No había persona alguna.
Caminé unos metros por entre los distintos tamaños de
maderas, mesas, sillas y mesas recién hechas; evitando ensuciarme con el aserrín
que abundaba por todas partes.
La carpintería estaba iluminada solo por la luz que se colaba
por unas grandes claraboyas en el techo. Era un taller no muy grande.
Mi marcha se vio obstaculizada por una gran mesa de trabajo,
llena de herramientas, toda clase de cortes de maderas, morsas, cepillos y
clavos.
El aroma inconfundible del pequeño aserradero envolvía todo.
Agité mis palmas para ver si alguien acudía.
Nada.
-¿Hola?-grité, ya algo impaciente.
Entonces al darme la vuelta me sobresalté con la imagen de un
hombrote que me miraba con la expresión de quien ve a un extraño y se pregunta
que querrá este.
-¿Señor?
-Ah, buenas tardes. Disculpe, pensé que no había nadie.
-Diga usted.
-Mire, vengo por recomendación de un amigo al que le hizo
hace poco una hermosa biblioteca a medida. Pues, verá usted: yo necesito una del
mismo tipo para mi estudio.
El tipo me miró con desconfianza.
Era un hombre alto y corpulento. Joven, aunque de edad
indescifrable. Llevaba puesto un overol de carpintero con pechera y tiradores
sin nada debajo, dejando ver su pecho semidesnudo y sus musculosos brazos.
¡Vaya con el carpinterito!-pensé, y mientras él me preguntaba
el nombre de mi amigo, yo no podía dejar de observarlo.
Estaba cubierto de aserrín. Podía casi adivinar el olor de su
sudor, producto de duros trabajos.
Era morocho, tenía una barba de tres días, cejas muy anchas y
ojos oscuros.
Su pecho amplio era semivelludo, y también era tenue el vello
que vestía sus brazos.
Por fin, al recordar mis referencias, se ablandó más y me
sonrió, mostrando una perfecta hilera de blancos dientes.
Pero no dejaba ni por un momento ese aire de desconfianza
hacia mí.
Yo le empecé a explicar como quería el trabajo.
Hablamos de las dimensiones, del tipo de madera, de la
profundidad de los estantes. Y poco a poco nos íbamos acercando frente a la mesa
de trabajo. í‰l tomó un lápiz y un papel y comenzó a hacer unos diseños muy
toscos. Entonces me acerqué a su lado. Fue ahí que sentí su aroma a macho. Eso
me desconcentró, por lo que le tuve que preguntar repetidas veces qué era lo que
me estaba explicando.
Yo seguía invadido por ese olor tan excitante.
Me acerqué más a él, sin dejar de tener cuidado de que mis
movimientos pasaran desapercibidos.
Cuando el dibujo que hizo se acercaba más a la idea que yo
llevaba acerca del trabajo, pasamos a elegir las maderas y le color del lustre.
Después de esto, acordamos honorarios.
Yo, a todo asentía tontamente, sin poder sacar mi vista de
sus brazos, sus axilas peludas y productoras de semejante aroma, los pezones que
asomaban descaradamente de su overol tan amplio, sus manos ásperas y sucias.
Era la perfecta y atractiva imagen de un tremendo macho en
estado natural.
Acomodando unas muestras de listones de cedro que me había
mostrado, me dijo:
-Muy bien, señor. Sólo faltaría ir a tomar las medidas de la
pared de su estudio.
¿Así que iba a tener a ese masculino semental en mi propia
casa?. Me excité con esa posibilidad y rápidamente le di mi tarjeta, combinando
el horario para encontrarnos.
-Eso sí… â€“ me dijo – como estoy con mucho trabajo, recién
podré pasar por su casa la semana que viene.
-No hay problema – me lamenté internamente – esperaré lo que
sea necesario. Me han dicho que usted es un carpintero excelente y me gustaría
mucho que hiciera este trabajo.
Ese comentario dibujó una sonrisa en su cara e hizo que se
sintiera halagado.
Noté como se sonrojaba levemente, comprendiendo que no
debería recibir frecuentemente tales elogios.
Nos despedimos con un apretón de manos que casi me produjo la
pérdida de algunos dedos, tal fue el entusiasmo de su saludo.
A la semana siguiente y en el día convenido me dediqué a
esperar al carpintero.
Cuando sonó el timbre habían pasado veinte minutos del
horario estipulado. Por lo que cuando le abrí la puerta noté que estaba un poco
avergonzado por su tardanza.
Enseguida se disculpó.
