martes, 30 de octubre de 2012

En Deuda



8.22 AM

Ya pasan de las ocho y estoy retrasado. La junta de accionistas fue programada para las nueve en punto, y si no llego a tiempo, ya puedo ir despidiéndome de mi puesto.

Soy el contador de una empresa transnacional empacadora de pescado, y mi jefe, el Gerente de Finanzas me tiene puesto el ojo y sólo espera la menor oportunidad para deshacerse de mí, y no quiero darle ese gusto, por no hablar de que necesito el empleo desesperadamente. Estoy endeudado hasta las nalgas. Debo la renta de 4 meses, varios pagos atrasados del coche y no menciono los préstamos en efectivo que me han hecho mi padre y un par de amigos.

Tan desesperado estoy que me he metido en un buen lío. Tomé el dinero de los impuestos del mes pasado de la empresa y nadie se ha enterado, hasta el momento. Si mi jefe llega a descubrirlo, no solo perderé el trabajo, puedo hasta ir a dar la cárcel por abuso de confianza y fraude. Confío en poder restituir el dinero antes de que eso suceda, y por eso la junta de hoy es tan importante. Debo estar allí para asegurarme que mi delito no sea descubierto y ganar un poco de tiempo para solucionarlo.

Por si fuera poco, el tráfico hoy está imposible y desesperado toco el claxon y le miento la madre a cuanto idiota se me atraviesa, pero aun así creo que no llegaré a tiempo.

9:15

Mierda!

Sabía que no llegaría a tiempo. Entro corriendo a la sala de juntas, ya están todos reunidos y la sesión ha empezado. Mr. Thomas, mi jefe, está conduciendo la junta y algunos de los socios accionistas están presentes. Sobre todos ellos, la figura del Sr. Sato se impone sin lugar a duda. El Sr. Sato es el socio japonés de la firma, y posee la mayoría de acciones. Su voto es ley para todos nosotros y a pesar de su pequeña estatura todo mundo le teme y se le respeta por sobre todas las cosas.

Tomé un lugar en la mesa y traté de pasar desapercibido. Mr. Thomas me miró de muy mala manera y continuó con su exposición. Mi jefe es americano, rubio y bastante alto, como de 35 años y con la musculatura de un jugador de fútbol americano. El Sr. Sato es mas bien pequeño, delgado, 45 años mas o menos y un misterio por todo lo demás. Nadie sabe si es casado o soltero, ni tiene la menor idea acerca de su vida privada. Por mi parte, soy de origen latino, tengo 24 años y estoy tratando de sobrevivir en esta empresa transnacional y multi-étnica donde todos compiten contra todos.

9:50

La junta estaba llegando a su fin y para mi buena suerte, la cuestión del pago de impuestos no había sido mencionada. Estaba por respirar por fin con tranquilidad cuando Mr. Thomas tocó el punto y yo casi pierdo el aliento, lo cual fue notado inmediatamente por Mr. Thomas, que no me quitaba la vista de encima. En ese momento supe que él sabía lo que yo había hecho y vi en su mano la declaración de impuestos no presentada. Por lo visto mi jefe pensaba ponerme en evidencia delante de toda la junta y sentí morirme de la vergüenza.

El Sr. Sato me miraba fijamente, y con un pequeño gesto detuvo a Mr. Thomas y dio por terminada la junta. Yo no entendí que había pasado, pero me sentí inmensamente aliviado de haberme salvado, aunque fuera momentáneamente.

Me fui a mi oficina y empecé a trabajar.

11:30 A.M.

El teléfono suena. Mr. Thomas quiere que me presente en su oficina. Me tiemblan las piernas cuando me anunció con su secretaria y ésta me hace pasar.

Estoy de pie ante el escritorio de Mr. Thomas y no me ha indicado que me siente. Espero. Algunos minutos después me muestra la declaración sin pagar y una copia del cheque cobrado por mí. Sabe que me tiene agarrado por los huevos y no puedo decir nada a mi favor. Puede enviarme a la cárcel si lo desea y ambos lo sabemos.

- Raúl, -me dice con su fuerte acento neoyorquino-, eres un ladrón y no mereces ningún tipo de consideración. Si dependiera de mí te enviaría ahora mismo a donde mereces estar. Una mierda como tú no debe trabajar aquí.

