domingo, 14 de octubre de 2012
Estás preparado para llenárselo todo
Mi hijo Nestor lleva fuera más de tres semanas. Ha sido contratado recientemente como camionero de largas distancias. Tras años trabajando en pequeñas empresas de transportes está encantado de haber conseguido un trabajo bien pagado en una mayorista. Lo jodido es que tiene que estar fuera mucho tiempo.
Sus dos hijos, Daniel y Ángel, lo extrañaron mucho en los fines de semanas. Aunque al menos me tuvieron a mí, su abuelete, para jugar futbol y pedalear con las bicis. Ambos tienen buenas bicicletas y me dejan sin aliento con sus pinches carreritas. A Nestor le encantan sus dos muchachotes y yo hice todo lo que pude para mantenerlos ocupados mientras él estuvo fuera.
Al principio, me daba mucho gusto pasar algún tiempo a solas con los dos chicos. Pero tengo un secreto que nadie conocía. En mis años de marinero, desarrollé el gusto por las hermosas, gruesas y jugosas vergas, y durante toda mi vida marital he encontrado tiempo para disfrutar de mi secreta pasión. Somos varios los machos casados en la ciudad que necesitamos algo más que una simple panocha para satisfacernos, y en el sótano del baño de la Ferretería de Javier, junto a la tienda, nos encontramos varios cabrones asiduos para satisfacer nuestras fálicas urgencias. Es un sitio chingón porque el conserje, Martin, es un cabrón de los nuestros, y se asegura que solo los buenos machos que ya sabemos lo que se cuece allí entren en el urinario.
Casi cada fin de semana voy a darme una vuelta y llego hasta la ferretería para conseguir una buena ración de rica leche de cabrón. Me encanta su sabor, y mientras mi vieja se va de compras, yo tengo tiempo para tragarme tres, cuatro o más lechadas. El truco para llegar al baño de la Ferretería de Javier es vestir una camisa roja, dejar que te vea Martin y dirigirse hacia el sótano.
En la última esquina, escondida tras unas estanterías repletas de artículos de ferretería está la puerta cerrada que Martin abre solo para nosotros, los clientes frecuentes. Hay que seguir un oscuro pasillo y el urinario está al fondo. Si no hay nadie está abierto, pero si estamos algunos cabrones disfrutando dentro lo cerramos. Cuatro suaves golpes en la puerta y ya sabemos que es seguro abrir.
Habitualmente hay tres o cuatro cabrones dispuestos a satisfacer nuestras ricas cochinadas, pero algunos fines de semana puede llegar a haber hasta diez cachondos en el baño. Para mí no hay nada mejor que llenarme bien la barriga de leche, y si está el policía a quien le encanta que se lo cojan, nos deja a todos chuparle su culo cargado del jugo de todos.
Lo normal es entrar en el baño y desnudarse. Hay dos cubículos en el baño y Martin ha quitado las puertas desde hace años. Los cabrones que quieren mamar se sientan en la taza de la izquierda, mientras los que quieren que se los cojan se colocan en el de la derecha con el culo bien levantado. Martin equipa el escusado con lubricante y toallas de papel y limpia las venidas del suelo cada día.
La mayoría de los cabrones que visitan la Ferretería de Javier son maduros o vejetes como yo. El joven policía es una excepción y también Carlos, el hijo de Martin. Empezó a trabajar los fines de semana en la ferretería hace varios veranos y era un hombretón estupendo. Durante mucho tiempo no tuvo ni puta idea de lo que pasaba ahí. Intentaba que su padre le contara qué carajos estaba ocurriendo. Martin hizo todo lo que pudo por mantenerlo al margen, pero cuando estuvo claro que a Carlos le ponían cachondo los viejos, Martin le permitió unirse a la diversión. Lo que más me pone caliente del baño es cuando se juntan Martin y su hijo, Carlos. A Carlos le encanta mamar buenas vergas tanto como a mí, y verlo succionando el pito de su padre hace que me sude el culo.
Con mi hijo fuera de la ciudad, sus dos hijos me tenían tan ocupado que no tenía tiempo para visitar la Ferretería de Javier, tras el tercer fin de semana mis huevos estaban a punto de estallar. Coger con mi vieja no me dejaba totalmente satisfecho, y estaba tan deseoso de que regresara mi hijo como lo estaban mis nietos. Ellos esperaban a su padre para que los acompañara a correr en sus bicicletas y yo necesitaba que volviera a casa para poder pasarme a menudo por la Ferretería para vaciar bien mis huevos y llenar mi panza con leche caliente.
Conseguí aguantar mis lujuriosos deseos el primer fin de semana, pero al segundo mi verga se empalmaba constantemente dentro de mis licras de ciclista. El tercer fin de semana, la verga empezaba a gotear en medio de nuestro paseo ciclista del sábado. Menos mal que fue un día fresco y la sudadera que vestía ocultaba mi palpitante verga.