Le dije que no había problema alguno. Me pareció un gesto muy
amable y considerado viniendo de alguien que en apariencia sugería todo lo
contrario.
Cuando entramos a mi estudio, él sacó el metro de su caja de
herramientas.
Llevaba puesto el mismo overol de la vez pasada.
Se subió a un banco para tomar las medidas alrededor de una
saliente en el extremo de la pared, cerca del ángulo del techo.
Al hacerlo subió sus brazos y me expuso sus axilas velludas.
Yo, que observaba todo, no iba a perderme un segundo de ese
espectáculo.
Desde abajo, ese hombretón era como una escultura griega.
No pude evitar mirar su entrepierna. Llevaba allí un
considerable paquete que le abultaba la rústica bragueta. Sus piernas eran
fuertes y los muslos tan anchos, que el pantalón se ajustaba ceñidamente a su
musculatura.
Así siguió midiendo en lo alto, sobre varios sectores, pues
el sitio donde debía construir la biblioteca no era fácil debido a salientes y
ángulos de la pared.
Sus brazos subían y bajaban.
Sus anchos pectorales me aturdían.
Coronados por esos salientes y negros pezones, eran de una
forma perfecta.
Redondos, turgentes, prominentes, eran rellenos, por lo que
sus carnes se movían con cada movimiento, pero a la vez tenían la firmeza de un
hombre que tenía bien tonificados sus músculos.
No tenía aquel hermoso aroma de macho que había saboreado en
su carpintería, pues esta vez había venido mucho más aseado y seguramente habría
acabado de ducharse minutos antes de venir.
Pero, el subir y bajar tanto había hecho que unas gotas de
transpiración chorrearan levemente desde sus sobacos.
Cuando vi eso me empecé a excitar terriblemente.
Disimuladamente me había llevado la mano a mi bulto, que
comenzaba a crecer.
Yo estaba apoyado sobre el filo de una columna, muy próximo a
donde estaba trabajando.
En un momento, al tener que tomar unas medidas por casi sobre
mi cabeza, puso el banco casi enfrente de mí y se subió. Eso fue increíble, pues
de pronto mi nariz quedó a escasos metros de su paquete.
Entonces hacia mí vino otro aroma. Nuevo. Que no había
sentido aquel día.
Venía directamente de sus genitales. Era olor a bolas. Olor a
macho. Mezcla de sudor, de jugos varoniles y de cierta suciedad de horas de duro
trabajo. Una mixtura admirable, y tremendamente inquietante.
Hubiera pegado ahí mismo un manotazo, pero de repente, el
carpintero bajó rápidamente del banco.
-¡Listo!.
-¿Listo?
-Sí, señor. Dentro de tres días vendré a armarle el mueble.
¿Está bien?
-Entonces, ahora: ¿listo?
-Si, señor.
-Bueno, está bien. Sí, sí, en tres días estará bien.
-De acuerdo – dijo, guardando el metro y cerrando la caja de
herramientas – cualquier cosa, nos llamamos.
-Si, perfectamente.
-Hasta el lunes, señor.
-Si, hasta el lunes.
Inmediatamente, luego de esa sesión de virilidad, tuve que ir
a ponerme bajo la ducha. Dejé correr el agua casi fría, me desnudé, y calmé mi
calentura en el agua. Mi pija estaba levantada y húmeda. Por lo que tuve que
bajarla con una frenética paja. Inspiración no me faltó en ningún momento,
obviamente. Aquella visita había sido demasiado. Aquel olor, que emanaba de su
misterioso bulto, llenaba todavía mis fosas nasales. Recordé su rostro. Su barba
de varios días, ese aspecto viril, casi de oso, la mata de pelos que salía de
cada uno de sus sobacos, su bulto… comencé a imaginar lo que guardaría ese
bulto precioso. Enseguida brotaron dos chorros de semen que se estrellaron
contra la pared. Sin fuerzas, me dejé caer reclinándome sobre ella, sin dejar de
pensar un momento en mi atractivo carpintero.
A los tres días, en un lunes inusualmente caluroso para esa
época del año, el carpintero tocó a mi puerta.
Esta vez, curiosamente, se había adelantado al horario
convenido por teléfono.
Pero ahora no se había disculpado.
Venía tan cargado de cosas que tuvo que hacer cuatro viajes
desde la planta baja para traer las maderas del mueble. El pobre lo hizo por las
escaleras, subiendo y bajando los dos pisos y amablemente, en ningún momento
permitió que lo ayudase con algo.
Cuando por fin entró y cerré la puerta tras él, estaba tan
transpirado que le ofrecí una toalla y también una cerveza fría.