Guardé silencio, rogando por una oportunidad, pero sin atreverme a pedirla.

Mr. Thomas se puso de pie y rodeó su escritorio, paseando por la oficina hasta llegar a mis espaldas. No me atreví a voltearme y me quedé quieto esperando que terminara conmigo.

- Sin

embargo, – dijo casi junto a mi oído, bajando la voz -, existe la posibilidad de que lleguemos a un arreglo.

El aire volvió a mis pulmones. Me sentí dispuesto a cualquier cosa por conseguir otra oportunidad.

Mr. Thomas me dio la vuelta para que pudiera mirarlo. Sus ojos no mostraban mas que desprecio y me sentí como un bicho al que pronto reventarán con un simple pisotón.

- Arrodíllate, – me dijo.

Pensé que quería que yo le pidiera perdón de rodillas, y me pareció muy humillante, pero al mismo tiempo era una forma bastante simple de salir de aquel atolladero. No lo dudé. Me puse de rodillas frente a él y empecé a pensar en la forma en que suplicaría por su perdón. Quería que fuera algo dramático que lo dejara satisfecho.

Mientras pensaba y casi empezaba a suplicar, escuché el ziper de sus pantalones y me quedé paralizado. Mr. Thomas se había abierto la bragueta de sus pantalones y estaba hurgando entre sus calzones para, para…sacarse el pene!

No lo podía creer. Todo lo había imaginado menos eso!

- Si quieres una oportunidad, empieza a mamar y convénceme de que la mereces.

Su verga, larga y rosada, colgaba fláccidamente fuera de su bragueta. Unos cuantos pelos rubios salían de sus pantalones y la cabeza lucía descubierta, descansando contra la cara tela de su pantalón.

Los segundos pasaban y yo no me decidía. Miraba hipnotizado su miembro dormido y no podía moverme.

- Ok, – dijo Mr. Thomas y empezó a meter su verga otra vez en los pantalones -, tú lo quisiste, – amenazó.

La adrenalina del miedo llenó mi cuerpo en una fuerte oleada y me puse en movimiento.

- No, por favor, Mr. Thomas, – rogué, al tiempo que detenía sus manos y metía las mías dentro de sus pantalones para recuperar ese pene que ya desaparecía y era la llave de mi libertad.

Lo tomé con una mano y lo saqué nuevamente. Lo sentí suave y cálido, como un pajarito o un animalito que necesitara cuidado, o al menos eso traté de pensar para poder metérmelo en la boca y hacer lo que tenía que hacer para solucionar mis problemas.

Mr. Thomas puso sus enormes manos tras mi nuca y acercó mi cabeza a su entrepierna. La suerte estaba echada y ya no tuve dudas. El hombre quería una manada, pues una mamada tendría, y sería excelente, me prometí a mí mismo.

Me metí la suave cabeza en la boca y lejos de sentir desagrado, supe que era algo que podía hacer bien. Olía a jabón y a hombre limpio. Era una verga bonita y pensé que con suerte hasta podría disfrutarlo. Chupé la cabeza mientras acariciaba con delicadeza el tronco gordo y suave. En pocos minutos empecé a sentir como crecía la cabeza y como se alargaba el tronco. La cosa empezó a ponerse dura y creció y creció. No había una regla a la mano, pero podría jurar que medía sus buenos 18 cms., sino es que llegaba a los 20. Era una verga impresionante. Me retiré un poquito para verla completa y miré hacia arriba para ver la cara de gozo de Mr. Thomas. No había tal. Mi jefe parecía seguir bastante molesto y pensé que después de todo, no estaba haciendo un buen trabajo con aquella verga, y de nuevo me preocupé.

- Eres un maldito pervertido, – me susurró con odio -, y me metió su vergota nuevamente casi hasta ahogarme, comenzando a bombear dentro de mi garganta.

Yo no entendí como podía enojarse y al mismo tiempo seguir con todo aquello. Puse mis manos en su cadera para frenar un poco sus embestidas que amenazaban con ahogarme y eso pareció molestarle aun más. Sacó su verga dura de mi boca y el sonido fue como el de una botella cuando es descorchada. Me tomó de las axilas y con un tirón me puso de pie. Pensé que iba a golpearme.

