domingo, 12 de agosto de 2012
Semáforo en Rojo
La noche era tremendamente oscura y llovía a cántaros desde primera hora de la tarde. Mientras conducía mi coche bajo la lluvia, iba pensando en lo caliente que me había puesto viendo aquella vieja película porno en casa de unos amigos. Mi polla luchaba por salir fuera de los pantalones, pidiendo guerra.
Apenas había nadie por las calles a esa hora de la madrugada y, ensimismado en mis pensamientos, no me apercibí de que no había respetado un semáforo en rojo. La sirena de una moto de la policía me sacó de mi abstracción. El policía me adelantó y tuve que parar el coche a un lado.
Se acercó a mí y con un leve saludo me pidió la documentación. Mientras comprobaba los papeles me fijé en aquel tipo. No era muy alto, pero si muy robusto y su cuerpo parecía embutido en el uniforme de cuero, marcando perfectamente cada músculo. Unas botas altas, unos pantalones ajustados y un grueso paquete, que hacía volar mi imaginación sobre la longitud y grosor de su contenido, completaban el cuadro. Bajo el casco se adivinaba un rostro duro, de un hombre de unos 40 años y con cara de pocos amigos. Un oscuro bigote acentuaba todavía más su aspecto de hombre rudo.
El policía me hizo bajar del coche. Me dijo que tenía que cachearme a conciencia, hablando de no sé qué asalto a mano armada a un banco que había ocurrido por allí cerca. Me puso contra la pared, con los brazos y las piernas abiertas. Empezó a cachearme bajo los brazos, a los lados y por las piernas abajo. Por la forma en que lo hacía noté que se estaba dedicando a palparme a conciencia, casi con lujuria. Estaba claro que sus intenciones eran otras que un cacheo de rutina. O eso era lo que yo quería creer.
Un par de veces me palpó cerca de los huevos y mi polla dio un brinco, queriendo escapar y unirme a aquella poderosa mano. Aquel poli me estaba calentando de lo lindo por eso, cuando me dijo que tenía que acompañarle a la comisarían, no opuse ninguna resistencia.
Le seguí con el coche hasta, que ya en la Jefatura y sin decir nada más, me introdujo en una pequeña y sucia celda, sin apenas luz. A aquellas horas no había nadie más por allí. Lamiéndose los labios con la lengua, me ordenó con su voz ronca
- ¡Desnúdate! Quiero ver si escondes algo.
Así lo hice, sin rechistar y sin apenas mirarle mientras iba despelotándome.
Cuando me di la vuelta ya totalmente desnudo vi sorprendido que él también se había quitado la ropa, excepto las botas y el casco. Si antes había imaginado un cuerpo perfecto, ahora podía verlo hecho realidad ante mis ojos. Era un auténtico armario, tan alto como ancho. Tenía unos poderosos brazos y piernas y un pecho bien musculado y cubierto por una fina capa de vello. Una gruesa polla sin circuncidar colgaba en su entrepierna. Me quedé boquiabierto ante tanta belleza masculina y el poli sonrió por primera vez.
Se acercó a mí, y sin mediar palabra, empezó a manosearme la polla y los huevos sin ninguna clase de recato. Así que yo hice lo mismo y pude comprobar lo calientes y duros que estaban. Estuvimos besándonos durante largo rato, mientras nos acariciábamos nuestras pollas con verdadera brutalidad y lascivia. Me metía su gruesa lengua hasta lo más profundo, hasta cortarme la respiración, y me mordisqueaba los labios.
- Quiero que me folles.- me dijo con su voz firme.- Para eso te he traído hasta aquí.
Yo me quedé en silencio, mientras le sonreía. Yo me había follado muchos tíos buenos, pero aquello mejoraba cualquier expectativa. Un pedazo de policía como aquel, tan macizo y caliente, pidiéndome que lo follara.
Posó su descomunal trasero en la mesa baja que había en el centro de la celda y abrió sus piernas, ofreciéndome su culo. No paraba de acariciarse de forma bestial sus peludos cojones, la polla y especialmente el capullo, haciendo una especia de anillo con dos de sus dedos
De una rápida ojeada comprobé que su entrada era muy estrecha y me confesó que nunca le habían dado por el culo. Pero lo estaba deseando. Sacó del interior de sus botas un pequeño tubo de crema creciente y me lo ofreció.
Me situé de rodillas, frente a su ano, y con la cara metida entre sus velludas piernas, le fui poniendo aquella suave crema en el agujero y sus alrededores. Primero untaba sólo uno de mis dedos y se lo iba restregando muy despacio en la entrada, a la vez que él separaba los gruesos pelos negros que rodeaban el círculo.
El poli gemía y susurraba palabras ininteligibles como indicándome que lo estaba haciendo bien. Yo seguí con mi trabajo, con la parsimonia que exigen los trabajos bien hechos, pero excitado ante lo que iba a ocurrir. Mojé bien dos de mis dedos en la untuosa pomada transparente y los introduje poco a poco en su esfínter. El tipo jadeó largamente y apretó el ano sobre mis dedos, muy fuerte, como si los quisiera aprisionar. Cada vez que yo los movía, ya fuera hacia dentro o hacia fuera, su culo se contraía con fuerza. Decidí no moverlos durante un momento y, al rato, su respiración pausada y la suavidad de su recto me indicaron que podía continuar.