-Gracias, señor, pero cuando trabajo no bebo alcohol. Pero sí
le aceptaría un vaso de agua helada.
Rápidamente fui a la cocina y le traje el agua. í‰l la bebió
ávidamente, mientras yo me perdía nuevamente en su boca y en la varonil nuez de
su cuello que subía y bajaba a cada trago.
-¡Gracias!
-¿Más?
-¡Si, por favor!, es que hoy hace un calor…
Nuevamente, como si hubiera llegado del mismo desierto, se
tragó velozmente el líquido helado, mientras se secaba el sudor con la toalla.
En ese momento, hubiera querido ser el borde del vaso.
Enseguida el carpintero se dispuso a trabajar.
Yo, que tenía puesta una remera muy liviana, pantalón corto y
sandalias, me senté en el escritorio, frente a la ventana abierta, con el
pretexto de hacer un trabajo, imaginario, claro, pues en realidad aquél era un
punto muy estratégico como para seguir contemplando a mi carpintero.
Esta vez le ofrecí una escalera para subir y bajar. Cosa que
me agradeció.
Así pasó un rato, armando, encastrando, atarugando, subiendo
y bajando.
Poco a poco, el sudor hacía estragos con mi pobre trabajador.
Por un momento me distraje, mirando algo por la ventana.
Cuando volví la vista a mi carpintero, éste se había deslizado los breteles del
overol, dejando caer la parte superior del mismo debajo de su cintura.
Estaba subido a la escalera con el torso completamente
desnudo.
Cada tanto usaba mi toalla para secarse el sudor. Me
preguntaba cuanto tendría que esperar para oler esa toalla…
Me quedé mirándolo con los ojos bien abiertos.
Sus pectorales no estaban cubiertos con mucho vello, apenas
en la zona central. Pero si, la vellosidad se acentuaba más en su abdomen, que
estaba cubierto de pelos negros y abundantes.
í‰l no se percataba del silencioso admirador que estaba
teniendo.
Una cosa que no podía entender era como su amplio overol
permanecía sujeto a su cintura, sin el sostén de sus tirantes.
Pero, a medida que iban pasando los minutos, y encaramado en
lo alto de la escalera con los brazos en alto, me di cuenta de que el overol se
le había deslizado, sí, unos centímetros hacia abajo.
Rogué e imploré por que siguieran bajando naturalmente y
agradecí a Newton por haber descubierto la ley de gravedad. Me encomendé a él
como a un santo. Y por lo visto, mis oraciones fueron surtiendo efecto, ya que
el overol seguía deslizándose hacia abajo por su propio peso.
Así asomó el elástico de su calzoncillo, que por cierto
parecía resbalar con él.
Al darse la vuelta, el pantalón ya estaba tan bajo que la
curvatura de su redondo culo se dejó ver bien claramente. Poco faltó para que
apareciera el comienzo de su raya.
Yo no podía creer lo que estaba viendo.
Nuevamente giró hacia mí, para mostrarme como esa pelambrera
de su panza se transformaba en los primeros vellos púbicos.
¡Dios santo! ¿cuánto más iba a poder apreciar?
En ese momento nuestras miradas se cruzaron y me sentí
descubierto.
Noté que él se incomodaba por como lo estaba mirando. ¿Se
había dado cuenta?
Sí, seguramente. í‰l se miró a sí mismo, y acomodó un poco su
pantalón, subiéndoselo hasta la cintura.
Pero, sin decir una palabra, yo disimulé un poco volviendo a
mi falso trabajo y él a su biblioteca verdadera.
El carpintero bajó de la escalera bañado en sudor.
-Calor, ¿no? – pregunté, como si no fuera obvio eso.
-Si, señor, pero no se preocupe, estoy acostumbrado y no me
molesta para nada en mi trabajo.
-No sé como hace, sinceramente. Si hasta a mí, que lo veo
trabajar, me ha dado un calor insoportable – en eso no mentía, claro.
-¿Quiere más agua?
-Si no es mucha molestia…
-Por favor… de ninguna manera. Enseguida se la traigo.
Entonces fui a la cocina y volví con dos vasos de agua
helada. Bebimos. Mientras lo hacía, dejé el vaso en el escritorio y resoplando
más de la cuenta por el calor, me quité la remera, quedando en cueros. Sentí que
el carpintero me seguía con la mirada, algo asombrado por mi gesto, pero,
después de todo, él había hecho lo mismo…
Estuvimos comentando un rato como iba avanzando el armado del
mueble, tema que para mí, ya había pasado a segundo plano. Al hacerlo miré ya
sin tanto disimulo su torso, sus brazos, observando cada movimiento. Mientras,
me acariciaba el pecho, jugando con mis pelos entre las tetillas, o acariciando
mis axilas, o mi abdomen.