Me empujó sobre su escritorio, obligándome a recostarme sobre su superficie, de espaldas a él. Subió la parte trasera de mi saco y manipuló diestramente mi cinturón y el broche de mis pantalones. En cuestión de segundos me había bajado los pantalones y los calzones hasta las rodillas, dejándome el culo desnudo.

Traté de incorporarme, pero el tipo era alto y fuerte, mucho más que yo, y me obligó a continuar en esa humillante posición.

- Por favor, Mr. Thomas, eso no, – le supliqué, adivinando lo que quería de m&i

acute; -. De verdad que yo no hago eso.

- Cállate, pendejo. Tu harás lo que se te ordene, lo sabes.

No tenía opciones, lo sabía. Tragué saliva, aun pensando en una forma de salir de aquella situación.

Mr. Thomas puso sus manos sobre mis nalgas y las abrió. Sentí mi ano expuesto y me dio mucha vergüenza. Soy un tipo bastante velludo, incluido mi culo. Siempre tengo cuidado de asearme bien, porque siento que con tanto vello debo tener especial cuidado con la limpieza. El saber que mi jefe estaba mirando esa parte tan privada de mi cuerpo me puso especialmente nervioso. Ya solo esperaba el momento en que me tocara para morirme allí mismo de la pena. Pero eso no ocurrió.

Mr. Thomas me soltó. Se metió la verga dentro de los pantalones y subió el ziper. Dio la vuelta y se sentó en su sillón, frente a mí en su escritorio. Tomó el teléfono y marcó un número.

Yo no entendía nada. El balbuceó algo y del otro lado de la línea alguien le dio instrucciones.

- Vístete, – me ordenó -. Regresa a tus ocupaciones. Ya te llamaré para decirte que sucederá contigo.

Con la cara roja de vergüenza me subí los pantalones. Me sentí con un pequeño de tres años que se ha meado los calzones y debe andar con la ropa mojada y que todos lo miran y saben lo que le sucedió. Con ese sentimiento salí de la oficina de Mr. Thomas y me fui a mi propia oficina. Sentía que todos allí sabían que le había mamado el pito a mi jefe y que valía lo mismo que cualquier puta callejera.

Traté de trabajar, pero fue imposible. Estaba nervioso, incomodo e increíblemente, bastante cachondo. A pesar de todo, el incidente me había despertado un hambre de sexo que no sabía como apagar. Al mismo tiempo me sentía preocupado, porque mi situación no estaba resuelta y aún pendía de un hilo.

Esperé la llamada de Mr. Thomas el resto del día, pero no me llamó. No sabía si eso era bueno o malo, y esperaba que en cualquier momento llegara el personal de seguridad a detenerme, o incluso la misma policía, pero tampoco sucedió.

6:00 P.M.

Mi jornada había terminado y yo todavía seguía en las mismas. Mil veces tomé el teléfono y marque la extensión de Mr. Thomas, colgando al instante antes de que sonara su línea. Si algo iba a pasar quería salir de una buena vez de eso. Cualquier cosa antes de esa pinche incertidumbre que me estaba matando.

Empecé a recoger mis cosas para irme a casa. Nada podía remediar quedándome allí. El teléfono sonó y me quedé paralizado. Era la secretaria de Mr. Thomas, indicándome que me presentara en su oficina dentro de una hora. Me sentí aliviado. Lo que fuera a pasar, quería que sucediera de una vez, pero aún me quedaba una larga hora de espera.

7:00 PM

El personal se había marchado casi por completo. El piso donde laboro es principalmente administrativo y hacía un buen rato que se habían marchado. No sabía si alegrarme por eso o preocuparme de estar a solas con Mr. Thomas. Su oficina estaba iluminada y él estaba esperándome cuando toqué a su puerta.

