domingo, 14 de julio de 2013

Un hetero del trabajo

En la empresa donde trabajada hasta hace pocos años, había una dependencia que se ocupaba de todo lo relativo a la informática. Como se sabe, una actividad esencialmente masculina. El plantel estaba formado por unos 10 pibes veinteañeros. Siete de ellos estaban de aceptables para arriba, pero había dos que eran una debilidad especial. Lo que voy a relatar son las historias con cada uno de ellos.

Hace varios años que no tengo relaciones con gays, sino solo con “casi” heteros. Que les guste la concha es una condición imprescindible, pero que además su vida sexual sea casi siempre con mujeres, también.
Eduardo era uno de mis preferidos (creo que el que más). De 1,77 aprox, de contextura media, morocho de piel blanca y pelo corto, es decir, una descripción perfecta. Un día observé que tenía unos tubos marcados en los brazos muy interesantes, por lo que se veía que hacía pesas o algo así.

Trataba de escuchar todas las conversaciones entre ellos en todo momento que pudiera cruzar mi actividad con la de ellos. Esto tuvo un precio: se hizo obvio que se dieran cuenta de que soy gay. Al verme, me daba cuenta de que hacían comentarios. Era un riesgo, pero se dio así.

Un día escuché una conversación entre él, Cristian (mi otro preferido) y dos chicos más. Yo sabía que Eduardo tenía novia porque lo había oído hablar de ella varias veces e incluso lo he escuchado hablar por el celular con ella. En esa conversación que menciono, Eduardo contaba que se había peleado con la novia hacía varios días y contaba algunos detalles que no entendí pero que lo mostraban enojado con ella. En ese momento estábamos en otra sección de la empresa (ni la de ellos ni la mía) y Eduardo se dio cuenta de que yo estaba escuchando. Pero nada…

Un hetero que se queda sin novia se transforma en muy vulnerable. Así que pensé que era una oportunidad excelente para hacer un intento, pero era riesgoso. Jamás me había dado la más mínima señal. Solo sabía que yo era gay.

Decidí poner “toda la carne en el asador” el día siguiente. Había que cuidar hasta el más mínimo detalle.
Fui a trabajar vestido con un pantalón de esos que permite traslucir bastante la ropa interior y me puse una tanga, de las más gruesas, para que se note.

Le produje un “deperfecto” a mi computadora como para que no funcionase y llamé al interno de la sección de informática.
Yo: Hola, ¿está Eduardo?
Alguien: sí, te paso
Eduardo: hola
Yo: hola Eduardo, soy Hernán, de administración. No está funcionando la pc. ¿Te la puedo llevar o pasás por acá?
Eduardo: paso por allá en un rato, ¿ok?
Yo: dale, te espero.
Una hora y media más tarde viene Eduardo. Ese día yo estaba solo en la oficina (por supuesto que esto estaba calculado ya).
Eduardo: hola.
Él estaba vestido de jean azul, como siempre, y remera negra.
Yo: hola, esa es la que no anda.
Me acerco a la máquina e intento desenchufarla. El tema es que el enchufe está detrás del escritorio y no es fácil correrlo por lo que hay que inclinarse sobre él para acceder al enchufe (por supuesto, esto estaba absolutamente calculado por mí).
Al inclinarme sobre el escritorio para acceder al enchufe, mi cola quedó mirando al cielo y si Eduardo miraba, mi tanga tenía que notarse claramente (lo ensayé antes frente a un espejo varias veces).
Yo había acomodado el mobiliario de modo que acceder al enchufe no me fuera inmediato.
Quedé unos 30 segundos intentando y rogando que Eduardo mirara mi cola.
Yo: no puedo, no llego.

Eduardo: a ver…

Se me para atrás y, por no más de un par de segundos, me apoya el bulto en la cola. Luego, se corre hacia el costado para acceder por otro lugar. Pero fue muy claro que la apoyada fue intencional.
Eduardo intentó desenchufar la pc por el costado del escritorio. Quedó ubicado en una posición incómoda, con una pierna metida entre el escritorio y la biblioteca y la otra afuera, en el aire. Estaba casi al lado mío. Eso me permitió verle el bulto a pocos centímetros. Puse la vista fija en él para que se diera cuenta.
Yo: cuidado, no te caigas.

Aproveché para agarrarle la pierna que tenía afuera, como si ayudarla a sostenerlo. Primero se la agarré desde la parte de afuera pero después se la pasé por la parte interna. Y luego, la subí lo más posible hasta su entrepierna.