Y entonces me pareció notar que algo de esto lo turbaba.
Claro que no podía estar seguro.
Cuando vi que él iba a proseguir, me animé a decirle:
-Antes de seguir, ¿no quiere refrescarse un poco en el baño?
Mi proposición cambió de pronto su rostro, en una mezcla de
sorpresa y alivio.
-¡Sí, gracias!, es usted muy amable.
-Pase por acá, por favor. Y siéntase como en su casa.
Le abrí la puerta del baño, pero no tuve más remedio que
dejarlo solo, porque quedarme ahí para mirar como se refrescaba con el agua fría
del lavabo, hubiera sido demasiado evidente.
Regresé a mi sitio en el escritorio, yo también estaba
sudando un poco, pero no era por causa del calor. Toda la situación, de pronto
se había vuelto, al menos para mí, tremendamente excitante.
Cuando pasé cerca de la escalera, vi allí la toalla.
Asegurándome que no era visto me acerqué unos pasos y la
toqué con mi cara, aspirando fuertemente.
¡Sí!, era su olor. Era ese perfume de macho que me había
mareado el primer día en la carpintería. Al sentirlo, mi pija se agitó en un
espasmo y empezó a endurecerse.
-¡Perdón! ¿Sería tan amable de alcanzarme la toalla?
Sobresaltado por su inesperada voz, y rojo como un tomate, me
volví para acercarle la toalla, ya iba a disculparme entre palabras tontas, pero
ante lo que veía me quedé absolutamente mudo.
El carpintero había salido del baño ¡en calzoncillos!. Era un
bóxer marrón de tela muy ligera con una abertura por delante sin botones. El
bulto seguía allí, pero ahora más evidente. El conjunto de su semidesnudez se
completaba ahora con la visión de sus piernas, generosas y muy velludas.
Estaba chorreando agua.
El pelo en desorden y completamente empapado. Las gotas
resbalaban por todo su cuerpo y la tela de su calzoncillo también estaba medio
mojada. De sus axilas chorreaba agua, peinando sus matas de pelos. Hubiera
bebido cada gota.
Estaba descalzo. Y me miraba muy fijamente.
Apenas pude recobrar el aliento para tartamudear algunas
palabras sin sentido.
í‰l me miró, amagando volver al baño para vestirse.
-¡Espere!, no es necesario que…
-¿Perdón? – dijo enjugándose la humedad en la toalla.
-Digo que no…digo que… puede ponerse cómodo, con este
calor no me imagino cómo puede aguantar ese pesado overol.
-Bueno, yo…
-Haré que se sienta mejor – le dije, ante su asombro.
Y enseguida fui a prender el ventilador de techo.
El aire en movimiento acarició su cuerpo que aún estaba
húmedo.
í‰l, sin hablar, me agradeció con una expresión de alivio,
cerrando los ojos y regodeándose con el placer que le proporcionaba.
Me sentí en el cielo, como si fuera yo mismo el que lo estaba
acariciando, no el viento.
-Si, gracias, esto es maravilloso, se está muy bien así.
Entonces, ¿no le molesta si…?
-Para nada, hombre.
(¿Cómo me iba a molestar? Yo estaba en la gloria.)
Ambos volvimos a nuestros lugares.
Yo, casi no podía ocultar el bulto que había crecido debajo
de mis pantaloncitos. Por eso volví a mi asiento. Con una mano me tapé, al mismo
tiempo que sentía palpitar mi pija.
El carpintero prosiguió su trabajo, ahora en calzoncillos.
¡En calzoncillos!, No podía creer que estaba a solas con ese
pedazo de macho, que encima estaba en ropa interior frente a mí.
Era una función inolvidable.
Iba y venía casi en pelotas. Su cuerpo era formidable. No
podía haberse combinado tanta masculinidad junta.
Gracias a sus distintos movimientos, la abertura de su
bragueta, por momentos quedaba abierta más de la cuenta. Mi mirada se metía por
esa preciosa ventanita, pero no llegaba a percibir gran cosa. Adivinaba ahí la
oscuridad de sus pelos, y el calor de su verga.
De pronto se volvió y me dijo:
-Disculpe, voy a necesitar su ayuda. ¿puede sostenerme este
estante?
Yo corrí rápidamente a su lado.
Me dio el extremo de la madera.
-Espero que no le sea muy pesado.