Ese sábado mientras pedaleaba por el campo, con mis dos nietos, tuve constantemente que luchar por evitar que se me pusiera dura, me ponía muy cachondo tener todo el tiempo ante mí ojos sus dos hermosos culitos bien enfundados en sus ajustadas licras de ciclistas moviéndose rítmicamente de un lado a otro. Cuando paramos a echar un trago y sus licras mostraron claramente sus paquetes de apetitosa carne que tenían entre las piernas se me hizo la boca agua.
Ese tercer sábado por la noche llamó Nestor diciendo que volvería a casa el martes.
“De puta madre, hijo”, le dije, “Tus chamacos te echan mucho de menos”
“Lo sé” afirmó por teléfono “Yo también les echo mucho de menos a ellos”
“¿Dónde estás esta noche?” Pregunté
“En las afueras de Denver” respondió “He conseguido un hotel para poder dormir el lunes en el paso y después tengo libre una semana completa”
“Chingón” Dije
“¿Padre?” Nestor preguntó en ese tono que pone cuando tiene algo muy personal que compartir.
“¿Qué pasa, mijo?” Pregunté. Estaba a punto de contarme algo cuando mi esposa descolgó el otro terminal y alegremente preguntó
“¿Nestor? ¿Eres tú?”
“Hola má, soy yo” Dijo cambiando rápidamente el tono de su voz.
Ya no tuvimos ni una puta oportunidad de volver a hablar a solas. Me estuve preocupando toda la puta noche imaginando qué carajos querría contarme mi hijo. No podía quitarme de la puta cabeza que algo raro había pasado en su largo viaje.
Al despertarme el sábado por la mañana, mis huevos ardían. A fuerza tenía que ir a la pinche Ferretería. Tenía entumidas las piernas por andar en bici el sábado, y necesitaba descansar de mis pinches nietos. Mientras desayunábamos, mi nuera telefoneó para decirme que llevaría a los chicos a pasar el día con su hermana. ¡Qué chingón!, eso significaba que podía irme de inmediato a la Ferretería y ocuparme de mis lujuriosas necesidades.
Ni siquiera esperé a que mi esposa me dijera si tenía que hacer compras. En cuando terminé el desayuno le dije que iba a hacer un recado y me largué derecho a la Ferretería. Mi verga estaba dura antes incluso de llegar. Martin me echó una mirada en cuanto entré y en cuanto empecé a bajar las escaleras, sonrió y me siguió.
“¡Cuánto tiempo sin verte, cabrón!” me susurró mientras me abría la puerta del sótano.
“Sí, caray, he estado muy ocupado”, repliqué. “¿Hay ya buena carne adentro?” Pregunté.
“Oh, sí, te lo vas a pasar de puta madre”. Me respondió mientras me guiñaba un ojo y yo me precipité al oscuro pasillo del secreto urinario. Cuatro suaves golpes y para dentro. Sentí como si la fragancia a mecos frescos abofeteara dulcemente mi rostro. En pocos segundos me desnudé. Mi verga empezó a palpitar cuando vi a Carlos, el hijo de Martin, arrodillado en el suelo comiéndose una hermosa y gruesa pieza de carne.
Me coloqué tras él y recorrí su espalda con mis manos hasta que mis dedos alcanzaron su cálido y cerrado agujero. Cuando sintió mi dedo contra su estrecho hoyito, lo empujó contra mí para que lo abriera. ¡Hijo de la chingada! como me pone caliente el puto cabrón! No solo disfruta mamando buenos pitos, sobre todo el de su padre, sino que además al hijo de puta le encanta que se lo cojan.
Mis pelotas estaban tan llenas que necesitaban descargarse urgentemente. Para empezar iba a echar una buena cogida al tierno culo de Carlos. Me senté tras él, y le coloqué bien el culo entre mis rodillas. Con una mano froté mi pito contra su ardiente ojete.
Él frotó su culito contra mi húmedo y resbaloso pito.
“De puta madre, cabrón” le susurré al oído “Trata mi verga con mucho cariño, lo necesita desesperadamente”
Carlos siguió mamando mientras su culo se tragó mi desesperado pito. Al sentir el calor de todo su cuerpo mis huevos se agitaron salvajemente. Estuve echando bastante leche preseminal en la boca de su culito, lo cual dejó bien lubricada su tubería para el resto de la gran cogida.
El muchacho siguió apretando su culo sobre mi pito hasta que lo tuvo completamente dentro. Algunos cabrones vinieron a mirar y conseguí llevarme a la boca un poco de leche de macho que uno de ellos se vino sobre mi cara.
Lo agarre bien de las caderas, empecé a meterle y sacarle el pito con buenos empujones, mientras, hambriento, mamaba un gordo y jugoso pitote que me habían metido hasta la garganta. Estaba a punto de venirme.
En ese momento oí otros cuatro golpes en la puerta, pero ninguno de nosotros paró. Entre cálidos y deliciosos cuerpos vi acercarse a Martin. Entró y se desnudó. Al verme follándome a su hijo, sus huevos se pusieron a trabajar a toda prisa.
