Eran cerca de las 3 y estaba a punto de terminar mi turno. Llevaba toda la mañana limpiando las habitaciones del hotel y estaba agotado. Por eso, cuando toqué la puerta de la última habitación del pasillo, pensé: “¡una más y a casita!”.
No contestó nadie, por lo que deduje que estaba vacía. Abrí la puerta con la llave y lo primero que llegó a mis oídos fueron los fuertes ronquidos que procedían del interior. Mi primera reacción fue volver a cerrar, pero aquellos sonidos infrahumanos llamaron mi atención y despertaron mi curiosidad por conocer que clase de animal sería capaz de emitir semejantes ruidos.
Me introduje en la habitación, que estaba medio en penumbras, y me dirigí sigilosamente hacia la cama. Allí descubrí el origen de aquel estruendo. Sobre la colcha, boca abajo, yacía un hombre robusto, de unos 35 años. Estaba completamente desnudo y su corpachón ocupaba toda la superficie de la cama. Bueno, no estaba completamente desnudo ya que llevaba puestas las botas y los calcetines. ¡Sin lugar a dudas había tenido una noche ajetreada!
Me acerqué lentamente a la ventana y subí ligeramente la persiana para observar mejor al bello durmiente. Aproveché también para abrir un poco la ventana, porque la habitación tenía un cierto tufo a alcohol. El hombretón tenía la cabeza de lado y por la sonrisa que se dibujaba en su hermoso rostro, lo había pasado bien la víspera. Su cara de satisfacción lo decían todo.
No pude evitar acercar mi mano a él y empezar a acariciarle. Primera la cabeza. Tenía el pelo corto y una calvicie más que incipiente. Después bajé lentamente por el cuello y avancé, muy despacio, por su interminable espalda hasta que llegué a su culo. Tenía dos hermosas nalgas, grandes, duras, redondeadas y cubiertas de un fino pero abundante vello. No pude resistirme y me acerqué más todavía hasta que mis dientes atraparon una de sus nalgas y le dieron un pequeño mordisco, acompañado de un chupetón. El semental se movió un poco y sus ronquidos se hicieron más suaves, como si mis caricias hubieran apaciguado a la fiera.
Notaba que mi polla iba creciendo de forma desmesurada entre mis piernas y que se apretaba contra la bragueta, como queriendo escapar de mis pantalones. Había perdido totalmente el control de mis acciones y estaba dispuesto a cualquier cosa con tal de alargar aquel momento de increíble placer. Me daba igual que aquel bruto se despertara y me diera una paliza o que me despidieran inmediatamente. Aquel momento mágico no lo cambiaba por nada.
Mi lengua empezó a bajar por el canalillo de sus nalgas en busca de su agujero. Según iba bajando, el durmiente iba abriendo poco a poco sus piernas para que pudiera trabajar mejor. Estaba tan caliente que no dudé en hundir mi cabeza entre sus piernas para pasar una y otra vez mi lengua por su ojete. Sus ronquidos ya no parecían tales, sino más bien gemidos de placer. Porque aunque seguía dormido, no había duda de que estaba sintiendo lo que le estaba haciendo. Así estuve durante varios segundos, hasta que aquel animal hizo un movimiento brusco para darse la vuelta. Por suerte, tuve los reflejos suficientes para retirar mi cabeza a tiempo y evitar que me la aplastara bajo su enorme culo.
Si la parte trasera merecía un diez, la delantera era de matrícula de honor. Una gruesa capa de vello oscuro cubría todo su cuerpo, un cuerpo robusto y bien formado. Pero lo mejor lo guardaba entre las piernas. Una polla sin circuncidar, de longitud normal, pero muy gruesa, como a mí me gustaban. Además estaba en su mayor esplendor de dureza, provocada por en parte por la erección matinal y en parte por mis juegos.
El hombretón hizo un par de movimientos con su corpachón para recolocarse en la cama, emitió un par de sonidos guturales y siguió durmiendo a pierna suelta, ahora boca arriba. Si había llegado hasta ese punto, no podía parar, así que decidí seguir.
Me volví a acercar a él y mi lengua atrapó la punta de su rosado capullo. Empecé a succionarlo suavemente, hasta que lo introduje en mi boca. Poco a poco, mi boca fue avanzando y en pocos segundos todo su tarugo estaba dentro de mí. El bello durmiente empezó a retorcerse y de su boca empezaron a salir nuevamente gemidos de placer. Quizás pensara que estaba teniendo un sueño erótico. Yo estaba como loco y empecé a bombear su polla dentro de mi boca, que estaba más hambrienta que nunca. Así estuve durante varios minutos, dedicándome a saborear aquel dulce manjar que la fortuna había puesto a mi alcance.