-Nada de eso. ¿así está bien?
-Un poco más a la derecha, así, así, gracias.
El aroma de sus su cuerpo me invadió. Estaba solo a unos
centímetros.
í‰l, con el otro extremo del estante en sus manos, acomodó la
escalera y comenzó a subir.
Tenía que ponerlo en alto, para lo cual extendió sus manos.
Yo observaba atentamente su cuerpo, con mi erección en evidencia. Pero el
carpintero seguía muy concentrado en su trabajo.
Por lo cual yo seguía descaradamente todos sus movimientos.
Por fin, se detuvo y empezó a encastrar el estante allí
arriba.
Entonces quedé con mi cara a la altura de su entrepierna, a
poca distancia.
Al estirarse un poco más, la bragueta de su calzoncillo se
empezó a abrir, y yo, que no podía dejar de mirar un solo segundo a ese solo
lugar, vi todo. La tela se abrió más y entre un colchón de pelos negros y
frondosos, reposaba la verga más suave y gruesa que había visto en años.
Estaba dormida, pero pude ver gran parte de su tronco.
La tela iba y venía, siguiendo los vaivenes de su dueño.
El estante le estaba dando mucho trabajo, puesto que el lugar
donde lo tenía que poner no era nada fácil.
Fue cuando sus movimientos se hicieron más enérgicos. En uno
de ellos, ¡la verga se le salió afuera!. í‰l no se había percatado aún de ello,
por lo que yo tampoco podía decir mucho. Pero la situación, si bien extraña, era
deliciosa.
í‰l seguía concentrado en su tarea. La verga, asomando por la
abertura del bóxer, se bamboleaba en cada sacudón. Mis ojos la devoraban. No
podía ver sus bolas, que habían quedado adentro, solo el extremo de su tronco,
su glande cubierto y todo su grosor habían emergido de su escondite.
Por fin, la madera encajó y él exclamó un sonoro "¡Listo!".
Afirmó el estante y colocó fácilmente el extremo que yo
sostenía en la otra punta del muele. Al hacerlo me liberaba de mi carga.
Yo, sin pensar, sin poder dejar de mirar su miembro que me
tentaba desde su ventana, atiné a estirar mi mano para tocarlo, pero el ruido de
un martillazo hizo que frenara mis deseos.
Entonces él se volvió hacia mí. Al hacerlo advirtió mi estado
de perturbación. Enseguida reparó en lo que había salido de su lugar y
rápidamente acomodó su ropa, metiendo rápidamente su pija adentro del bóxer.
No dijimos nada.
Pero todo estaba claro.
í‰l se había dado cuenta perfectamente de que yo lo estaba
mirando.
Quizás estaría comprobando que sí, que él me atraía. Si él
ataba todos los cabos: mi mirada, oler su toalla, podría saber que su
contratista estaba muy interesado en algo más que su trabajo.
Siguió sin decir palabra. Entonces lo noté más serio y
callado desde ese momento.
¡También estaba más torpe!
Era evidente que estaba nervioso por algo, y yo creía saber
la razón.
Las cosas se le caían y buscaba herramientas perdidas que
tenía en la punta de su nariz. La situación se tornó casi cómica.
Fue cuando noté que su paquete se había agrandado un poco más
que antes.
Al subirse nuevamente a la escalera, con las manos ocupadas
en su trabajo, me situé cerca de él, siguiendo la parodia de observar
interesadamente su trabajo.
í‰l estaba muy turbado. Sudado, acalorado.
Me concentré en su bulto.
Era indudable.
Estaba experimentando el comienzo de una erección.
Fue un momento sublime.
í‰l se acomodaba la ropa, intentaba acomodarse la pija,
intentaba bajar lo que inexorablemente quería subir, pero, cada toque ahí,
empeoraba la situación.
Los dos estábamos con tremendos paquetes, yo lo miraba, él
intentaba reconcentrarse en el trabajo.
Pero ya nunca pudo hacerlo.
Mientras afirmaba un lado del estante, su bragueta se abrió,
empujada por la presión, y su verga salió disparada al exterior. Estaba dura a
más no poder.
Yo lancé un pequeño gemido de estupor y sin pensarlo un
minuto más estiré mi mano y apresé ese carajo enseguida.
¡Entonces el carpintero saltó hacia atrás en un reflejo de
puro pánico y fue a dar con toda su humanidad al piso!
Cuando fui a socorrerlo, temiendo que se hubiese hecho daño,
empezó a gritarme:
-¿Pero qué está haciendo? ¿Está loco? ¡Déjeme! ¡Aléjese!