Se acercó y se colocó frente a su hijo. Carlos dejó el pito que estaba mamado y el cabrón se tragó de golpe enterito el de su padre. No pude autocontrolarme. Embestí con mi verga todo lo que pude dentro del apretado culo de Carlos y me vine. La leche salió de la verga disparada hacia el fondo del muchacho. Aún así, mis huevos tenían demasiada leche acumulada como para que se relajara mi pito. Seguí cogiéndomelo hasta que su padre le vació su cremosa lechada en su garganta, y entonces le disparé por segunda vez mis mecos.
Martin tenía que volver a trabajar, pero los demás seguimos disfrutando de Carlos un buen rato más. Casi todo el tiempo tuvo dos de nuestras pollas dentro. Cuando al fin me marché horas después, había bebido suficiente leche de macho como para resarcirme de los tres últimos fines de semana y mis cojones estaban tan vacios que apenas podía caminar.
“¿Qué te pasa?” me preguntó mi esposa cuando llegué dando trapiés. “¿Te encuentras bien? ¿Estás enfermo?”
“No, estoy bien” dijo “Solo un poco cansado”
“¿Dónde has estado tanto tiempo?” preguntó. “Nestor llamó varias veces mientras estabas fuera. Dijo que te llamará cuando llegue el martes”
“Oh, hmmm”, me tumbé en mi sillón. ¿Qué carajo tendrá que contarme mi hijo?
No supe de Nestor hasta el miércoles por la tarde. Había llegado tarde el martes por la noche y no había tenido oportunidad de llamar o pasar a la casa.
“Hola, padre” me saludo cuando respondí al teléfono.
“Nestor, ¿estás en casa?”.
“Sí padre ¿Te importa si me paso a verte?”.
“Claro que no, hijo mío, ven!”.
“¿Está madre en casa?” preguntó temerosamente.
“¿Prefieres que no esté aquí?” susurré junto al teléfono.
“Sí. Tengo que contarte… ya sabes, asuntos entre machos”.
“Comprendo. Veré si podemos estar a solas. Creo que quiere ir de compras”.
“Chido, padre. Hasta pronto”, dijo de buen humor y colgó.
Tenía morbosa curiosidad sobre qué carajos tenía mi muchacho que contarme. Siempre le di a entender que yo estaba dispuesto a ayudarle y que podía tratar de cualquier asunto conmigo, pero esto parecía que era algo serio. Empezaba a estar preocupado.
Colgué y fui a buscar a mi esposa. La encontré en el dormitorio lista para marcharse.
“¿Te vas de compras?”
“Sí, cariño. No podré venir a comer, ¿te importa?”
“No, está bien” repliqué y se marchó. Fui a mi despacho y me senté, me recosté en mi sillón, puse las manos tras la nuca y pensé en qué pasaría cuando llegara Nestor. Mis pensamientos iban desde problemas económicos, problemas maritales, cáncer o enfermedad de corazón.
Llegó unos diez minutos después de marcharse mi mujer.
“Entra, hijo” dije cuando abrí la puerta. “Papi, qué gusto me da volver a verte” dije sonriendo y dándole un fuerte abrazo.
El me abrazó y susurró “Es chingón estar en casa, padre”
“Seguro que los chamacos te echaban de menos”, dije mientras seguíamos abrazados.
“Sí, yo también los eché mucho de menos, padre”.
Aunque Nestor y yo nos sentíamos muy unidos, él nunca solía darme grandes abrazos, y me dio mucho placer que me apretara tan fuerte como yo a él. Sus manos me agarraban bien fuerte y había un maravilloso sentimiento de amor y calor en ellas. No sabía qué carajos era, pero algo raro había pasado en ese pinche viaje.
Cuando dejamos de abrazarnos detecté un poco de excitación entre sus piernas. Me recordó lujuriosos deseos que yo siempre había experimentado por mi hijo y en cuando lo descubrí intenté no hacerme muchas ilusiones. Había estado muchas horas en la Ferretería recientemente y sin duda eso había nublado mi cachonda percepción.
“¿Quieres café, hijo?” Dije, alejándome de él.
“De puta madre, padre”.
Me siguió a la cocina, y ¡a cabrón! ¡Tremendo paquetote se alzaba entre sus piernas! Intenté no lanzarme. Seguro que llevaba demasiado tiempo sin correrse y no había podido vaciar sus huevos antes de venir a verme.
“Bueno ¿de qué carajos querías hablarme?” pregunté mientras le servía una taza de café.
Tomó la taza, miró a su alrededor y preguntó “¿Se ha ido mi mama?”.
“Se ha ido y no volverá hasta la tarde, hijo”.
“Chido” dijo suspirando. “Me llevará algún tiempo”. Se sentó y noté que le temblaban las manos.
“¿Te encuentras bien, hijo? Has contraído alguna enfermedad?”.
“No, esto no tiene nada que ver con eso, padre. No estaba seguro de poder contártelo todo, pero no puedo guardármelo dentro por más tiempo”.
“De acuerdo, muchacho. Ya sabes que puedes hablarme de cualquier asunto.
“Lo sé, padre” me dijo con ojos confiados. “Es… bueno, es difícil”.
“Tómate tu tiempo, hijo” apreté sus manos para darle seguridad. “No hay prisa. ¿Por qué no empiezas contándome cuando ocurrió?”.