Lo encontré más tranquilo que en la mañana. Su mirada de desprecio seguía allí, pero era más tenue y contenida. No me saludó ni me explicó nada. Únicamente me indicó que lo siguiera. Salimos de su oficina y nos dirigimos al elevador. Entré tras él, siguiéndolo mansamente. En vez de bajar hacia la calle, introdujo una llave especial que sólo él y unos cuantos más poseían y que les permitía subir a las oficinas que el Sr. Sato ocupaba cuando estaba en la compañía, pues tenía muchas otras empresas y viajaba constantemente. También había un penthouse que le servía de vivienda cuando pasaba mas de un día con nosotros. Pocos habían sido invitados a conocerlo, pero se decía que era todo un lujo. Pues hacia el penthouse nos dirigimos sin que ninguno de los dos hablara.

Al abrirse la puerta, personal de seguridad nos detuvo y debimos registrarnos mientras corroboraban telefónicamente que podíamos pasar. Una vez dentro, un sirviente nos hizo pasar a una espaciosa sala, totalmente decorada al estilo oriental y con una vista impresionante de toda la ciudad. Por un momento me olvidé de mi situación y me relajé con

la increíble vista. Tan embebido estaba que no escuché al Sr. Sato entrar, y cuando me di vuelta lo descubrí mirándome fijamente y con atención. Vestía una bata o kimono negro y sandalias. Siempre lo había visto de traje y corbata, y me sentí extrañamente cohibido en su presencia.

- Sabe porque está aquí?, – preguntó a modo de saludo el Sr. Sato.

- No, señor, – contesté bajando la mirada.

El Sr. Sato miró a Mr. Thomas, y éste contestó por mí.

- Porque no tienes opciones, bruto. Porque estás pendiendo de un hilo y sólo el Sr. Sato puede salvarte.

Asentí en silencio mientras Sato tomaba asiento y con el control remoto encendía una gran pantalla que salió de la nada. En la pantalla apareció la oficina de Mr. Thomas y un gran acercamiento de su verga en toda su majestuosa erección ocupó la pantalla completa. Después pude verme a mí mismo tomando esa larga vara en mi boca, chupándola como un caramelo y trabajándola furiosamente. Sato adelantó la videograbación y allí estaba yo sobre el escritorio mientras me bajaban los pantalones. La cámara nuevamente hizo un gran acercamiento y vi mi culo llenando la pantalla. Debo reconocer que era un culo muy bonito. Nunca me había visto a mí mismo de esa forma. Mis nalgas musculosamente marcadas y abultadas se veían bastante bien. El tiempo dedicado al fútbol y el gimnasio parecían haber dado un buen resultado. Un excelente trasero, sin duda. Entonces las grandes manos de Mr. Thomas entran en la toma y separan mis nalgas. Mi culo peludo y moreno aparece en escena. La vergüenza volvió a mí intempestivamente. Todo el orgullo por mi bonito culo se vino abajo al ver obscenamente mostrada la parte más oculta de mi cuerpo, allí, en la iluminada sala del Sr. Sato. Podía ver hasta el más pequeño detalle de mi ano, abierto y expuesto, rodeado de vello oscuro, en medio de la raja que lo dividía, también poblada de pelos.

- Eso, – explicó Sato -, es lo que puede llegar a salvarte el pellejo.

Tronó los dedos y el sirviente que nos había recibido apareció silenciosamente. Me tomó por el codo y me llevó al interior del penthouse. Antes de salir miré sobre mi hombro y vi a Sato, sentado en la sala mirando la imagen fija de mi ano en la pantalla y a Mr. Thomas de pie a su lado, mirando hacia el enorme ventanal y su majestuosa vista, mientras Sato le acariciaba la entrepierna distraídamente sobre los pantalones, y el bulto de Mr. Thomas se hinchaba por el contacto.

El sirviente me llevó a una lujosa recamara rodeada de espejos. De uno de ellos apareció un enorme guardarropa y el sirviente extrajo una lujosa tela sedosa y de color rojo. Lo extendió sobre la cama y vi que era un kimono. El sirviente empezó a desnudarme. Al principio traté de objetar, pero él ni siquiera parecía entenderme y terminé por rendirme. Lo dejé que me quitara mi traje, ya bastante arrugado a esa hora del día y que me llevara al baño, donde tomé una ducha bastante refrescante y relajante. Al salir, el sirviente me secó, me perfumó y me puso el kimono. Debajo no aceptó dejarme ni los calzones, y ya para entonces, sabía que no iban mas que a estorbarme. Empecé a temer que quisiera maquillarme con esa horrible máscara blanca que había visto usaban las mujeres japonesas, pero afortunadamente no lo hizo.