-Pero…
-¡Pero nada! ¿Por quién me ha tomado?
Y entre gritos, agitado y furioso se levantó y fue a buscar
sus ropas, que vistió en un segundo.
-¡Yo me voy, agarro mis cosas y me voy! ¿Escuchó? ¿Pero qué
se ha creído?
Yo no atinaba a decir nada, estaba atónito. Seguí toda la
escena mudo y con los ojos abiertos de la sorpresa ¿Tanto me había equivocado?
¿No debía interpretar esa furiosa erección como una invitación?
El carpintero, dirigiéndose a la puerta rápidamente, tomó su
caja de herramientas y me gritó:
-¡Búsquese a otro para que le termine el trabajo, pero
búsquelo bien, porque conmigo se equivocó!
Cuando ya estaba saliendo, se detuvo de pronto, dio la vuelta
violentamente y me apuntó con su índice:
-¡Porque usted es… usted es… un degenerado!
El portazo fue contundente.
¡Cielos!. Era evidente que me había equivocado. Y mucho.
Me quedé un rato paralizado, en medio de los estantes sin
colocar, la escalera y… ¡su toalla en el piso…!
Al verla, bajé la cabeza y me observé la entrepierna. Aún
tenía mi pija en alto. Y una frustración como pocas.
Así, caliente y frustrado, no tuve más remedio que ir al baño
y, como la primera vez, dejar correr el agua casi fría. Me desnudé. Mi verga
salió de su prisión en toda su extensión.
Me metí al agua, sintiendo como su frescura apaciguaba poco a
poco mi agitación y mi ardor interno.
Estuve un largo rato así, con los ojos cerrados.
No podía sacarme de encima la imagen de mi carpintero.
¡Qué lástima!
No podía creer que un hombre pudiera tener tanto miedo a
sentir lo que a veces es inevitable entre dos machos.
Pero así había sido.
Mi verga fue descendiendo, pero me quedé un poco más en la
ducha, sintiéndola correr por todo mi cuerpo.
Entonces escuché que llamaban a mi puerta.
¿Sería posible que…?
Rápidamente salí del agua, me envolví en una toalla y corrí a
la puerta.
¡Sí, era posible!
Cuando abrí, encontré a mi carpintero con una tierna seriedad
mirándome a los ojos.
Y cuando empezó a hablar su vista fue bajando hasta el piso.
-Eh, yo… quería decirle, que… bueno, disculpe, espero que
no se haya ofendido.
Yo estaba empapado, sólo con la toalla envuelta sobre mi
cintura.
El carpintero dejó su caja de herramientas en el piso, cerró
la puerta y me volvió a mirar.
-Mire, yo soy un tipo un poco nervioso…
-¡Ya me di cuenta!
-Pero, no soy mala persona…
-¡También me di cuenta!
El hombre hizo una pequeña mueca a modo de sonrisa. Se veía
que estaba muy incómodo y avergonzado, cosa que lo hacía el doble de atractivo.
Sus ojos, lentamente su percataron de que yo estaba solo cubierto por una
toalla. Entonces no pudo ya apartar su vista de mi bulto, que empezaba a cobrar
vida.
-Eh…yo…. lo que le dije cuando pegué el portazo… yo…
í‰l seguía mirando mi entrepierna. Y yo seguía empalmándome.
-Que nada… que a veces me pongo un poco temperamental, y le
quiero pedir disculpas. Y yo… yo…
-¿Sí? Usted me quiere decir algo más.
El carpintero se rascó la cabeza, miró para arriba, sonrió
nerviosamente y no sabía como proseguir.
-Está usted transpirando ¿No quiere secarse un poco?
Entonces él avanzó como para ir a buscar su toalla que estaba
en el piso, pero yo lo detuve enseguida.
-¡No!, déjela, esa está sucia, aquí tiene la mía.
Y desanudándome la toalla de la cintura me acerqué hacia él,
dándosela. í‰l la tomó, temblando y mirando mi total desnudez, pero yo no retiré
mi mano, acompañando la suya que se había llevado la toalla al cuello. Entonces
él bajó sus brazos y entendí que se estaba rindiendo, entregándose a mí.
Con la toalla en mis manos, fui enjugando el sudor que le
caía por el cuello, por la cara y la frente.
Mi pija se había levantado rápidamente y estaba apuntando
hacia arriba, desafiante y palpitante.
Yo continuaba secándolo y acariciándolo con la blanca toalla.
Vi como él cerraba los ojos, intentando decirme algo.