“Fue hace dos semanas” comenzó “Iba camino de Spokane. Iba por una autopista con poco tráfico. Llevaba solo una semana y por eso cuando vi a ese muchacho pidiendo un aventón, lo subí al torthon. Tenía aspecto de campesino y parecía simpático, así que no vacilé”
“Tal vez te recordó a tus chicos” –dije-.
“Tal vez. En cualquier caso fue realmente agradable, padre. Realmente muy agradable” dijo mirando a lo lejos. Su embarazosa sonrisa me dio a entender que algo especial había pasado con ese muchachillo.
“¿Qué cabrón pasó, hijo?”.
“Bueno, empezó a hablarme sobré él y su novia, ex -novia en realidad, quiso saber cuánto tiempo llevaba en la carretera y si… si yo estaba caliente”.
“¡A carajo!, parece que el muchacho iba al grano” dije sonriendo.
“Así fue” dijo Nestor, miró tras de mí y se preparó para contarme algo muy privado. “Padre… me dijo que estaba cachondo… que tenia los huevos llenos de leche desde hacía algún tiempo… y me preguntó si no me importaba si se hacía una chaqueta. Dijo que no podía esperar mucho más”.
“Hmm”. La historia de Nestor se ponía cada vez más interesante. Mi pito se empezó a hinchar y empujar contra mis pantalones. “¿Y qué hizo?” pregunté. Mantenía las manos de mi hijo y froté mis pulgares contra sus palmas para darle seguridad.
“Se desabotonó la camisa y se bajó los pantalones hasta las rodillas. No llevaba ropa interior, padre y tenía una verga inmensa”.
“No me digas” dije sonriendo. “¿Tu qué hiciste?”.
“No podía hacer mucho, tenía que conducir. Empezó a acariciar su pitote, pronto estuvo todo lubricado y empezó a gemir y cada vez que yo le miraba me sonreía y me decía cuanto gusto se estaba dando”.
“Espero que ese campesino no quisiera algo más”.
“Eso esperaba yo. Suponía que cuando se viniera y se vistiese todo acabaría… pero padre, mirándole chaquetearse me puse muy caliente. El cabrón tenía algo que me puso más cachondo que el culo del diablo. Esperaba que pasando una semana con mi mujer se me pasaría”.
“¿Entonces pasó algo más, mijo?”.
Nestor asintió. Miró a lo lejos varias veces y se mordió la lengua sin estar seguro de si debía continuar.
“No te preocupes hijo” le dije calmándole. “No es bueno dejarse estas cosas encerradas, sé que necesitas compartirlas con alguien”.
“Sí, padre, lo sé” dijo suavemente “Pero no quisiera que nadie más se enterara de esto”.
“Nadie” dije con voz firme.
“Me preguntó si estaba caliente, y cuando le dije que sí, me pidió que le enseñara el pito”.
“¿Lo hiciste?”.
“Sí, no lo pude evitar. En cuanto me saqué el pito, él se agachó en el asiento, deslizó su cabeza bajo mi brazo y puso su boca sobre mi verga”.
“¡Carajo! ¿No estarás bromeando?”.
Nestor agitó su cabeza. “No, padre. Fue rápido y fue realmente bueno. Mi esposa me chupa a veces la verga pero nada que ver con cómo me lo hizo ese pinche chamaco. Sabía cómo exprimir mi verga entre sus labios y lamer bien el tronco de mi pito con la lengua. Por poco me salgo de la carretera cuando me vine. Cuando empecé a disparar el chamaco siguió mamándomelo y se tragó hasta la última gota de mi venida”.
“Apuesto a que tuviste una buena venida” dije riéndome. “Teniendo en cuenta, hijo, que llevabas varios días sin correrte”.
Nestor se sonrojó.
“¿Eso es todo? ¿Qué un hambriento chamaco te ha hecho una buena mamada es toda la historia? ¿Eso es lo que te hacía sentirte mal, hijo?”.
Nestor me miró a los ojos y agitó su cabeza. “Hay más, padre. Mucho más. Empecé a imaginarme lo que sentiría al tener una buena verga en mi boca. Pero mientras él me estaba mamando, cogió mi mano y se la puso en su culo desnudo. Me hizo sentir su culo, y cuando mis dedos tocaron su ojete me puse treméndamente caliente. Nunca había tocando así a un macho, padre, pero el tacto de su suave, húmedo y estrecho agujero hizo que los huevos me excitaran salvajemente”.
La historia de mi hijo me estaba poniendo tan caliente que mi pito empezó a gotear dentro de mis pantalones.
“Padre, ¿a ti te ha pasado alguna vez algo así? No sé qué carajos pensar. Aún amo a mi esposa y cogerla anoche fue estupendo, pero lo que hice con ese pinche muchacho fue algo fantástico. carajo, padre, no sé qué cabrón pensar”.
“Sí, he estado disfrutando con otros cabrones algunas veces” Confesé.
“¡A chinga apa!” Exclamó. Sus ojos se abrieron como platos y toda la tensión desapareció de su rostro y sus manos. “¿De verdad?”.
Asentí “Hablaremos de ello después, antes cuénteme que pasó después”.
