domingo, 15 de abril de 2012

El Jardinero Sudoroso


Mi primera experiencia sexual fue con el jardinero, en casa de mis padres.

Él era un hombre fornido, alto, de unos 28 años, moreno y muy peludo . Yo no había practicado jamás el sexo.

El jardinero solía venir todos los martes y jueves por la tarde. Cuando yo llegaba él estaba en el jardín, podando, plantando, cortando el césped, limpiando la piscina…

Un día llegué y él estaba reparando el riego automático, que se había estropeado. Era verano, y se había quitado la camiseta. Andaba todo sudado, y me quedé maravillado observando su fuerte torso peludo. Él se dio cuente de como le miraba. Me preguntó si le quería ayudar, a lo que respondí que sí sin pensarlo.

Me dijo que me cambiara, que me pusiera un chándal o ropa vieja, y así lo hice.

Cuando bajé cambiado, él todavía andaba más mojado. Todos sus pantalones estaban empapados, y me quedé observando el bulto de su lindo rabo debajo de esos pantalones mojados. Él me pidió que le ayudara a recoger unas herramientas en la caseta del jardín, y yo le acompañé.

No podía sospechar que él también se había fijado en mí, y que cuando entramos a la caseta atrancaría la puerta y comenzaría a besarme sin más rodeos. Yo me rendí inmediatamente, y accedí a que hiciera conmigo lo que quisiera.

Me desnudó, me besaba, mordisqueaba mi cuerpo, me acariciaba ansiosamente. Comenzó a lamer mi pene, a ensalivar mi culito con su lengua virtuosa, y yo comence a sentir escalofríos de placer como nunca antes había sentido. Me comía el culito mientras me masturbaba, y de repente me hizo caer a cuatro patas y empezó a introducir su rico pene en mi ansioso orto. Él permanecía con el pantalón, sólo había sacado su inmenso rabo, y me lo metía cuidadosamente. Aquello dolía muchísimo, pero aún así estaba ansioso de sentirlo bien adentro de mis entrañas, de ser completamente suyo, de que me hiciera gemir de placer y no saliéramos jamás de aquella caseta bendita.

Yo empecé a convulsionar de placer, acercaba todo mi culo a su cuerpo para sentir bien adentro mío aquel enorme pedazo de carne que me desgarraba. Sentía como un reguero de sangre empezaba a salir de mi ano, pero no me importó, el placer era demasiado intenso como para desperdiciarlo. Él empezó a bombear, un mete y saca divino, a un ritmo exquisito. Mantenía mi cabeza baja con su mano, y con su otra mano agarraba mi cintura, mientras me cabalgaba cada vez con más fuerza.

Me decía que siempre lo había deseado, que tenía un cuerpecito divino, y él sabía que en el fondo era bien travieso, que se notaba que tenía que ser toda una putita.

Me decía que le confesaría a mi padre que yo era una zorra, y que merecía que me echaran de casa, y que él me recogería, para darme el placer que yo necesitaba, pero que me pagaría mis gastos dejando que otros hombres pagaran por cogerme bien duro.

Yo sabía que no hablaba en serio, claro, pero todo aquello aún me ponía más cachondo. Gritaba y gemía sin miedo a ser descubierto. Sólo sentía aquella enorme verga que me taladraba y me partía sin compasión, y que me hacía sentir en la gloria absoluta.

De repente noté que su pene endurecía todavía más si cabe, y empecé a notar como emitía chorros de semen bien caliente, que me llenaban de placer las entrañas. Toda su pinga me llenó hasta el final, su leche empezó a derramarse por mi culito. Me agarraba fuerte la cintura y me estiraba el pelo. Luego, saco su enorme rabo y me lo plantó delante de la cara. Entonces me di cuenta de lo inmenso que era. Nunca vi nada igual en el gimnasio, y eso que me fijaba mucho en todos. Me dijo: -Venga, putita guarra, lámelo bien y límpiamelo, trágatelo todito como seguro que te gusta hacer.

Yo le obedecí. Olía bien rico. Y sabía todavía mejor. Lamía aquel enorme pene con ansia y placer. Aquello era lo mejor que jamás me había pasado.

Cuando quedó bien limpio, guardó su pene en su pantalón, me ató las manos y los pies (yo todavía seguí desnudo), y metió en mi culito uno de los tubos de plástico que debía usar para el riego. Me tiró al suelo y me dijo: -Hoy tus padres se fueron y volverán tarde. Por eso me atreví a tanto contigo. Te voy a dejar aquí como una guarra que espera su merecido. Yo arreglaré el riego antes de que oscurezca, y luego vendré a que aprendas a dar placer a un macho.

Lo que sigue se lo explicaré en el próximo relato. pero ya les avanzo que fue todavía mejor que lo anterior.

Autor: beto_casals


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