Ya vestido me regresó a la sala y desapareció. Mr. Thomas y el Sr. Sato tomaban un aperitivo y hablaban sentados en la sala. Noté que la mano de Sato seguía sobre los muslos abiertos de Thomas, y que mientras hablaban, le acariciaba el paquete lánguidamente, como si no se diera cuenta de que lo hacía. Thomas evidentemente estaba excitado, el bulto era muy notorio, pero su cara mostraba la incomodidad de tener que aguantar lo que el japonés le hacía.

Al entrar en la sala, los ojillos de Sato parecieron achicarse aun más mientras me miraba. Vi que alejaba la mano de la entrepierna de Thomas y la llevaba a la suya propia. Como un gato relamiéndose se acarició su paquete sin dejar de mirarme.

- Nuestro invitado está aquí, – dijo dirigiéndose a Mr. Thomas -, hagámosle los honores.

Me indicó que me acercara a él y yo lo hice. De pie, el japonés me llegaba apenas al hombro, mientras que Mr. Thomas me sacaba más de una cabeza. Eran una pareja muy dispareja. El Sr.

Sato, junto a mí, recorrió su mano por mi espalda, bajando hasta mi trasero. Su mano, pequeña y delicada, comenzó a acariciar mis glúteos, mientras Thomas me miraba directamente a los ojos sin tocarme, pero con el bulto de sus pantalones notoriamente hinchado.

- Sácate ya esa verga, Thomas, y que empiece la fiesta.

Mr. Thomas se abrió la bragueta y se sacó el miembro. Estaba duro e hinchado. Su cabeza roja apuntaba hacia arriba, exigiendo atención.

- Mastúrbate, – ordenó Sato.

Mr. Thomas empezó a menearse la verga. Era un hombre serio y trabajador. Verlo allí, de pie en medio de esa sala, con la bragueta abierta y dándole duro a su verga con la mano era algo extraño y excitante al mismo tiempo.

- No olvides los pezones, – añadió Sato -, bien sabes que te encanta que te los pellizquen.

Mr. Thomas se aflojó la corbata y la desanudó. Se quitó el saco y desabotonó su camisa. Su pecho era blanco, con fuertes pectorales y un fino vello rubio le cubría desde el cuello hasta el ombligo. Sus tetillas rosadas estaban erectas y firmes. Volvió a tomar su verga con la derecha, mientras la izquierda acariciaba uno de sus pezones, acariciándolo primero y retorciéndolo con fuerza después.

Tanto Sato como yo no perdíamos detalle de lo que Thomas hacía, y mientras lo hacíamos, la manita inquieta de Sato había entrado bajo el kimono y recorría mis nalgas libremente.

- Esos duros pezoncitos quieren unas cuantas mordiditas -, dijo Sato casi en mi oído.

Yo me incliné sobre el pecho de Mr. Thomas y tomé uno de sus pezones entre mis labios. Mi jefe suspiró de placer contenido y yo descubrí que los pezones masculinos pueden ser algo muy sabroso de morder. Empecé a alternar entre uno y otro, mientras Sato alternaba sus atenciones entre mis nalgas de igual manera. Las acariciaba o pellizcaba según se le antojara y yo lamía o mordía, según Sato me hiciera a mí.

Después de un rato, Sato me ordenó que terminara de desvestir a Mr. Thomas. El enorme gigante rubio pareció muy molesto con esa orden, pero no dijo nada, y permitió que yo terminara de quitarle su camisa y desabrochara sus pantalones. Debajo había un boxer blanco, que también terminé quitándole, así como zapatos y calcetines.

Mr. Thomas estaba desnudo y yo tenía mi kimono. Eso me dio un sentimiento de superioridad. Pero solo fue una sensación momentánea. En cuanto terminé de desnudarlo me ordenaron que me pusiera sobre la mesa de centro a gatas y eso me hizo sentir mucho menos superior que cualquiera en esa sala.