Nestor se sintió aliviado al saber que yo había tenido experiencias similares y sus palabras fluyeron más fácilmente. “Pensé que él iba a chaquetearse después de esto y que eso sería todo, pero cuando levantó la cabeza de mi verga, tenía una amplia sonrisa y lo siguiente que hizo fue desnudarse completamente. Se giró sobre su espalda, se dio la vuelta, levantó sus piernas en el aire y me enseñó su culo. Me dijo que si quería podía cogérmelo.
Acaricié su culo un poco más, me salí de la carretera y nos metimos en el camastro que tengo tras los asientos. Estaba tan caliente como el pinche infierno, padre, me desnudé y en seguida tuve mi pito en lo más profundo del culo del pinche chamaco”.
“¿Te gustó?”.
“Carajo, si que me gustó, apa. Su agujero era estrecho, húmedo y caliente. Le estuve cogiendo con más fuerza con la que jamás he penetrado a mi vieja. Podía sentir cada milímetro de su estrecho culo frotando contra mi palpitante verga. Y el modo como su húmedo pito parado presionaba contra mi barriga me hizo arder de pasión. Me corrí dos veces más en lo más profundo de su culo, padre, y después se lo saqué y me metí su verga en mi boca. Olía y sabía cómo nada en el mundo, apa, lo mamé profundamente y cuando se vino y derramó su lechada en mi garganta yo me corrí una cuarta vez. A veces me he corrido dos veces con mi mujer, pero nunca había disparado cuatro venidas seguidas”.
“Parece que tuviste una sesión de puta madre, hijo. Coger a hembras es bueno, hijo, pero algunas veces un macho necesita estar con otros machos. Sé que puede ser muy intenso, pero eso no significa que te pase nada malo, Nestor. Esto le ocurre a la mayoría de los hombres”.
“¿De verdad crees eso, padre?
“Lo sé, hijo. ¿Te sientes mejor ahora que lo has sacado todo?”.
La historia de mi hijo puso frenéticos mis huevos, hasta me sudaba el culo y mientras trataba de aparentar tranquilidad. Nunca en mis sueños más salvajes había imaginado que mi propio hijo pudiera compartir mi deseo secreto de sexo con machos calientes. Mi verga bullía queriendo salirse los pantalones. Mi hijo me había contado lo bien que lo había pasado con el chamaco. Aunque eso no quería decir que su recién descubierto deseo se extendiera a tener un buen polvo con su viejo padre. Me aguanté la lengua hasta ver que más estaba mi hijo dispuesto a compartir.
Nestor me miró a los ojos, no estaba seguro de proceder. Apreté sus manos y empezó a hablar de nuevo “Después de dejar al muchacho, estuve caliente el resto del día. No podía dejar de pensar en él y me chaquete varias veces mientras conducía”.
“No me extraña, hijo. Cuando un macho tiene un encuentro tan caliente como este, le deja huella”.
“Eso seguro, padre. Bueno, antes de dejar al muchacho le pregunté cómo había aprendido a disfrutar del sexo con hombres. Padre, el cabrón ni siquiera vaciló al decirme que su padre y su tío le habían enseñado. ¿Te lo puedes creer? ¡Su propio padre! ¡Ta’cabron!” exclamó mi hijo.
“Hmm, no es lo habitual. ¿Cómo te sentiste?”.
“Estupefacto, padre, realmente asombrado. Pero al mismo tiempo me calentó por dentro. Mis huevos no pararon de palpitar y me estuve viniendo el resto del día. Después cuando pensaba en ello no sabía que pensar sobre mí mismo. Si ese muchacho me ha cambiado tanto… si la idea de que lo hiciera con su padre me hervía la sangre… ¿qué… qué me estaba pasando?” Nestor miró al suelo temeroso de cómo reaccionaría yo.
“No te preocupes por eso, hijo” dije intentando tranquilizar a mi muchacho. “Habitualmente las cosas más prohibidas son las que más nos emocionan, hijo”.
“Lo sé padre, lo sé. El resto del viaje estuve pensando en ese muchacho y de noche cuando me masturbaba, pensaba en él. Me mamó con tanto deseo y fue tan agradable penetrar su culo. Pero entonces mi mente empezó a pensar en mis propios muchachos, padre. Me imaginaba a Daniel y Ángel en su lugar. Pensé que al volver esos pensamientos desaparecerían, pero anoche cuando fui a sus dormitorios y les vi durmiendo, me calenté como un burro, padre. No sé qué cabrón voy a hacer”.
“No te lo tomes tan en serio, caray. Muchos hombres tienen ese tipo de pensamientos lascivos”.
“¡No chingues, apa!”.
“Seguro hijo. Una de las mayores alegrías de un padre es ver crecer a sus hijos. Tus hijos son parte de ti, y es maravilloso verles convertirse en hombrecitos, eso es normal, te lo digo yo. Sentir curiosidad y desear compartir la alegría de la virilidad con tus propios hijos… no es extraño que muchos hombres tengan este tipo de sentimientos lascivos a menudo”.