Eduardo logró desenchufar la pc.
Eduardo: ya está. Costó.
Yo: sí, pero fue un buen ejercicio, jaja.
Juntó todos los elementos del la pc y dijo:
Eduardo: listo, me la llevo y te aviso cuando esté lista.
Yo: ok, gracias

Debo decir que me decepcionó esa despedida. Pensé que iba a hacer algo. Pero no…
No me importó. La paciencia es el arma principal con un hetero. Ya quedó claro que si quiere, me tiene.
Pasaron tres días interminables sin novedades. Al cuarto día, llamó a mi interno.
Eduardo: hola, te llamaba para decirte que la máquina está lista. ¿Podés venir a buscarla?
Sumé otra decepción. ¿Por qué no venía él a traérmela? Donde él está hay mucha gente. En mi oficina podía haber gente o no. ¿No pasará nada? Bueno, había que ir.
Los chicos del servicio técnico están en una oficina grande. Entré y dije:
Yo: hola, vengo a buscar una pc que arregló Eduardo.
Uno de los chicos: sí, Eduardo está allá (me señala una de las sub-oficinas que había).
Entro ahí (no hay puerta).
Eduardo: hola, ya está lista. Podés llevarla.
Yo: ah, bueno. ¿Fue fácil?
Eduardo: maso y no sé si quedó bien. Escuchame, yo mañana no estoy acá. ¿No querés dejarme tu celu asi te llamo a ver si anda todo bien?
Mis ojitos brillaron. No había forma de pensar otra cosa. La táctica era bastante primitiva, típica de un inexperto. Y hasta medio ridícula, pero bueno, fue así…
Por un momento, pensé en hacerme desear y decirle ¿Por qué no me llamás a la oficina mejor? Pero no, era una estrategia errada con un hetero inexperto y algo dubitativo.
Yo: si, claro (se lo anoté en un papel)

Eduardo: ok, mañana te llamo.

Me pregunté por qué no me dijo algo directamente. Pero supuse que la cercanía con los compañeros lo amedrentaron. No importaba. Parecía estar todo bien encaminado. Solo había que esperar que llamara.
Como no quería dejar ningún detalle sin atender, pensé en el diálogo que se daría. Si se lanzaba sin tapujos, listo. ¿Y si no? Tenía que preverlo. En ese caso, seguramente, me iba a preguntar si la máquina anda. ¿Qué decirle? Si le digo que sí, no va a saber cómo seguir la conversación. Si le digo que no, qué se yo que dirá. Pero había que decir que no…
Al día siguiente, suena mi celular a eso de las 12 del mediodía. La llamada no era de un número agendado.

Tenía que ser Eduardo.
Yo: Hola.
Eduardo: hola, soy Eduardo.
Yo: ah! ¿Cómo te va?
Eduardo: bien, ¿y la máquina?
Me dije: uhhhhh, ¡qué difícil está la cosa! Pero había que seguirlo…
Yo: no, anda mal. Enciende pero no carga Windows.
Eduardo: ah!, me parecía que podía andar mal la cosa.
Confieso que no sabía cómo seguir esto. No quería arruinarlo todo, así que seguí con perfil bajo, pero dándole pie para que avance.
Yo: y si. ¿Qué hacemos entonces?
Eduardo: mmmmm, no sé. Si andás apurado, llevala a tu casa y paso a última hora a verla.
Me dije: ¡epa! ¿qué es esto? Yo vivía solo pero él no lo sabía. ¿Habrá supuesto que si le decía que sí era porque vivía solo? Muy complicado, pero bárbaro. Claro que le tenía que decir que si.
Yo: dale, me parece bien. ¿Te paso mi dirección? ¿A qué hora pasás?
Eduardo: dale, a las 7.

Yo: ok, anotá (le paso la dire). Te espero. Espero que puedas arreglarla.
Al cortar, me invadió una sensación de bienestar. Dije: ya lo tengo. Pero también entendí que no iba a ser así tan sencillo, que tenía que moverme bien cuando esté con él porque capaz que no se sentía cómodo y se iba a ir sin que pase nada.

Por de pronto, tuve que cargar con la pc en el bondi, a la espera de que el premio fuera bueno.
Dudé entre vestirme de nena para cuando llegara, pero decidí que no. Me parecía muy audaz. Me pregunté: ¿y si arregla la pc y no pasa nada? ¿Si no me avanza?
Me era muy claro que él quería que pasara algo pero no se animaba del todo. Así que la táctica elegida fue la siguiente:

Decidí dejar a mano toda mi ropita de nena como para producirme rápido. Pero me vestí casi normal, con el mismo pantalón y la tanga como la otra vez. Y si él no avanzaba, puse todas las fichas en el diálogo que se diera.