Ahora movía mis dedos con rapidez y soltura, sin dejar olvidado ningún rincón. Acariciaba todos los huecos del interior de aquel maravilloso recto, no dejaba ni un milímetro sin explorar. Los movía hacía adentro, hacia fuera, por arriba y por abajo, lentamente y con fuerza, como queriendo perforarlo desde el interior. Luego inicié un movimiento de mete-saca que le hacia estremecerse entre jadeos y suspiros entrecortados por la excitación.
Seguí con aquel juego durante unos cinco minutos, pero me notaba que cada vez tenía la polla cada vez dura, como una estaca, y me ardían las pelotas. Así que me decidí a clavársela sin miedo en aquel orificio grasiento y resbaladizo que parecía estar suplicando una buena embestida de mi polla caliente.
Me incorporé y restregué los restos de pomada sobre el vientre peludo del poli, que gruñó sin dejarse la polla quieta.
Ya de pie su agujero me quedaba a la altura justa y empecé a restregar la punta de mi cipote entre los aceitados pelos de la entrada. Una vez que con la punta me había situado sobre el orificio de entrada, fui empujando poco a poco. Al principio el policía se cerró en firme, como si tuviera miedo a que le hiciera daño. Pero sabía que aquel era un hombre duro, acostumbrado al dolor y a las situaciones violentas, por lo que decidí forzarlo. Le iba a doler un poco, pero seguramente me lo iba a agradecer. Además, no hay nada que me excite más que un hombre se me resista cuando estoy a punto de perforarlo.
Di un fuerte golpe de riñones y mi polla entró en su caliente caverna, sin apenas dificultad, como si fuera una visita muy deseada. A partir de ahí, fui penetrándolo despacio, lentamente, sin llegar hasta el fondo
El poli tenía un músculo fuerte rodeando el orificio anal y lo contraía y relajaba con maestría, a pesar de ser un novato. Rodeaba mi polla con gran sabiduría, como si me estuviera haciendo una paja, sin que yo tuviera que moverme apenas. El efecto de las contracciones de su músculo anal sobre la punta de mi polla me producía un estado de éxtasis que ninguna otra caricia me había proporcionado antes.
Estaba tan caliente, que lo único que deseaba era destrozar aquel culo tan acogedor, embestirlo salvajemente. Por ello, saqué la polla de su agujero y lo volví a introducir con fuerza, ensartándolo hasta el fondo.
El tipo casi gritó, pero era demasiado hombre para quejarse y sólo hizo un gesto de dolor. Pero a mí me daba igual y empecé un desenfrenado movimiento hacia delante y hacia atrás con las caderas.
La penetración era cada vez más salvaje y el poli oprimía los muslos con fuerza a cada enculada mía. Los accionaba a voluntad sin gran esfuerzo, y al apretarlos más, me proporcionaba una gran sensación de plenitud. Era una follada bestial, más propia de animales que de personas.
Mientras yo le perforaba, el poli no paraba de magrear su espléndido cuerpo. Las yemas de sus dedos lo recorrían todo: los pezones, el cuello, los peludos sobacos, el pecho, el vientre y las parte interior de los muslos. Luego agarraba su polla con ambas manos y se hacía una paja monumental, siguiendo el ritmo de mis enculadas.
Yo no salía completamente en cada enculada, sino que dejaba dentro la punta de mi capullo para que abriera aún más y para siempre aquel delicioso músculo. Estaba a punto de correrse, a juzgar por las contracciones de su polla. Yo también estaba a punto de vaciar mis depósitos.
La asquerosa celda de la comisaría empezó a dar vueltas en mi cabeza, se me nublaba la vista y, mientras gruesas gotas de sudor me resbalaban por todo el cuerpo, exploté en el interior de aquel animal.
- ¡¡Me corro!!!! .- grité, mientras me vaciaba en sus entrañas.
El tío se apretaba los cojones con fuerza, tanto que creí que se los iba a reventar. Pero a cada apretón, increíbles chorros de leche blanca y caliente brotaban disparados como un misil por la brillante punta de su polla. Era como una manguera abierta a tope.
Cuando parecía que ya había soltado toda su espesa leche, me acerqué sacudiéndome la polla y empecé a lamer los restos del salado líquido que resbalaba hacia abajo por todo su miembro. Comprobé que todavía salían algunas gotas blancas y brillantes por la punta de su enrojecido capullo. Limpié con la lengua los últimos restos de su brutal corrida y después nos besamos apasionadamente.
La fiesta hubiera continuado de no haber sido por aquel timbrazo que anunciaba un servicio urgente. Nos vestimos rápidamente y, al despedirse, me dijo que tuviera cuidado con los semáforos en rojo, pero yo entendí perfectamente lo que me quería decir.
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