Nestor miró dentro de mis ojos y suavemente preguntó, “Padre, tú has tenido alguna vez este tipo de pensamientos lascivos sobre mí?”.
Le devolví la mirada y respondí. “A menudo, hijo”.
Sus manos empezaron a temblar entre las mías. Se sentía aliviado de saber que no era el único padre que tenía ese tipo de pensamientos. Estuvimos mirando largo tiempo a los ojos, deseaba que él estuviera tan caliente como lo estaba yo. ¿Le habría puesto cachondo volver a recordar su experiencia reciente?
“¿Qué hacías cuando sentías eso, padre?”.
“A veces, me iba a mi despacho y me masturbaba. Otras veces me chaqueteaba mientras te observaba como dormías, hijo”.
“¡Carajo, apa!”.
Asentí. “¿Te molesta hijo?”.
Nestor sacudió su cabeza. “Supongo que si te lo hubiera oído decir antes tal vez, pero ahora… después de la cogida con ese chamaco y de oírle decir que lo hacía con su padre y su tío… bueno, al decir verdad, padre, lo tengo parado” Sonrió tímidamente.
“Yo también estoy caliente, hijo. Bien parado, ¿quieres verlo, hijo?”.
Nestor asintió, me puse de pié, me sobé el paquete, y con orgullo paternal me bajé los pantalones y enseguida mi caliente pito estuvo libre. Mi hijo abrió los ojos como platos cuando vio el miembro bien parado de su padre. Mi pito estaba húmedo y borboteaba un montón de leche preseminal.
“Carajo, apa… es inmenso”, gritó Nestor.
“Estoy seguro de que el tuyo es tan grande como este, hijo. Recuerdo haberte visto desnudo hace años y gozabas de un bonito y gran miembro incluso cuando eras un muchacho”.
Nestor sonrió y se puso de pié. Su paquete estaba a punto de reventar y en cuanto se desabotonó el pantalón y sacó su verga, silbé orgulloso. “Caray, hijo. Desde luego sabes cómo hacer que tu padre se sienta orgulloso”. Lo acerqué contra mí y le di un apretado abrazo. Nuestros erguidos pitos se presionaron mutuamente y se me saltaron las lágrimas. Una cosas era ir a la ferretería y disfrutar con otros machos, pero tener la posibilidad de compartir algo tan íntimo con mi propio hijo me hizo sentir algo como atravesado por una ráfaga de felicidad.
“Carajo, hijo”, gemí mientras nos abrazábamos. “Espero que estés disfrutando de esto tanto como yo, mijo”.
“Si apa, estoy disfrutando” gimió Nestor.
Nos desnudamos mutuamente hasta dejar nuestros culos al descubierto. Nos metimos mutuamente nuestras lenguas en las gargantas y nos juntamos y nuestros pitos se pusieron a reventar. Me puse de rodillas. La vista de su pito erguido ante mi cara me llenó de orgullo. Froté mi nariz contra él e inhalé su delicioso olor a macho. Aún recuerdo haberle visto desnudo de muchacho y ahora era todo un hombresote, padre de dos robustos hijos. Tomé sus huevos en mis manos y los acaricie mientras acercaba la punta de la lengua a su cabeza. El dulce sabor de su leche preseminal me hizo sentir un agradable escalofrío.
“Padre, yo también quiero mamártelo”.
Me senté en el suelo y tiré hacia mí de mi hijo. Se tumbó en el suelo de la cocina y empezamos a lamernos mutuamente nuestros pitos. Estuvimos toda la mañana saboreando este momento. Ninguno tuvimos intención de dejarlo. Pasé mi lengua por todo el pito de mi amado hijo, degustando las deliciosas gotas de leche preseminal que saltaban de su verga.
Cuando Nestor se tragó todo mi pito, yo me tragué el suyo. Nuestras gruesas y duras vergas llenaban completamente nuestras bocas. Moví mis piernas para forzar a mi pito hasta el fondo de su garganta. Mi hijo tuvo un poco de nauseas, pero rápidamente ajustó su garganta para acomodar mi verga en lo más profundo. Su estrecha garganta aprisionaba firmemente mi cabeza de la verga e hizo que mis huevos exudaran. Tras escuchar el cuento de mi hijo, mi barriga ardía lujuriosamente y mis huevos estaban hinchados y ardientes, listos para explosionar. Había intentado reprimirme para dar tiempo a mi hijo a irse calentando conmigo, pero él estaba tan cachondo como yo. Todo el tiempo que estuvo hablándome sobre el muchacho al que había cogido, había estado luchando contra el endurecimiento que tenía dentro de sus pantalones, y para que no brotara una saludable lechada fuera de sus saludables huevos.
Ambos sacudimos nuestras piernas como toros salvajes. El sabor de nuestra leche preseminal bajando por nuestras gargantas y el olor de nuestros dulces escrotos fue preparándonos para la venida final. En el momento en que exploté y llené la garganta de mi hijo con mi cálida leche, él dio un grito y metió más profundamente su pito en el fondo de mi garganta. El orificio de su pito se abrió y un torrente de leche brotó hacia dentro de mi gaznate.
