy cabreado.

- He tenido jefes realmente duros y sobrevivido a todos. No creo este sea peor que ninguno de ellos. Yo sé como manejar a los capataces.- y me bebí la cerveza de un solo trago.

Después de soltar un sonoro eructo, me limpié la boca con el puño y pagué la cerveza. Me dirigí a la puerta del establecimiento, mientras el camarero se daba media vuelta con una sonrisa en la boca.

Tal como me indicó el camarero, 2 kilómetros más abajo encontré la entrada del rancho. Parecía muy grande. Sin lugar a dudas, allí encontraría trabajo con facilidad. Bajé de la furgoneta y me dirigí a 2 hombres que trabajaban junto a la entrada.

- ¡Buenos días! ¿Dónde podría encontrar al capataz?

- Le encontrará junto a aquellos árboles. Ha ido a revisar uno de los cercados. Si quiere, puede ir con ese trasto por ese sendero.- me contestó uno de los hombres. .

- Más le vale que esté de buen humor, porque si no creo que le haga mucho caso. Realmente tiene muy malas pulgas.- añadió el otro hombre.

Todos aquellos comentarios con respecto al capataz no hacían sino aumentar mi interés por conocerle, más que producirme temor.

Después de agradecerles la información me dirigí al punto indicado en mi vieja furgoneta. Según me iba acercando al lugar donde estaba el capataz empecé a ponerme nervioso. No sé porque, pero intuía que me esperaban grandes sorpresas.

Estacioné junto al cercado y bajé de l a”pick up” . El capataz estaba agachado y tenía un culo realmente enorme, embutido en unos viejos “blue jeans”.

- ¡Buenos días, señor!.- dije con una entonación firme, intentando dar la sensación de seguridad.

El capataz se dio la vuelta y se puso de pie. Pude comprobar que lo que me había contado el camarero con respecto a su aspecto era cierto. Era un tío grandote, de uno 40 años, muy moreno. Una barba corta adornaba su cara curtida por el sol. Pesaría unos 100 kilos, repartidos en un cuerpo musculoso y endurecido por el ejercicio físico. Vestía como un típico vaquero. Pantalones vaqueros, una vieja camisa rota que dejaba entrever un frondoso y velludo pecho y un polvoriento sombrero vaquero. Protegía sus manos con unos guantes de trabajo. Su aspecto era realmente fiero.

- ¿Qué quieres, chaval?.- contestó con su ronca voz.

- Verá... estoy buscando trabajo como peón. Tengo mucha experiencia en otros ranchos y el trabajo duro no me asusta. Soy joven y fuerte y puedo hacer todo lo que me ordene.

- Todo lo que te ordene... - repitió mientras una sonrisa se dibujaba en su duro rostro. - Puedes empezar dándome fuego.- añadió sacándose un cigarrillo del pantalón y colocándoselo en sus sugerentes labios.

Aunque me pareció algo extraño, obedecí sin rechistar. Por suerte, siempre llevaba un mechero y lo acerqué a su cara para encender el pitillo.

De pronto, su poderoso brazo detuvo el mío y mientras me apretaba fuertemente la muñeca acercó su cara a la mía y me espetó:

- Antes de nada, quiero que tengas claro quien es el que manda aquí. Puedes empezar chupándome la polla.- y me hizo un gesto para que me agachara. El capataz tiró su cigarrillo y se desabrochó el pantalón para liberar su puro. Era una polla gruesa, circuncidada y realmente apetecible. El mastodonte agarró con fuerza mi cabeza y me obligó a tragarme su tarugo. Creía que me iba a ahogar. Su polla tenía un sabor salado y apenas cabía en mi boca.

- ¡Vamos, cómetela entera, cabrón! Vas a enterarte como se las gasta tu jefe!.- gruñó mientras me sujetaba la cabeza para que no me separara demasiado de su pollón.

Aunque tenía dificultades para respirar no quería soltar aquel dulce manjar por nada del mundo, y por ello agarré con fuerza su duro trasero para poder bombear mejor.

- Así me gusta, chaval. Sabes como hay que comer una buena polla.

Seguí saboreando aquel duro pedazo de carne durante varios minutos, hasta que el capataz me ordenó con su poderosa voz:

- Ya está bien, ven conmigo.- y mientras me decía esto me puso de pies, me agarró de la cintura y me alzó sobre sus hombros como si fuera un saco de patatas. Aunque yo pesaba más de 80 kilos no tuvo ninguno dificultad en realizar este movimiento. Anduvo varios metros hasta la furgoneta y me colocó encima de la capota.

