lunes, 24 de septiembre de 2012
Tu extraño descanso playero
He aquí otra de las curiosas experiencias que con frecuencia me cuentas:
Aun en ocasiones en que me propongo tomarme un descanso en mis actividades que tan bien conoces, las cosas acaban complicándose y, sin buscarlo, me veo envuelto en algún episodio con el sexo de por medio. Es lo que ocurrió el día en que decidí pasar un rato tranquilo en la playa, escogiendo una con calas recoletas y poco frecuentadas. Busqué una de éstas en que no había nadie a la vista, me desvestí, extendí una toalla y me dispuse a tomar un baño de sol.
Estaba sumido en un agradable sopor cuando se me acercó un hombre de cuerpo redondeado muy agradable y con un dorado tono de piel. Ya me había llamado la atención al pasar por la zona más concurrida y debió seguirme.
Educadamente me preguntó si tendría inconveniente en extenderle aceite bronceador en las zonas que él no podía alcanzar. Di mi conformidad –cómo iba a negarme a tan socorrida táctica– y puso su toalla junto a la mía. Se tendió bocabajo y yo me arrodillé con sus piernas entre las mías. Ya el tacto de la fina piel de su espalada empezó a hacerme efecto, pero procuraba que mi crecida polla no llegara a rozarle. Cuando quedó bien aceitada la espalda y al ver que seguía inmóvil, no pude resistir el deseo de seguir bajando por su cuerpo hasta tener mis manos sobre su culo salido y apetecible. Me entretuve untándolo incluso en donde difícilmente podía llegar el sol y ya no impedí que mi polla fuera acariciando sus muslos.
Súbitamente se dio la vuelta y pude comprobar la erección que mis cuidados también le habían provocado. Con las dos pollas rozándose me entregué a completar el trabajo por pecho y vientre. Me deleité con sus tetillas tan suaves, cuyas puntas se endurecían con la presión de mis dedos. Y así seguí bajando hasta engrasar con una mano su polla y con la otra hacerle lo mismo a la mía.
Entonces levantó las piernas pasándolas sobre mis hombros y casi sin esfuerzo penetré en su agujero. Sujetando sus muslos me lo follé bien a gusto mientras él gemía de placer. La corrida me vino pronto –era la primera del día– y, todavía con la polla dentro de su culo, lo pajeé hasta que le subió un surtidor. Caí a su lado, me besó y me dio las gracias, como si lo único que hubiera hecho fuera ayudarle con el bronceador. Se levantó, cogió su toalla y se alejó, poniéndose a tomar plácidamente el sol.
Cuando me acomodaba para reanudar mi descanso observé a un individuo medio oculto por los matorrales del inicio de la pineda, y que probablemente había espiado nuestro polvo. Como soy buen fisonomista, su cara me sonó de haberlo visto antes en una hamaca, muy amartelado con la que debía ser su mujer, una gordita de tetas abundosas.
Al captar mi atención me sonrió e hizo gestos para que me acercara. Movido por la curiosidad e intrigado por tanto sigilo así lo hice y me encontré con un hombre maduro y robusto, de vello algo canoso, tan desnudo como lo estaba antes, y ahora que lo tenía frente a mí lo apreciaba mejor. Muy azorado me contó que, al irse su mujer a casa, no lejos de la playa, estaba dando un paseo y no había podido evitar el verme retozando con otro hombre. Mi cuerpo y mi forma de follar lo habían excitado tanto que no había podido resistir el impulso de llamarme.
Aunque el tipo me resultaba bastante apetitoso, de un estilo distinto al del anterior ligue, su nerviosismo me pareció excesivo y temí que se tratara de algún perturbado. Repliqué que si lo que pretendía era alguna actividad sexual conmigo ya había visto lo que acababa de tener, a pesar de que me había propuesto una descansada estancia en la playa. Insistió en que no tendría que hacer nada si no quería; se conformaría con ver y tocar mi cuerpo. Además le costaba mucho tener una excitación completa y lo que necesitaba era un hombre como yo. Para pulsar otra tecla añadió, con un hilo de voz, que estaba dispuesto a pagarme lo que yo considerara oportuno si accedía –debo llevar escrita en la frente mi naturaleza mercenaria–. La aparición de un cliente inesperado, muy diferente de los que suelo frecuentar, así como mi gusto por las situaciones imprevistas, hicieron que ya no dudara en aceptar, dispuesto a complacerle como es mi norma en estos casos y dejando que me recorriera ansiosamente con la mirada.
Nos adentramos algo más en la arboleda, yo con mis escasos bártulos, y me sorprendió ver que, en un pequeño claro, había tumbonas y toallas. Me explicó que, como le cogía camino de casa, las había subido ya desde la playa y podían senos de utilidad.
Y allí los dos desnudos sin saber muy bien de qué iba la cosa. Acostumbrado a asaltos más directos, aquel hombre podía ser una caja de sorpresas. Opté por quedarme de pie e inmóvil en actitud provocadora. Entonces él se acercó y se puso a toquetearme por todo el cuerpo, como tomando medidas a un objeto delicado. Me palpaba el pecho y repasaba el vello que se extiende hacia mi barriga. Me levantaba los brazos y acariciaba los sobacos. Me recorría la espalda y bajaba hasta el culo tanteando su redondez. Todo ello, y la extrema suavidad de su tacto, iba produciendo un placentero efecto en mi anatomía, de modo que cuando pasó a sobarme los muslos mi polla estaba ya bien desplegada. Esto lo entusiasmó, hasta el punto de atreverse a cogerla con una mano y con la otra sopesar los huevos.