Ávidamente tragamos cada gota de leche que recibíamos. Tras tragar toda la lechada seguíamos calientes y nuestros pitos seguían palpitando en nuestras gargantas hasta volver a corrernos por segunda vez y hasta una tercera corrida de rica crema paterno - filial.
Después nos abrazamos y nos besamos de nuevo. El resto de la mañana y mediodía estuvimos desnudos uno en brazos del otro, acariciando nuestros cuerpos, examinándonos y disfrutando el calor de nuestros genitales. Hablamos sobre ese muchacho y de lo que haría con su padre y su tío. Incluso hablamos de los dos muchachos de mi hijo y de lo que podríamos hacer con ellos… bueno, temo tratar todo lo que hablamos sobre ellos. Mientras hablábamos nuestros pitos se endurecieron tanto que tuvimos que volver a meterlos dentro de nuestras bocas para liberar toda la presión que bullía dentro de ellos.
Aquella tarde, cuando se marchó Nestor, los huevos de ambos estaban completamente vacíos y Nestor estaba totalmente relajado. Se marchó con una amplia sonrisa tras soltar toda su leche. Me senté en mi despacho con un vaso de tequila, reflexionando sobre el maravilloso día. Aunque mi pito estaba tan agotado que no podía ni moverme, seguía sintiendo una agradable sensación de placer en mi miembro relajado.
Durante algún tiempo Nestor estuvo tan ocupado con sus dos muchachos que no tuvo tiempo de llamarme. Pero unas noches después me llamó. “Padre, necesito un alivio” susurró al teléfono.
“¿Un alivio?”.
“Estar siempre alrededor de mis dos muchachotes hace que se revuelva alocadamente el jugo de mis huevos. Tengo que echarme una buena cogida antes de que cometa una pinche estupidez con ellos”. Hablaba tan bajo que casi no podía oírle.
“Lo comprendo, cabroncito, ya sé lo que supone estar tan cerca de esos dos chamacos. Pensando en sus culos estrechos mis huevos también se hinchan” Dije divertido. Mi esposa estaba en la cocina haciendo la comida por lo que no tuve necesidad de hablar tan bajo como mi hijo. “Los muchachos tienen clase mañana ¿no?”.
“Sí”.
“Nos vemos en la Ferretería de Javier sobre las once. Dile a tu mujer que vas a comer con tu padre”.
“La Ferretería de Javier ¿pero qué cabrón vamos a hacer allí?”.
“Ya verás, cabroncito, lleva puesta una camisa roja”.
“De acuerdo, padre”, dijo y colgó.
Mi reata estaba ansiosa por volver a tener otra parranda con mi hijo y se me ocurrió que ir a la ferretería era lo mejor para poder pasar algún tiempo desnudo con él. Además así aprendería como aliviar sus cojones cuando tenga necesidad de atención de macho a macho.
Al día siguiente mi chile se paro en cuando salí hacia la ferretería. Mi chamaco tenía un buen tronco y yo sabía que algunos cabrones de la ferretería apreciarían otro pito grande, duro y semental. Nestor ya estaba en la tienda cuando llegué.
“¿Y ahora qué cabrones hacemos, apa? Preguntó nervioso.
“Sígueme, cabrón” le ordené.
Miré alrededor, me encontré con la mirada de Martin y le guiñé un ojo. Él también me guiñó y señaló con la cabeza la escalera. Caminé hacia allí y Nestor me siguió hasta la alejada esquina del sótano.
Martin abrió la puerta del pasillo interior, le dije suavemente “Martin este es mi hijo, Nestor. Nestor este es Martin. Cabroncito, a partir de ahora cada vez que necesites una buena venida, ponte una camisa roja, ven con Martin y te entras aquí”.
Nestor escuchó atentamente cada palabra, vi como memorizaba mis instrucciones para no olvidarlas. Cuando Martin cerró caminé a lo largo del oscuro pasillo y le pedí a Nestor que me siguiera. Todo estaba oscuro a excepción de una tenue luz junto al baño al final del pasillo.
“¿Qué ocurre aquí, padre?”.
“Mucho cachondeo, muchacho, mucha pinche calentura” palpé su paquete y sonreí. “Seguro que lo vas a pasar de puta madre, muchacho?”. Nestor sonrió.
“Ahora atento a cómo hay que llamar, cabroncito, cuando quieras entrar golpeas cuatro veces pero no demasiado fuerte, fíjate como lo hago yo”.
Llamé a la puerta cuatro veces y tras una breve pausa escuché a alguien abrir. Empujé dentro a mi hijo y cerré. Aunque la luz era tenue, mi hijo puso los ojos como platos cuando descubrió todo el cachondeo. Las dos cabinas estaban ocupadas y cinco cabrones desnudos hacían cola para disfrutar del cálido servicio.
Me desnudé, colgué la ropa en la pared y le dije a Nestor, “Es hora de desnudarse, cabroncito”.
Se desnudó y sacó su hinchado pito.
Juan, uno de los asiduos visitantes se acercó y silbó “¿Es tu hijo?”.