Casi media hora después llegó Eduardo. Tocó el timbre y subió.
Eduardo: hola
Yo: hola, ¡gracias por acercarte!
Eduardo: no, está bien. Tengo que dejar las cosas bien hechas.
No sé si con esto quiso decir algo más…
Se puso a arreglar la máquina sentado a la mesa.
Mientras arreglaba la máquina, le ofrecí mate (si decía que no, iba a ser otra decepción). Dijo que sí.
Me senté al lado de él y empecé a cebar mate. Traté de ser lo más sensual posible al tomarlo y avanzar en el diálogo.
Yo: supongo que le estarás quitando tiempo a tu novia viniendo acá.
Eduardo: no, no sabés. Me peleé hace una semana.

Yo: uy, que mal. Bueno, así que ahora es tiempo de divertirse, jaja
Eduardo: si, jaja
Se lo notaba bastante tenso, aunque no incómodo. Como a gusto pero ante una situación rara. Se reía cada tanto, como nervioso.
Cada tanto, le miraba el bulto (especialmente cuando él me miraba a mí al hablar). No se le notaba duro.
Seguimos hablando un poco más, ahora del trabajo, hasta que terminó de arreglar la máquina y probarla. Todo andaba bien.

Eduardo: bueno, ¡ahora sí! Ya anda bien
Yo: ¡qué suerte! Pero esto te lo tengo que pagar…
Eduardo: no, ni ahí. ¿Cómo te voy a cobrar?
Yo: bueno, pero algún regalo te tengo que hacer.
Eduardo: jaja, bueno, eso puede ser.

Esa respuesta podría entenderse de la mejor manera, pero con lo timorato que era, preferí confirnarlo.
Yo: el regalo lo tengo en la habitación. ¿Te lo traigo?
Eduardo: y bueno…

Por un momento, temí hacer el ridículo. Vestirme de nena y que no quiera nada. Así que avancé un poco más.

Yo: pero mirá que el regalo lo voy a traer puesto yo. Solo que vas a tener que esperar unos minutos.
Eduardo: ah, bueno, me gustan las sorpresas, jaja
No había dudas. Al fin iba a ser el momento.

Me produje rápido con el mayor empeño. La tanga blanca que tenia puesta, pollerita gris cortita, medias de red, remera, rubor, labios pintados, etc.
Y salí. Confieso que me sentí dando un examen.

Cuando salí lo mejor producida posible, a Eduardo no le sorprendió la situación. Era un buen indicador.
Me acerqué a él, que seguía sentado, y le puse la cola cerca, paradita delante suyo.


Me levantó la pollerita y me miró la cola. Con la otra mano se empezó a tocar el bulto.
Me acarició la cola durante varios segundos sin decir nada.

Dejó de tocármela, pero parecía interesado en seguir.

Le manoseé el bulto. Él corrió un poco la silla para separarse de la mesa y abrió sus piernas. Yo seguí manoseando desde afuera del jean. Se notaba que se estaba parando.
Me arrodillé delante de él, le abrí el cinturón y el jean y le bajé la bragueta. Tenía un slip verde y el pingo ya duro.

Le intenté bajar el jean y él colaboró. Quedó en remera y slip, con un bultazo marcado esperando mi amor.
Con el slip puesto pasé mi boca por todo el bulto, pija y bolas. Él miraba para arriba pero se lo notaba deseoso.

Le saqué el slip con mucha delicadeza y me quedé unos segundos contemplando el espectáculo.
Su poronga estaba completamente erecta. Era de 17 x 4, bastante venosa, muy blanca y recta. No era cabezona, ya que la cabeza estaba afuera y mantenía el mismo ancho del tronco. Un hermoso par de bolas de buen tamaño bastante caídas, todo envuelto en mucho vello negro.

Me costó empezar porque quería seguir mirando uno de los aparatos genitales más estéticos. En ese momento había una perfecta simetría: dos pelotas bien peludas, más bien grandes, idénticas, con una pija dura, venosa y derecha exactamente ubicada en el medio.

Dirigí la vista al resto de su cuerpo. Sus piernas eran peludas. Puse mis manos sobre ellas y acaricié sus pelos.

Otra columna nutrida de pelos salía de sus genitales hacia arriba pero no podía conocer cómo seguía, por la remera. Interesado por saberlo, le subí la remera y se la saqué.
Tal como se insinuaba, tenía un muy buen torso, algo trabajado y medianamente peludo pero con los pelos muy simétricamente repartidos también.

Me eché un poco hacia atrás, siempre con mis manos sobre sus piernas, para contemplar el espectáculo en forma completa.

Mi sensación de placer era inmensa. Era muy gratificante tener a ese hermoso ejemplar masculino así, desnudo, con las piernas abiertas y la pija dura y sabiendo que casi con seguridad era su primera experiencia con un gay.