Hice un amago de meterle mano a él ahora, pero rehuyó mi contacto. Se excusó de no estar preparado todavía y me mostró su minga inerte. Cuando pidió que me vistiera con la ropa que llevaba, pensé que el muy soso se había dado por satisfecho con su tímido coqueteo. Mientras me ponía mi indumentaria playera, pantalón corto y la camiseta, él se repantigó en una de las butacas observándome.
Pero el hombre se había montado su película pues, para mi sorpresa, me indicó que me tumbara en la otra butaca junto a él. Mi intuición me hizo captar entonces lo que se proponía. El toqueteo en pelotas le había servido sólo para cobrar confianza y ahora fantaseaba con una seducción desde el principio. Así que, como si estuviera solo, empecé a tocarme por encima de la ropa y a forzar posturas que fueran liberando mi entrepierna. Pronto empezó a asomarme por una pernera la punta de la polla y, con algunas discretas maniobras, acabó fuera toda ella acompañada de los huevos. Me tocaba con voluptuosidad y a la vez iba subiendo la camiseta y dejando al descubierto la barriga y el pecho después.
Miraba de reojo y, con orgullo profesional, comprobé que entre los muslos del vecino algo iba cobrando vida. Alargué una mano y sentí cómo crecía. Me puse de pie a su lado quitándome la camiseta, y él se atrevió a bajarme del todo el pantalón y acariciarme la polla. Aunque la tenía junto a su cara, no pasó de ahí. Entonces de un impulso me arrodillé ante él tomando la suya con mi boca. A medida que se le ponía dura y húmeda, todo su cuerpo se estremecía de placer y se aferraba mi cabeza.
Tras ese primer avance me levanté, fui a manipular por detrás la hamaca para que quedara horizontal y me coloqué con la polla sobre la cara del tumbado. Ahora sí me la agarró con la boca y mamaba con una tremenda ansiedad. Me incliné hacia delante y alcancé la suya para seguir chupándosela. Se abrazaba con tal fuerza a mis muslos que me pareció conveniente un cambio de tercio. Me desembaracé y acerqué el culo a su cara para excitarle el deseo. Se puso a sobarlo y lamerlo, buscando alcanzar el agujero con la lengua.
Al verlo tan entusiasmado, quise probar hasta dónde llegaría su osadía y me acomodé de espaldas a él afirmando las piernas entreabiertas y dando el mayor realce a mi culo.
Percibí su lento acercamiento y un dedo ensalivado que me entraba con cautela. Me removí incitándolo y al principio tanteó indeciso con la polla en la mano. Poco a poco me la fue metiendo y, cuando comprobó que tenía vía libre, me dio tales embestidas que casi me hace perder el equilibrio. Yo las disfrutaba no tanto por el volumen como por el ardor que ponía, pero su excitación era tal que no tardó en correrse con un fuerte resoplido.
Entonces recurrí a un efecto sorpresa pues, sin dejar que recuperara el resuello, hice que se pusiera a cuatro patas sobre una toalla y metí una mano en su entrepierna para recoger de la polla los restos de leche y saliva que le goteaban.
Apoyándome con fuerza sobre su grupa para que no se moviera, fui metiéndole un dedo humedecido por el culo. Gimió con temblores pero aguantó. Así que, con la vía despejada, no vacilé en encularlo, moviéndome al principio con suavidad. Aumenté el ritmo y se quejaba, pero sin tratar de liberarse. Aunque disfrutaba con la follada de un culo tan prieto, llegué a apiadarme de él y no quise insistir. Al fin y al cabo había tenido una buena corrida no hacía mucho. Cuando pude ver su cara, la expresión era una mezcla de susto y satisfacción.
Pensé que el caballero habría ya tenido suficiente desahogo y que mi misión con él estaba cumplida. Así que empecé a recoger mis cosas mientras se recuperaba de tantas emociones. Pero de repente, como si no quisiera perderme, se arrodilló ante mí abrazándose a mis muslos. Restregó la cara por mis huevos y se metió la polla en la boca. Se puso a mamármela con tal ímpetu que hizo que me subiera la calentura. Entonces, sin poder aguantarme, me salí de su boca y, sujetándole la cara, me la meneé hasta correrme sobre ella.
Se oyó a lo lejos una voz femenina que gritaba un nombre. Por la expresión de pánico que puso el aludido comprendí que su mujer lo estaba buscando. Para evitar una situación comprometida, rápidamente cogí mis pertenencias y me perdí entre el arbolado en dirección opuesta. Aún pude oír la bronca por la tardanza en regresar a casa.
Ya dispuesto a volver a la civilización, después de una jornada playera muy poco descansada, lo único que me contrariaba era que, con un final tan precipitado, me había quedado sin la contraprestación ofrecida.
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