Estaba terminando de ducharme, cuando de repente sonó el timbre de la puerta y fui a abrir. Ahí estaba él, un tipo maduro, de aproximadamente unos 45 años, robusto, moreno, de pelo corto, medio cano, bigotes gruesos y una barba bien cuidada que le daba a su cara un entorno atractivo y masculino. Vestía de pantalón negro y camisa celeste una corbata que hacía juego con su vestimenta.
— Buenos tardes — dije inmediatamente. Dígame en que lo puedo ayudar.
— Buenas tardes, ando haciendo una encuesta sobre el uso de la televisión por cable y quiero ver si usted me puede responder algunas pregunta — respondió él.
No tenía ningún problema en ayudarle, por lo que lo hice pasar al departamento y le ofrecí que se ubicara y se pusiera cómodo. Vestido aún solamente con mi toalla me senté a su lado y comenzó su interrogatorio. La verdad es que no me interesaba para nada su trabajo, ya que mi interés estaba en observarlo e imaginármelo sin ropa. Mientras estabamos ahí, pude observar sus enormes manos, las que tenían una gran cantidad de pelos que las cubrían, por lo que deduje que debía ser un tipo muy peludo. Eso me hizo calentarme y pasarlo rollos.
Como una forma de ser simpático, le ofrecía un refresco y en el momento de pasárselo, repentinamente hice como que me tropezaba y se le dejé caer sobre la camisa. Él muy compuesto, no se molestó y yo muy nervioso, le pedía que se la sacara para quitarle la mancha. Sin ningún pudor se quitó la camisa mientras le observaba. Al ir quitándosela, se fue descubriendo el pecho inmensamente peludo y desarrollado. Era impresionante lo que estaba viendo, mis ojos tenían frente a ellos un hermoso pecho masculino, completamente cubierto de una vellosidad amplia. La calentura que tenía era tremenda, tanto que mi pene había ya respondido y no me había dado cuenta que era notoria mi erección y se notaba claramente aún con la toalla puesta. Él se dio cuenta y sonrió.
— ¿Qué le pasa? Parece que algo le ha excitado por lo que puedo notar.
Yo muy seguro, luego de esas palabras y del tono con que las dijo, le respondí que si, que algo me había excitado.
En ese momento, mientras terminaba de quitarse la camisa y al tiempo de entregármela, con una de sus manos me toca el pene por sobre la toalla, diciendo; — mmmmmm… veamos que tenemos aquí y sin más ni menos, me saca la toalla y comienza a masturbarme suavemente. Yo sin decir nada, solté su camisa por el suelo y me dejé llevar por lo que este hombre estaba haciendo. Tomando la iniciativa le atraje a mi erecto pene y le insinué que me lo mamara. El sin mayor negativa se lo engulló en un dos por tres, lo saboreó y comenzó a darme una mamada como nunca me la habían dado. A ratos sacaba mi pene de su golosa boca para dedicarse a lamer toda mi entrepierna, las bolas se las metía con una expresión de hambre en sus ojos y desenfreno que jamás algún otro me las hubiere mostrado. De repente le dije que era mi turno y alejándolo un poco, me puse de rodillas y comencé a lamerle el pantalón sobre el paquete, el que hasta ese momento denotaba una inmensa erección.
Sin mediar palabras le solté el cinturón y le bajé el cierre. Sorpresa fue la mía al descubrir que no llevaba ropa interior, por lo que al separar ambos lados del pantalón, como una catapulta de carne y nervio, se erguió ante mi su pene. De inmediato me abalancé sobre él, recorrí con mi boca y mi lengua cada centímetro de ese trofeo, sus bolas grandes y peludas me las tragué sin respirar, los gemidos de él denotaban su calentura y placer.
Le bajé aún mas los pantalones y lo abrí de piernas para poder explorar aún más ese delicioso cuerpo que tenía a mi merced. — ¡Mámame el culo! Exclamó y yo sin más terminé de sacarle los pantalones y le pedí que subiera sus piernas para poder cumplir su solicitud. Al subir sus piernas quedó frente a mi un culo enorme, firme, peludo. Con mis manos le separé las nalgas y le comencé a dar una lamida que nunca antes a alguien se la había dado. Mi lengua inició su recorrido partiendo desde las bolas hacia abajo, una y otra vez. — ¡Sigue, sigue, mmmmm! ¡Que rico se siente!. Me decía, yo con más ganas al escuchar la mezcla de quejidos y palabras, le lamía incesantemente, alternando mis lamidas con pequeños mordiscos en los alrededores del culo, provocando así golpes de placer que lo hacían retorcerse.
En un momento, me puse de pie y le pedí que viniese hasta uno de los sillones del living para continuar más cómodos. Así lo hizo y ubicándolo estratégicamente en uno de los sillones pequeños, lo acomodé de tal forma que cada pierna quedó por sobre cada brazo del sillón, adoptando una posición precisa y adecuada para seguir dándole a su culo, ese culo que pedía a gritos por mi lengua y mis mordiscos. Totalmente sudados ambos, inmersos en el desahogo de nuestros íntimos deseos, seguimos por un rato más, hasta que él, de improviso como todo un macho me detiene y poniéndose de pie, me abraza y me besa desesperadamente.
Quiero darte este pedazo — me dice, — Quiero hacerte mío — exclama con una voz de caliente que me derritió por completo. Yo sin decir palabras me dejé llevar por su voluntad y quedé ahora a merced de él. Me puso en la misma posición que él tenía rato antes y sin mediar previo aviso tomó ese mástil macizo y erguido que la naturaleza bondadosamente le había brindado y lo hundió en mi culo. ¡Ah! El dolor fue terrible, pero al mismo tiempo era un dolor buscado que al principio causó estragos pero que luego se le fue tomando el gusto y placer. Era todo un toro, bramaba sobre mí. Este macho me estaba dando con todo, cada envestida era más profunda, no sabía cómo podía aguantar tanta carne mi culo, tanto masa caliente y palpitante que entraba y salía. Se movía de una manera genial, sus glúteos perfectamente formados y firmes, se unían y separaban al entrar y salir respectivamente. Como pude, me aferré con ambas manos como para evitar que se saliera y al ritmo que él marcaba le ayudaba en cada envestida. ¡Ah, ah, ah, ah, ah” podía escucharse. Yo no podía aguantar más tanto placer, ambos cuerpos sudados llevaban el ritmo al unísono.
Cuando estaba a punto de acabar, el se retiró y al mismo tiempo nos desahogamos de nuestra calentura en un mar de semen que me cubrió casi por completo. El se vino sobre mi pecho, dejándolo casi blanco de tanto semen que expulsó. Casi sin respiración, nos besamos y miramos fijamente, al rato se vistió y nos despedimos. Quizás nunca le volveré a ver… aunque quien sabe, cuando haya otra Encuesta que quiera hacerme.
Opiniones y sugerencias a sokos31@openchile.cl
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