Todo esto debe haber invertido un minuto. Poco para mí, que deseaba disfrutar enteramente a ese hombre, pero demasiado para él que solo quería echarse un polvo.
Mi éxtasis contemplativo fue cortado de cuajo.
Eduardo: dale puto, chupala, que no doy más.

El comentario me descolocó ya que no esperaba esa reacción.
Yo pensaba hacerle un esmerado pete, recorrer con mi lengua toda su pija y sus bolas con toda suavidad, comerme su pija de a poquito, seguir en función de sus gestos, pero esto me hacía dudar. Parecía que no quería algo así, dulce, delicado.



Tuve que decidir en un instante, temiendo que si me equivocaba era posible que lo arruinara todo.
Decidí hacer la mía. Saqué la lengua y se la pasé por el tronco, de abajo a arriba y de arriba abajo.
En el momento en que empezaba a lengueeterle las bolas, apoyó una mano sobre mi cabeza, corriéndome de sus bolas y dijo:
Eduardo: ¡cométela!



Me sentí muy mal. No podía creer que lo que le estaba haciendo no era lo que quería.
Luego de todas las dudas que él había mostrado, ahora la tenía muy clara y yo me sentí el inexperto, el aprendiz.
Más cosas pasaron por mi cabeza. Yo había calculado todo. Sabía que iba a empezar peteándolo pero tenía miedo de que él solo quisiera quedarse con eso y no me cogiera. Entonces, pensaba estar atento a que si lo veía medio listo para acabar, iba a interrumpir el pete y obligarlo a seguir con mi cola.
Mientras yo pensaba estas cosas se ve que pasaron varios segundos, lo que incomodó más a Eduardo.
Eduardo (abriendo las manos vehementemente): pero ¿qué te pasa? ¿no te gusta mi pija?
No pudiendo creer lo que sucedía, solo atiné a decir:
Yo: sí, papi, es hermosa (mientras se la acariciaba).
Eduardo: entonces, ¡chupámela, puto de mierda!
Apenas reaccioné y me la metí en la boca. Empecé a chuparla. No puedo decir que estaba incómodo pero estaba con mi autoestima por el suelo.
Al empezar a chuparla logré calmar la situación. Le gustaba. Pero aproveché esos instantes para pensar en cómo seguir, de modo de complacerlo al máximo, que era lo único que me importaba. No podía tener a este machazo con las piernas abiertas y la pija dura y no complacerlo.
Eduardo estaba muy caliente. Cada tanto se pasaba la mano por su cabeza, jadeaba. Resignado a que ya no había posibilidad alguna de que me cogiera, me dije: hay que hacerle un pete bien desenfrenado.
Empecé a comerme su verga con desesperación, tragándomela entera y subiendo hasta hacer ruido al sacármela de la boca. Él me ayudaba con su mano sobre mi cabeza. Se la pajeaba y me la metía en la boca.
En un momento, con media pija en la boca, paro y lo miro bien fijo a los ojos, aunque él no me miraba.
Eduardo: uy, si, quedate así que te garcho la boca
Se puso las manos en la nuca y empezó a bombearme la boca con rapidez.
Yo adopté una actitud completamente pasiva, inmóvil, con la vista clavada sobre la suya.
Ya era claro. Así iba a seguir esto hasta que me lanzara el lechazo en la boca.
Eduardo: qué linda boquita, parece una conchita.
Yo hice un gesto de asentimiento.
El espectáculo era sublime. Podía ver casi todo su cuerpo, hasta sus axilas peludas y dando rienda suelta a su virilidad.
A partir de ahí me empezó a mirar. Crecía su excitación. Empezó a jader con más y más intensidad.
No aparté un segundo la mirada de su cara para contemplar en toda su dimensión el momento en que ese macho descargara en mi boca.
En el momento previo, los jadeos se hicieron algo más espaciados pero más intensos hasta que lanzó varios jadeos brutales coincidentes con el ingreso de su espeso semen en mi boca. Sentí seis o siete chorros calientes en mi boca.

Me quedé inmóvil varios segundos con la pija en mi boca y mientras Eduardo hacía gestos de placer posteriores al polvo. Él me la sacó de la boca.

Me levanté, le mostré la leche en mi boca y me fui al baño a escupirla y lavarme.

Cuando volví del baño, fue él.
Al salir, agarró sus cosas mientras me decía que había estado bueno pero que esto terminaba acá.
Yo: bueno, pero papi…. ¿te gustó?
Eduardo: sí, me eché un buen polvo.
Me saludó y se fue.
Todo salió distinto de cómo lo había pensado, pero sus palabras finales me hicieron sentir bien, aunque tuve que invertir un tiempo con los reclamos de mi cola desatendida.


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