Sato acercó un sillón para que quedara yo a su alcance. Le dijo a Thomas que se pusiera frente a mí para que yo le mamara la verga, lo cual hizo Thomas con evidente placer. Tuve de nuevo su enorme miembro en la boca y comencé a lamerlo y chuparlo sin esperar mas indicaciones.

El Sr. Sato se concentró entonces en mi trasero. Con inusitada lentitud comenzó a subirme el kimono desde atrás, descubriendo mis piernas y muslos con mucha paciencia. Tocaba mi piel conforme esta iba apareciendo y sentí sus dedos apenas rozándome, con un aleteo breve y muy erótico.

Mr. Thomas se acomodó, sin sacar su enorme pito de mi boca y desde esa posición pude mirar la pantalla. Ya no aparecía la imagen fija de mi culo, ahora podía ver justamente la escena que estábamos representando en esa sala. Fue extraño mirarme a mí mismo desde esa perspectiva. Seguramente la cámara estaba detrás del Sr. Sato, porque podía verme de espaldas, sobre la mesa y con el kimono abierto y subido, dejando mi trasero desnudo, y vi a Sato embebido entre mis nalgas, besándolas y sobándolas suavemente. Era extraño sentir y ver al mismo tiempo lo que estaba sintiendo.

- Thomas, – ordenó Sato -, ven aquí y ponte junto al invitado en la misma posición.

A mi jefe no pareció gustarle el cambio, pero retiró su verga de mi boca y se colocó junto a mí como le habían ordenado. Mire hacia la pantalla. La toma era excelente. El culo blanco de mi jefe junto a mi culo moreno y velludo. Dos pares de nalgas, dos pequeñas manos que las recorrían y pronto, dos agujeros asaltados al mismo tiempo por pequeños y duros dedos.

Escuché el gemido de Mr. Thomas cuando Sato le metió un dedo, y al mismo tiempo sentí que me hac&iac

ute;a exactamente lo mismo. La cosa continuó, metiendo mas dedos cada vez, hasta que ambos tuvimos 3 o 4 entrando y saliendo de nuestros anos. La pantalla alternaba acercamientos a mi ano peludo y el ano de Thomas, rosado y apenas rodeado de suave y dorado vello.

- Aprovechen que están así de juntos, – dijo cariñosamente Sato, – dense un buen beso. Quiero verlos.

Yo miré a Mr. Thomas y supe que jamás podríamos hacer eso. El Sr. Sato sacó los dedos de nuestros respectivos culos y nos palmeó las nalgas a los dos, mientras nos gritaba que obedeciéramos.

Mr. Thomas aproximó su boca a la mía y no tuve mas remedio que aceptar su beso. Su lengua hizo contacto con la mía y la cosa se dio mas naturalmente. Me olvidé que era un hombre y que ese hombre era mi jefe y que además de todo me odiaba. Lo besé apasionadamente y él correspondió. Eso pareció gustarle a Sato, porque sentí sus dedos entrarme nuevamente y creo que hizo lo mismo con Thomas.

- Suficiente, – dijo Sato palmeándonos el trasero nuevamente -, ponte de pie Thomas.

Mi jefe obedeció. Sato le pidió que le acercara su maletín y Thomas tomó un pequeño estuche que estaba en el piso. Yo permanecí donde estaba y vi que Sato sacaba del estuche varios dildos de distintos tamaños y formas. Unos eran largos y delgados y otros gruesos y rugosos. Tragué saliva sabiendo lo que seguiría.

11:00 PM

Empezaron con los más pequeños y delgados. No tuve ningún problema para soportarlos. Al principio fue algo incomodo y bastante penoso, pero a esas alturas ya no me importaba nada. Mr. Thomas los engrasaba y se los pasaba a Sato, que me los metía despacio, grabando para la posteridad su lento y sinuoso paseo por mis entrañas. Parecía gustarle verlos desaparecer lentamente en mi cuerpo, y disfrutaba mirando mi cara y los gestos que hacía mientras me penetraban. El tamaño de los dildos fue en aumento, y empecé a temer por la hora en que llegara a los realmente grandes. Afortunadamente, Sato se detuvo antes de eso.