Pude advertir como ese hombre libraba en su interior una
especie de batalla. Y era evidente que la estaba perdiendo.
En total silencio, tomé los tiradores del overol y los
deslicé suavemente hacia abajo. í‰l me ayudó quitando sus brazos de ellos y
dejando que la parte superior del overol colgara dejando su pecho libre ante mi
vista.
Con la toalla, siempre muy lentamente, fui secando,
acariciando su torso, deslizándola por entre esos espléndidos pectorales,
deteniéndome en sus duras tetillas. Le pasé la toalla por el cuello y la dejé
colgada un instante en sus hombros.
Tomé el overol y empecé a quitárselo.
í‰l, sumisamente, respondía sin resistencia a mi tarea
deliciosa de desnudarlo.
Cuando el overol cayó al piso, contuve mi ansiedad para no
abalanzarme sobre su abultado paquete debajo del calzoncillo. Tomé el bóxer por
el elástico y comencé a bajarlo.
La verga, dura como estaca, se disparó pegando fuertemente
contra su abdomen.
Las prendas habían quedado en el suelo alrededor de sus
tobillos. El carpintero, con un movimiento de sus pies, se descalzó y los
levantó para quedar completamente libre de ropas.
Ahora los dos estábamos desnudos.
í‰l continuaba con los ojos cerrados.
Continuaba temblando, pero estaba excitado a más no poder.
Tomé suavemente la toalla y seguí secando su cuerpo.
Fui bajando hasta llegar a su verga. La rodeé con la toalla y
empecé a frotarla lentamente.
Entonces él abrió los ojos, me miró apasionadamente y
agarrando la toalla la apartó, tirándola al suelo.
Me tomó la cara con una mano, me acarició levemente la
mejilla con su dedo pulgar y acercó su boca a la mía.
Nos besamos primero tenuemente, sólo apoyando los labios uno
con el otro. Luego yo intenté abrir un poco la boca. í‰l me respondió. Avancé un
poco con mi lengua y recorrí apenas la comisura de sus labios. í‰l abrió aún más
la boca y se animó a responderme con su lengua. Yo abrí mi boca, como dándole
paso, y él metió la lengua dulcemente. Reconocimos nuestros sabores por vez
primera y empezamos una lucha sublime de movimientos linguales, succionando,
chupando y lamiendo con total avidez.
í‰l me rodeó con sus brazos musculosos y me atrajo hacia sí.
Nuestras pijas se encontraron y se entrelazaron compitiendo
en rigidez.
Con las manos me agarró las tetillas y empezó a frotarlas,
pellizcarlas y acariciarlas.
Todo el placer que me producía me hacía exclamar gemidos que
él recibía dentro de su boca.
Un rato largo estuvimos así, hasta que me puse de rodillas
frente a él, quedando mi cara frente a su poderoso miembro.
Su olor me invadió y me hizo tambalear, llevé mi nariz a su
glande y respire hondo.
Era una verdadera delicia sentir tanto olor a macho.
Miré detenidamente ese tronco.
Emergía de una oscuridad frondosa. Los pelos eran largos
negros y gruesos.
La verga estaba durísima y alzada en una ligera curvatura
ascendente. Descapullada completamente me ofrecía un glande redondo, rosado y
brillante. La hendidura chorreaba gotas transparentes y por debajo, las bolas,
que se agitaban envueltas en una maraña de pelos ensortijados, se endurecían y
se contraían.
Era una tranca rara por su grosor. Se afinaba en la punta,
pero la base, inusualmente ancha, formaba con sus bolas una sola forma
homogénea.
Entonces abrí a más no poder mi boca para engullirme ese
trofeo.
Al hacerlo, mi amigo aulló con una gemido ronco y viril.
Empecé a bombearlo con mis labios, recorriendo y ensalivando
toda la extensión de su sexo. Lamí sus bolas, eran tan grandes que tardé
bastante para empaparlas totalmente con mi saliva.
El carpintero estaba en la gloria.
Genía y casi gritaba excitadísimo. Sentía su pija corcovear
en el interior de mi boca, como si fuera a explotar en cualquier momento. .
No pudiendo resistir, el carpintero cayó al piso. Me abrazó,
y al atraerme hacia él, los dos caímos al piso en donde se puso encima mío y me
tapó la boca son la suya.
Era una delicia tener a ese hombrote arriba mío, taladrándome
con su lengua y con nuestras pijas entablando un duelo constante.
Los pelos de su abdomen, que eran duros, raspaban el mío,
encontrándose con mis vellosidades un poco más suaves.