Tras deshacerse de su sombrero, tiró fuertemente de mis pantalones hacia abajo hasta dejar al descubierto mi polla, que se encontraba dura como un palo. Sin mediar palabra, aquella mala bestia se la tragó entera y empezó a moverla dentro de su boca, con vigorosos movimientos hacia delante y hacia atrás, que me producían un increíble placer. No podía creerme que un jefe fuera capaz de hacer gozar a un empleado como lo estaba haciendo aquel animal.

De pronto levantó la cabeza y sonriéndome me enseñó un cordel que se sacó del bolsillo.

- ¿Qué es lo que va hacer con eso?.- pregunté sorprendido.

- ¡Tú tranquilo! ¡Vas a ver lo que es bueno!

Y con la brutalidad que le caracterizaba rodeó mi pene y mis huevos con el cordel y anudó el cordel con fuerza. La presión que sentí en mis testículos provocó un intenso dolor, pero en cuanto el capataz empezó a succionarme nuevamente el rabo, se transformó en una sensación muy placentera. Durante un par de minutos el capataz siguió con su trabajo, mientras yo no paraba de gemir.

De pronto me agarró con su poderosa mano y me dio la vuelta con violencia. Sin tiempo a reaccionar noté su húmeda lengua en la entrada de mi culo, mientras sus dedos separaban mis nalgas. Su lengua era realmente experta y se movía con rapidez y voracidad.

- ¡Fólleme, señor!.- grité preso de la excitación.

El capataz interrumpió se trabajo y me dio una sonora palmada en el trasero.

- ¡Espera, cabrón! ¡Todo llegará a su debido tiempo!..- y volvió a hundir su cabeza en mi trasero.

Una vez hubo lubricado bien mi ojete, me agarró por la cintura y me puso de pie empujándome hacia la parte trasera de la furgoneta.

- ¡Abre la portezuela!.- me ordenó.

Obedecí sin rechistar y el semental me empujo al interior del vehículo, dejándome tumbado sobre el suelo de la caja. El capataz se quitó la camisa rota dejando totalmente al descubierto su peludo tronco. A continuación se bajó los pantalones. Su polla se balanceaba desafiante entre sus piernas, que parecían 2 columnas cubiertas de vello. Me agarró las piernas y arrastró mi cuerpo hacia el suyo.

- ¡Vas a ver lo que es bueno! ¡Veremos si eres capaz de aguantar las embestidas de mi polla!

Colocó su polla en la entrada de mi culo y después de buscar el agujero con ayuda de sus dedos, dio un golpe fuerte y seco. La polla entró con violencia y apenas pude reprimir un pequeño grito de dolor. El capataz dio un fuerte resoplido y empezó a bombearme con la fuerza de un toro. Aquel animal estaba dispuesto a destrozarme el culo, pero debía aguantar ya que estaba a su merced, y no tenía escapatoria. Lo único que podía era gozar y hacer gozar a aquel mastodonte enfurecido.

- ¡Tienes un buen culo! ¡Calientito y estrecho! ¡Creo que tú y yo vamos a disfrutar mucho juntos!.

- ¡Si señor, lo que usted diga!.- acerté a contestar mientras todo mi cuerpo se retorcía de gusto sobre el suelo de la furgoneta.

El capataz empezó a acelerar el ritmo de sus enculadas, mientras su respiración era cada vez más entrecortada.

- ¡Voy a inundarte con toda mi leche! .-masculló el capataz.

- ¡Córrase, señor¡ ¡Deme toda su leche de toro!

Un profundo rugido surgió de la garganta de mi follador y un dardo de semen inundó mis entrañas, al mismo tiempo que mi polla escupía un chorretón de caliente leche. El capataz sacó su polla y derramó las últimas gotas de su tremenda corrida sobre la mía.

- Bien, vístete y preséntate en el rancho para que te den un trabajo. Si eres tan bueno trabajando como follando, estarás mucho tiempo con nosotros.- me dijo, mientras que una amplia sonrisa se dibujaba en su hermoso rostro.

- Lo que usted diga, señor. No le decepcionaré. Estoy a su disposición para lo que quiera.- le contesté mientras me vestía azoradamente.

Los siguientes meses en el rancho fueron increíbles. El capataz era exigente en el trabajo, pero me compensaba con creces con unos polvos increíblemente salvajes. Incluso tuve la oportunidad de darle por culo, algo que es la mayor fantasía que puede soñar un empleado.



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