domingo, 16 de febrero de 2014
Tarde de placer con el montador de muebles
No hace mucho tiempo me compré un piso. Después de años de vivir alquilado pude por fin cumplir mi sueño de tener una casa propia decorada a mi gusto. En fin. El caso es que visité varias tiendas de muebles para comprar todo lo necesario para convertir aquel ático en un hogar. Disfruté mucho con ello porque me encanta el diseño, la arquitectura y el interiorismo, y porque en muchas de esas tiendas me encontré con dependientes muy guapos con los que me recreé la vista mientras me enseñaban mesas, sillas y sofás...
Pero con ninguno de ellos pasé a mayores, aún con la seguridad de que alguno era gay. Pero a mí no me atraen especialmente los chicos poco varoniles, sino todo lo contrario: siempre he preferido los hombres viriles y peludos que se ven por la calle con los cuales las posibilidades de ligue suelen ser bastante escasas.
El caso es que en una de aquellas tiendas compré un par de muebles para el salón que era necesario montar en el lugar donde iban a colocarse. De eso se encargan normalmente en la tienda. Quedaron en traerme esos muebles una tarde que yo no trabajaba y ese día, después de comer y recoger mi cocinita recién estrenada me acomodé en un sillón para leer mientras esperaba. Eran casi las 6 de la tarde cuando llegaron los encargados del transporte a traerme los citados muebles. Eran dos. Un jovencito casi imberbe que no me atrajo en absoluto y un chicarrón fuertote y de mediana edad que estaba para comérselo: moreno, fornido, con perilla y pelos por todas las partes visibles de su cuerpo, en aquel momento únicamente los brazos y la parte del pecho que se podía ver gracias a su camisa desabrochada hasta el segundo botón. Enseguida dejaron todas las piezas en mi salón, después de lo cual el hombre mayor le indicó al chico que volviera al almacén porque él era el que tenía que montarme los muebles. El joven se marchó y nos quedamos los dos solos. De repente y sin avisar el hombre se despojó de su ropa para ponerse otra más apropiada para hacer el trabajo manual que tenía delante. Fue bastante rápido, pero no lo suficiente como para que me impidiese ver en todo su esplendor aquel cuerpazo. Como yo pensaba, tenía todo el pecho cubierto de una espesa y negra mata de pelos, igual que las piernas y los brazos. Creo que se dio cuenta de mis miradas lujuriosas pero no dijo nada en ese momento. Simplemente empezó a hacer su trabajo. Mientras tanto, yo rondaba por allí haciendo como que hacía cosas, cuando en realidad lo único que pretendía era comérmelo con la vista de arriba abajo. De vez en cuando hablábamos de cosas sin importancia y de lo bien que, en su opinión, estaba decorando la casa. De pronto me dijo:
- El único inconveniente sería que disfrutases sólo de un piso como éste, pero seguro que lo compartirás con tu mujer o tu novia, no?.
- Pues la verdad es que no tengo ni mujer ni novia - le respondí - pero no es algo que me preocupe demasiado.
No sé por qué le di esa medio explicación, pero en ese momento me miró de reojo como pensando "ya decía yo que este tío me parecía maricón"...
Siguió a lo suyo hasta que al rato me pidió permiso para usar el baño. Por supuesto acdedí y le indiqué donde estaba. Cuando volvió le pregunté si quería tomar algo fresco ya que había hecho sitio en su vejiga, a lo cual accedió con una sonrisa por mi chiste malo.
- No podemos aceptar una invitación de un cliente, pero tampoco podemos usar el baño y ya lo he hecho, así que creo que va a dar igual saltarse las normas dos veces.
- No te preocupes - respondí- no me chivaré a tus jefes. Y diciendo esto, le guiñé un ojo de manera inocente. En realidad estaba pensando: si quieres saltarte las normas de otra forma tampoco les diría nada...
Estábamos de pie en la cocina, uno enfrente del otro pero a cierta distancia, cuando sin saber muy bien por qué le dije:
- Corporación Dermoestética haría el año con un par de hombres como tú que fueran a depilarse...
- Es verdad - respondió soltando una risa -. Alguna vez pensé depilarme pero creo que me resultaría muy chocante verme después completamente lampiño. En cambio contigo, no tienen nada que hacer.
- Pues no. Los únicos cuatro pelillos que me salen en el pecho me los saco yo mismo. Pero no creas, quizá me hubiera gustado ser más peludo, eh?.