Asentí, en cuanto abrí la boca Juan se sacó su pito y una buena cantidad de leche chorreó de la punta. “Chinga, esto se va a poner de puta madre” Se acercó a mi oído y me dijo “El muchacho de Martin está en la cabina dándole el culo a todos, ya ha recibido varias lechadas. Me gustaría correrme viendo tu hijo cogérselo bien rico”.
Sonreí y me volví hacia Nestor: “Si quieres que te mamen la verga ve a la cabina de la izquierda. Si quieres mamar un pito siéntate en la taza de la izquierda. Si necesitas metérselo a un buen culo ve a la cabina de la derecha y si necesitas que te bombeen tu culito siéntate allí”.
Me miró incrédulo. Su pito goteaba mirando a los hombres peludos esperando su turno. Seguro que pronto tendría su primera deslechada. Estaba bien caliente porque había tenido bien cerca a sus hijos y no había podido hacer con ellos lo que tanto deseaba.
“Carlos, el hijo de Martin, el cabrón que nos ha traído, está en la cabina de la derecha y Juan me ha dicho que su culo está ya bien lubricado. ¿Te gustaría que un culito estrecho se tragara esto?”. Acaricié el duro y enorme chile de mi hijo.
Nestor no dijo una puta palabra. Cerró los ojos y suspiró profundamente. Cuando vio que alguien salía de la cabina de la derecha, se acercó a ver que se encontraba allí. Juan y yo le seguimos. Los tres nos acariciamos nuestros pitos cuando entró en la cabina.
Juan tenía razón, el hijo de Martin estaba allí. El cabrón estaba necesitado de una buena cogida y se había metido en la cabina con su jugoso culo levantado. Tenía las piernas en alto y nada que ocultara su lascivo agujero.
Le di un palmazo en las nalgas y le abrí bien hoyo para mi querido hijo se lo cogiera. Bajo la tenue luz era hermoso ver ese agujero suave como mantequilla, caliente y goteante. Tomé la mano de mi hijo y metí su dedo corazón en el cálido ojete abierto.
“Lo está deseando, hijo, ¿estás preparado para llenárselo todo?”.
“Carajo, apa estoy bien caliente”.
“Imagínate que es el culo caliente de Daniel o de Ángel”.
“ha chinga, apa. Dímelo otra vez y verás cómo me vengo” gimió.
Juan se arrodilló y lamió la leche que goteaba del ojete de Carlos, mientras se pajeaba mirando como mi hijo arremetía con su grueso pito contra el ojete de Carlos.
“Carajo” gritó cuando mi hijo metió su pito dentro de Carlos con una profunda, larga y satisfactoria estocada “Coges como tu padre” dijo mirando a Nestor.
“¿Te lo habías cogido antes, apa?” preguntó Nestor mientras bombeaba una y otra vez con su verga el resbaloso y caliente culito.
“Muchas veces, hijo, sobre todo me encanta bombearle bien el culo cuando está aquí Martin mirando. Le encanta ver como se cogen a su putito hijo. Algún día podrás disfrutar mirando como otros se cogen a tus propios hijos”.
“¿Nestor tiene hijos? Preguntó Juan.
“Sí que los tiene. Dos cabroncitos cachondos, por eso está él aquí. Estando cerca de sus hijos se pone tan cachondo que necesita vaciarse los huevos para aliviarse”.
Juan sonrió comprensivo. Su verga estaba goteando leche preseminal mientras se masturbaba mirando a Nestor dándole bien duro por el culo a Carlos.
“A chinga, apa, estoy a punto de venirme”, jadeó.
“A huevo”, gritó Juan “Miren a esto cabrones”, dio un golpe seco en el culo de mi hijo y apuntó su verga sobre el ojete de Carlos. “Toma cabrón, aquí tienes más lubricante” Se apretó la cabeza de la verga y disparó una buena venida sobre el pito cogelón de Nestor. El cálido aroma de la leche fresca hizo que Nestor se encabritara. Jadeó y movió sus piernas con toda su fuerza. Metió su pito hasta el fondo del culo de Carlos apretando bien sus piernas contra él y vació sus huevos en el fondo de su pinche culo.
Yo estaba tan caliente con la escena que no tuve ni que chaquetearme. Mi pito se disparó él solo y echó varios chorros de leche blanca sobre el peludo pecho de Carlos. Agité mis piernas y froté mi verga contra sus huevos.
Carlitos era uno de esos muchachos especiales que necesitan correrse a menudo. Me arrodillé y me metí su verga en mi boca. Estaba empezando a correrse y con el grueso pito de mi hijo todavía bombeándole el culo, no tuve que esperar mucho para que mi lengua saboreara la dulce corrida de sus viriles huevos.
Cuando me levanté, Nestor sacó lentamente su pito del culo de Carlos. Se había quedado tan seco que tuve que cogerle para evitar que se cayera desmayado. Le apoyé sobre la pared y entonces se volvió y me besó. “Gracias, padre, un millón de gracias. Sabías exactamente lo que necesitaba”
“Para eso estamos los padres, hijo mío”.
Aquella tarde no nos fuimos de la ferretería hasta las cuatro en punto. Mi mayor placer había sido tener un hijo con quien compartir mis secretas y lujuriosas necesidades.
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