Sentía el enorme peso de ese gran macho, pero no me
disgustaba. Me sentía aprisionado, en una prisión de la que nadie hubiera
querido liberarse.
Su lengua salió de mi boca para seguir lamiendo mi cuello.
Del cuello bajó a mi pecho. Sorbió y degustó ahí mi vello y
mordisqueó uno a uno mis enhiestos pezones.
¡Ah!, ¡esa lengua!. Rodeaba mis pezones para atraparlos luego
entre sus dientes, a punto de otorgarme, en la presión de la mordida, una dulce
tortura; y por fin lamerlos sumisamente antes de llegar al umbral del dolor. Eso
me ponía loco.
Lo tomé por la cabeza sintiendo su cabello húmedo entre mis
dedos.
í‰l siguió bajando con su lengua en constante actividad.
Así llegó a mi abdomen. Introdujo su lengua en mi ombligo y
continuó por todo el sector.
Entonces se incorporó un poco y miró bien mi verga.
Me miró por un instante a los ojos.
Luego los enfiló hacia mi miembro. Lo tomó con su mano
sintiendo su dureza. Lo examinó con una enloquecedora sensualidad, tocando mis
bolas, explorando y dándole pequeños sacudones que lo hacían empalmar más aún.
Entonces lo tomó por la base y lo dejó parado como un mástil.
Abrió su boca y lentamente, con una parsimonia que me hacía
enloquecer, sacó su lengua a unos centímetros del glande y dejó caer sobre él,
unas gotas de su cálida saliva. Sentí cuando ésta cayó, respondiendo con un
sacudón de verga. Repitió esto varias veces, hasta que mi tronco estuvo
completamente lleno de saliva. Entonces acercó la lengua a la punta y lamió todo
en derredor.
Creí morir. Me arqueé de placer y gemí incontroladamente.
Pronto se había engullido mi pija en toda su extensión.
Yo sentía como me saboreaba.
Estuvo un tiempo largo chupando y succionando todo.
El placer era indescriptible.
Nada quedó sin ser chupado, pija, bolas…
Después me tomó por las piernas y, alzándolas por sobre sus
hombros hizo que mi ano quedara a merced de su boca.
El carpintero devoró mi culo, entre mis aullidos
entrecortados.
Su lengua me penetraba y lamía alternadamente los costados de
mi agujero.
Sentía esa barba crecida y rústica en mi ojete como in
cepillo áspero y acariciante a la vez.
Entonces giré y mientras él continuó chupándome la verga, yo
atrapé con mi boca la de él, formando un violento 69.
Nuestros movimientos se aceleraron más, nuestras
respiraciones se agitaron, tragábamos nuestros jugos preseminales, pelos…y nos
lamíamos por entre los ojetes, la entrepierna… y cuando ambos teníamos
nuestras vergas en nuestras bocas, no pude contenerme más y le hice entender que
iba a acabar.
Pero él no me dejó sacar mi pija de su boca. La agarró con
las manos y la bombeó dentro de su boca. En medio de un espasmo impresionante
sentí que estaba por eyacular en su boca.
Y justamente en ese momento, su verga empezó a estremecerse.
También era su momento.
Me derramé dentro de él en una explosión orgásmica
increíble… y casi al mismo tiempo, un chorro caliente fue a dar contra mi
garganta, inundando luego mi boca con repetidos derrames.
Nos separamos rápidamente y buscamos nuestras bocas para
besarnos.
Nuevamente nuestras lenguas se encontraron entre el mar de
nuestros propios líquidos.
El espeso semen salía de nuestras bocas volcándose por
nuestros cuellos y pechos, que subían y bajaban violentamente por la agitación.
Nos abrazamos tiernamente, sin dejar de besarnos.
Recostados en el suelo, nos fuimos serenando.
Entonces le sonreí y le pregunté si se sentía bien.
-Sí, me siento muy bien – me dijo todavía con el aire
entrecortado – y quiero decirle que esta es la primera vez con un hombre. – rió
– ¡aún no lo puedo creer!
-Si – contesté – lo supuse por como temblabas en mis brazos.
Pero ¿seguro que estás bien?
-Estoy muy bien. Usted me gusta mucho. Y…
-¿Y qué?
-…Y cuando le dije que se buscara otro carpintero, no lo
decía en serio…Hoy no podría, pero mañana le voy a terminar la biblioteca.
Sonreí de pura ternura.
-Está bien – le contesté – pero… ¿porqué no me tuteas?
-Si, si, pero… permítame que vaya poco a poco. Son muchos
cambios para un solo día…
He encontrado el video de la imagen:
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Gracias por la dirección
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