Pero de pronto, una de las veces que alcé mi vista para comprobar si mi amante seguía dormido, me encontré con dos ojos oscuros que me miraban fijamente. Asustado, intenté levantar la cabeza, pero no pude porque una poderosa mano me agarraba con fuerza.
- No pares, sigue, que lo haces muy bien.- dijo el hombre, con voz ronca, más bien resacosa.
No repuesto todavía de la impresión que me había causado el ser descubierto y viendo que contaba con su aprobación, continúe con mi trabajo, chupando su grueso pollón, arriba y abajo, una y otra vez, sin parar..
- ¡Diosss, este ha sido el mejor despertar que he tenido en mi vida! Desnúdate, quiero disfrutar de tu cuerpo.
Sin rechistar, me levanté de la cama y me deshice rápidamente de mi uniforme de trabajo. A los pocos segundos, estaba otra vez en el campo de batalla, dispuesto a dar guerra.
- Ponte encima de mí, quiero disfrutar de tu rabo.
Me coloqué sobre su pecho, que era una verdadera manta de vello. Él me agarró con fuerza de las nalgas y acercó mi pubis a su cabeza, hasta que mi polla quedó al alcance de su boca. Lo atrapó todo de una vez y empezó a comérmela como un poseso. Sus gruesos labios y su enorme lengua aprisionaban mi miembro y parecía como si quisiera ordeñarme. Por suerte, paró a tiempo, porque sino me hubiera corrido allí mismo. Pero aquel animal tenía pensado algo mejor para rematar la fiesta.
- ¿Te gustaría meterme el rabo?
- Sí, sí.- contesté algo nervioso ante semejante proposición. Nunca hubiera imaginado que un tiarrón así pudiera ofrecerme su culo para que se lo perforara.
Alargó uno de sus poderosos brazos hasta la mesilla y sacó 2 objetos: un condón y un tubo de lubrificante. Sin lugar a dudas, estaba preparado para cualquier eventualidad. Mientras yo me colocaba la goma, él se untaba el líquido viscoso ayudándose de dos de sus gruesos dedos. Una vez hubo finalizado, untó también la punta de mi plastificada polla.
- ¿Cómo quieres que me ponga?
- A cuatro patas. Me gusta ver las nalgas y la espalda del tío que me estoy follando.
Mientras aquella mala bestia se daba la vuelta y se colocaba en posición, yo empecé a restregarle el miembro por la espalda y por el peludo canal que separaba sus nalgas. Cuando ya estuvo listo, busqué la entrada de su culo con uno de mis dedos y una vez lo localicé lo sustituí por mi polla, que entró entera de un solo empujón. Sin lugar a dudas, aquel culo estaba acostumbrado a recibir pollas.
- ¡Aaaah, aaah!- rugió el animal, cuando notó mi pedazo de carne dentro de él.- ¡empuja! ¡Fóllame! ¡Destrózame el culo!.- imploró.
Sin mayor demora, empecé a cabalgarlo, primero con suavidad, pero después con todo mi ímpetu, como se le hubiera perdido el respeto definitivamente a aquel hombre. Las cabalgadas duraron varios minutos, en los que retozamos como animales en celo.
- ¿Cómo vas? Creo que voy a correrme
- ¡Yo también!
Y nada más terminar de pronunciar aquellas palabras, mis huevos explotaron en una corrida increíble. Mientras soltaba todo mi aluvión de leche, seguía cabalgándolo, como si no quisiera terminar nunca con aquello. Al mismo tiempo, él soltó algo parecido a un bramido y entre convulsiones soltó un blanco chorretón que empapó la colcha. Su corrida fue larga e intensa y yo no saqué mi polla de su culo hasta que no soltó la última gota de semen
Exhaustos por la paliza que nos habíamos dado, nos tumbamos el uno al lado del otro y después de mirarnos dulcemente a los ojos, empezamos a besarnos en la boca, relajados pero con pasión.
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La fiesta no terminó allí, porque una vez que nos hubimos recuperado, nos duchamos juntos y esta vez, fue mi culo el que probó las excelencias de su polla.
Aquel día no me importó terminar mi turno más tarde que nunca.
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