Sato se sentó en la sala nuevamente y le indicó a Thomas que se sentara a su lado. A mí en cambio me dijo que lo hiciera a sus pies, sobre la alfombra, así que me senté allí como si fuera una mascota en vez de un ser humano. El sirviente les trajo a ellos copas de vino helado y a mi nada, y por supuesto no me atreví a pedirle nada. Sato no dejó que la erección de Mr. Thomas disminuyera. En cuanto veía que la enorme verga rubia de mi jefe empezaba a decaer, la acariciaba o me ordenaba que se la mamara. Eso ponía el chile de mi jefe duro nuevamente, manteniendo a Thomas como loco y sin dejarlo tener un orgasmo.

Sato preguntó si no me gustaría beber un poco de vino y yo contesté que sí. Entonces cerró los muslos de Thomas y le dijo que se recostara un poco. Vació su copa de vino helado sobre la caliente y roja verga de mi jefe. Se formó un pequeño charco en su entrepierna, y me ordenó que bebiera. Lamí el vino que escurría de su verga y que empapaba sus huevos y los vellos rubios de su pubis. Mientras yo lamía, Sato retorcía los rosados pezones de mi jefe, logrando que éste gimiera descontrolado. Cuando vio las señales de un próximo orgasmo me ordenó que me detuviera.

Durante todo ese tiempo Sato nunca se desnudó. Siempre llevó puesto su negro kimono y no había mostrado ni la menor parte de su cuerpo.

Al terminar la escena del vino, el Sr. Sato tomó una de las servilletas de lino y me vendó los ojos. Me sentí nervioso y atemorizado. Me tomaron de la mano, uno de cada lado y me llevaron a otra habitación, imagino que su recámara, porque me subieron a una superficie mullida y cómoda que adiviné sería su cama.

Allí, me quitaron mi kimono rojo y ya desnudo me acostaron boca abajo. Mis nalgas fueron separadas y alguien me montó. Mi cuerpo se tensó esperando la inminente penetración. El miembro que empujaba por entrar se sentía duro y caliente, y finalmente entró en mi cuerpo. No hubo el dolor que yo había esperado. El tamaño era bastante pequeño, porque lo sentía igual que los pequeños dildos que ya me habían metido antes y que no me habían lastimado.

Recordé que se decía que los orientales tienen miembros pequeños, así como se comentaba que los negros lo tienen enorme. Di gracias al cielo de que el so

cio mayoritario fuera japonés y no de raza negra. Definitivamente el pene de Sato era pequeño, pero de que estaba duro no había duda. Lo sentía clavarse dentro de mí como si fuera un cuchillo de acero templado. Bombeó con fuerza varios minutos y finalmente se vino dentro de mí. Escuché su aullido de placer e inmediatamente se salió. Rogaba porque ya todo hubiera terminado.

Me quitaron la venda de los ojos. El Sr. Sato estaba sentado en un sillón cerca de la cama, con el kimono puesto. Se veía sudado y con esa mirada plácida que deja un buen y gratificante orgasmo. No me cupo ninguna duda que él era quien me había montado. El porqué no deseaba que yo lo viera desnudo era un misterio y yo no estaba en posición de exigir explicación alguna.

Mr. Thomas seguía tan desnudo como yo, y por lo visto igual de caliente como había estado durante toda la tarde y noche.

- Ok, Thomas, – le indicó Sato, – cójetelo de una buena vez, que me muero por ver ese culo desgarrado por tu gran herramienta

Esta vez Thomas no hizo esfuerzo por hacerme sentir su desdén y su desprecio. Me empujó sobre la cama nuevamente y no me dio tiempo ni de ponerme nervioso. Su verga roja y erecta se posicionó sobre mis nalgas. Hizo algunos movimientos de vaivén entre la raja de mis nalgas, al parecer disfrutando del roce de mis vellos y sin miramiento alguno apuntó a mi agujero y me la metió de un solo golpe.

Si yo hubiera imaginado, al menos la décima parte de lo que iba a sentir, hubiera salido corriendo de esa habitación sin que me hubiera importado ni la amenaza de ir a la cárcel. Ni los dildos, ni la juguetona verga de Sato habían logrado prepararme para la embestida de los 20 cms de Mr. Thomas a todo vapor y de un solo y definitivo empuje.