- Pues yo creo que estás muy bien así, me dijo.
- Supongo que tendrás mucho éxito con las mujeres, no?. Si mi pregunta fue atrevida la respuesta me dejó completamente KO.
- No te creas; hoy en día están muy de moda los metrosexuales esos. En cambio, a muchos chicos les gustan los hombres peludos como yo. Y diciendo esto se fue acercando lentamente hasta mí, cogió mi mano y la acercó a su pecho
- Creo que tú eres de esos - me dijo -. Lo cual significaba que se saltaría de nuevo las normas de comportamiento de su empresa.
Comencé a desabrochar los botones de su camisa y mientras dejaba todo su torso al descubierto iba acariciando aquella maravilla. Pelos y más pelos negros y suaves de los que disfruté como nunca. Él se dejaba hacer al mismo tiempo que metía las manos por debajo de mi camiseta y acariciaba también mi pecho lampiño y mi espalda. En un momento me despojó de la camiseta y se acercó para besar y lamer mis pezones. Paseó su boca por mi pecho y mi cuello hasta que encontró mi boca y me plantó un tremendo beso que casi me hace llegar al orgasmo. Yo en ese momento ya no acariciaba su pecho sino que lo agarré por las nalgas para acercarlo a mí y sentir su polla pegada a la mía (con eso ya adiviné que estaba muy bien dotado el chiquillo). Después de comerme la boca un buen rato, tiró hacia abajo del pantalón de mi chándal y arrastrando con él mi calzoncillo. Quedó entonces al descubierto mi tremenda erección. Yo volví a la carga con su pecho y le besé desde el cuello hasta el ombligo; esto me obligó a agacharme un poco hasta que concluí que ponerme de rodillas me resultaría más cómodo. Fue entonces cuando bajé su pantalón y vi de nuevo el calzoncillo que ya antes había tenido ocasión de vislumbrar cuando se estaba cambiando de ropa. Lo bajé y descubrí una tremenda polla circuncidada y de unos 16/18 cm de longitud; algo más grande que la mía. No pude evitar besar su glande al descubierto y comenzar después una mamada como nunca antes había hecho a nadie; pero era como si mi boca me lo estuviese pidiendo.
Después me indicó que me acostase en el suelo (era verano, así que no estaba demasiado frío) y se tumbó encima de mí. Con su pecho sobre el mío pude sentir la placentera sensación de ser acariciado por aquel torso tan peludo. Era definitivamente lo que más me gustaba de él. Pero no se conformó con eso y fue deslizando su cuerpo sobre el mío hasta que su cara se situó a la altura de mi polla, la cual se metió en la boca para empezar a chupar. Su perilla me hacía algunas cosquillas, lo cual aumentaba más mi placer. Le dije que parara si no quería que me corriese ya.
- Sí, me paro, que no quiero que te corras todavía.
Levantó entonces mis piernas y mojó con su lengua la entrada de mi culo. Estuvo un ratito lubricando mi hoyito hasta que creyó llegado el momento propicio.
- Espera, ponte esto; a ver si te sirven. Le dije yo mientras me incorporaba un poco para coger de un cajón una caja de preservativos (sí, ya sé que no se guardan en la cocina, pero los había comprado recientemente y fue el primer lugar que encontré para dejarlos). Jamás he follado sin protección.
De esa manera ya estaba listo para introducir despacio su polla en mi trasero. Lo hizo con gran cuidado para que no me doliera. Era algo que yo temía un poco dado su tamaño pero no me dolió lo más mínimo. Cuando había dilatado lo suficiente empezó a bombear haciéndome rugir de placer. Pudo incluso recostarse sobre mí al tiempo que me follaba de manera que volví a sentir sobre mi cuerpo aquella delicia de pecho que tenía. Cuando vio que estaba a punto de acabar cogió mi polla y comenzó a masturbarme, suavemente al principio, y con más ritmo después, hasta hacer que me corriera como nunca sobre mi pecho. El apenas tardó unos segundos en hacerlo también. Exhausto se dejó caer sobre mí un rato y luego nos fuimos juntos al baño para darnos una relajante ducha juntos.
Aquel día, como podrán imaginar, no terminó de montar los muebles en cuestión. Necesitó dos tardes más, con sus dos respectivos "descansos".
Mientras escribo esto, contemplo su pecho maravilloso. Está recostado en el sofá. Comparto mi piso y mi vida con él.
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