El dolor no puedo ni describirlo. La sensación de que te abren y te estiran el culo hasta creer que te lo van a reventar y morirás desangrado y desgarrado es algo imposible de narrar. El grito de pánico se me atoró en la garganta y mis manos se crisparon sobre la almohada a la que me agarraba como naufrago en el mar.

Thomas no quería ni le importaba mi bienestar. Me odiaba, y además de poder vengarse de mí, estaba encontrando un placer indescriptible a su larga noche de constante excitación. Sato parecía disfrutar enormemente del espectáculo.

- Eso es, Thomas, rómpele el culo. Enséñale quien manda aquí. Quien es el jefe. Muéstrale lo que le sucede a los traidores y ladrones como él. Que pague por defraudar a nuestra empresa.

Yo no quería saber nada de todo eso. Yo sólo quería que el fierro que me partía en dos saliera de mi cuerpo y me dejara en paz. Pero nada de eso. La verga entraba y salía como un demonio. Sentía las manos grandes y sudorosas sobre mi espalda y los embates de su cadera contra mis nalgas. Sus huevos golpeaban entre mis piernas y el martilleo parecía no tener fin.

Algo dentro de mí se rompió y se abrió como una flor en la noche. Algo que me obligó a abrir las piernas y aflojar las nalgas. Me rendí y ya no luché. Esa verga ya no sería una intrusa en mi cuerpo. Ese algo le daba la bienvenida y parecía querer absorberla y atraparla dentro de mi cuerpo.

Thomas debió sentirlo también, porque sus furiosas embestidas se calmaron un poco. Su verga empezó a deslizarse con mas calma, podía sentir sus hinchados centímetros entrarme uno a uno, notaba las venas de su pene frotando contra las paredes de mi ano y su cabeza casi se salía para volver a abrirse paso justo cuando mi esfínter parecía cerrarse nuevamente. Entramos en un acompasado ritmo que me hizo casi desear que aquello no terminara.

Sato y su mente enferma no parecían disfrutar de la nueva situación. Entre la orgía de sensaciones lo vi salir de la habitación y regresar casi inmediatamente. Traía uno de los dildos que había sacado de su estuche. No era de los que había usado conmigo. Este era de marfil, duro y negro, y el más grande de todos sin duda.

Se aproximó a nosotros. Mi jefe ni cuenta se había dado que Sato había abandonado su silla. Thomas estaba enfrascado en la sensación que mi culo le daba y nada mas le importaba. Sato se aproximó a sus espaldas y acomodó el dildo entre las blancas nalgas de mi jefe. El detuvo sus embestidas cuando sintió algo entre sus nalgas. En esa fracción de segundo Sato le metió el enorm

e dildo de un solo tirón.

Mr. Thomas gritó y su verga se crispó dentro de mí.

- Para que sigas disfrutando, querido Thomas,- le susurró Sato al oído, malévolamente.

Mantuvo el dildo profundamente clavado en el culo de mi jefe y le ordenó continuar. Las lentas y sabrosas embestidas que habíamos llegado a disfrutar se terminaron en ese momento. Mr. Thomas enloqueció. El dildo dentro de su cuerpo pareció convertirlo en un demonio. Empezó a bombear dentro de mí como un enajenado y la sensación dolorosa y estremecedora volvió a partirme el culo por la mitad. Ya no había marcha atrás, y Mr. Thomas continuó cogiéndome como si fuera el último día de nuestras vidas.

Nos venimos en cuestión de pocos minutos, ambos, en una peligrosa mezcla de placer y dolor, que sin que lo supiéramos en ese momento cambiaría nuestras vidas para siempre.

Después de esa noche, conservé mi puesto en la empresa, y saldé mi deuda. O al menos eso creí en aquel momento. Meses después, en una de aquellas visitas esporádicas que nos hacia, fui llamado a la oficina del Sr. Sato, y tristemente comprendí que hay algunas deudas que por mucho que vayas abonando nunca terminas de liquidar.

Altair7 (arroba) hotmail.com

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Autor: Altair7

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